Mis hermanas

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A pesar de que Federica es más pequeña que yo siempre hemos tenido mucha relación aunque, no es comparable a la que tiene con Sofía su, gemela. Ellas lo hacen todo juntas. Ahora ha cambiado un poco la cosa desde que Fede se ha casado, pero aún así, este vínculo no es tan fácil de cortar. Por suerte, mi cuñado Marcos es un amor y se lleva de maravilla con nosotras y según dice él, es un gusto tener a sus cuñadas cerca.
Las navidades pasaron y mi vida laboral seguía igual de estancada y sin ninguna novedad. Terminé mis estudios en la escuela de diseño de indumentaria, (como normalmente me decía la gente, -vamos, eso es para aprender a coser, ¿no?) era la frasecita que escuchaba cada vez que explicaba lo que estaba estudiando. Pues no, no solo era coser. Nos dedicábamos a crear patrones, confeccionar prendas, diseñar vestuario para diferentes eventos o concursos y a veces participamos en selecciones de proyectos para anuncios o para vestuarios de pequeñas obras de teatro. Eran trabajos grupales que podían influir mucho en nuestra nota final de proyecto. Recuerdo un trabajo en concreto. Teníamos que confeccionar nuestros diseños en materiales que no fueran tejidos. Un marronazo vaya, porque mis tres compañeras y yo teníamos que ponernos de acuerdo en la elección del material. En esos días en la escuela impartían un seminario sobre jóvenes emprendedores o sobre los comienzos de empresas ya consolidadas. La intención era conocer sus principios en el mundo de la moda y también en otros tipos de sectores. Entre los integrantes, había una conocida marca de galletas. Mientras nos contaban sus inicios en la empresa familiar, las dificultades que pasaron hasta llegar a ser una empresa conocida y todos los problemas que encontraron por el camino. Nos enseñó parte de los nuevos productos que la marca había sacado al mercado.
En ese momento mis compañeras y yo nos miramos y sin decir nada, ya sabíamos que habíamos encontrado el material perfecto para la concesión de nuestra colección. Los envoltorios tenían un fondo blanco y dependiendo del sabor de la galleta, la serigrafía era en diversos colores.
Tras la charla, una de mis compañeras se acercó a preguntarle al dueño sí estaría dispuesto a cedernos material para el proyecto que teníamos que hacer. Le explicamos nuestra intención de convertir sus envoltorios en diseños reales. Queríamos usar sus envoltorios como si fuera un rollo de tela y en él cortar los patrones para luego montar los diseños. El hombre, después de escuchar con atención nuestra propuesta, nos planteó a nosotros otra:
Estaba dispuesto a mandarnos los rollos de papel de envoltorio que nos hiciera falta con la condición de que, al terminar los vestidos y, en consecuencia, confeccionarlos, se los cederíamos a la empresa para exponerlos en la central.
El hombre nos explicó que la marca cumplía su cien aniversario, por lo que sería una buena ocasión para hacer esta exposición y una gran oportunidad para nosotras.
Encantadas accedimos.
Se nos ocurrió realizar diseños de diferentes épocas, con la idea de mostrar cómo irían vestidas las trabajadoras y cómo serían sus uniformes. Al final lo que tenía que ser un ejercicio de las cuatro en clase, terminó siendo un trabajo grupal. Así que nos repartimos por grupos para que cada uno se encargara de hacer los diseños de los uniformes desde los años treinta a los noventa. Fue todo un éxito.
La empresa se llevó los diseños a su sede para exponerlos. No vimos ni un euro, pero nos regalaron a cada una una bolsa enorme llena de diferentes variedades de galletas que la marca vendía.
Un final dulce al menos.
A pesar de esto, la gente seguía pensando que solo iba para aprender a coser, así que pronto dejé de sulfurarme cada vez que tenía que explicar lo que estaba escuchando porque había logrado desconectar de la conversación totalmente cuando no me interesaba. Tras terminar mis estudios, nada fue como imaginé. Para montar un negocio, necesitaba dinero y para conseguir dinero necesitaba un trabajo, el cual no llegaba. Quería montar una pequeña empresa de diseño. Tenía en mente empezar a confeccionar y diseñar camisetas y empezar a venderlas por internet, así que me dispuse a encontrar trabajo para conseguir algo de liquidez para mi proyecto. No es que el sector laboral estuviera boyante, por lo que pasaron varios meses hasta que, una conocida me comentó que un amigo suyo estaba buscando una chica para trabajar de dependienta en su estanco. Llevaba años trabajando en el sector de la hostelería, empecé en un catering días sueltos,ganaba mi propio dinero y con él no tenía que depender tanto económicamente de mis padres. Con los horarios infernales que había tenido todos estos años que trabajé dentro de una cocina, trabajar en un estanco me pareció música celestial en comparación. Tendría tiempo de diseñar y quizás podría llevar los dos trabajos a la vez.
Echaría de menos el estrés que se respira en l a cocina a la hora punta, las prisas o incluso al chef cantando las comandas. Ese frenesí era lo que me hacía querer, no dejar que la prisa o el agobio me dominará y mermará mi trabajo y pudiera sacarlo adelante lo más rápido posible.
Yo,por suerte, además de hacerlo por necesidad, lo hacía por devoción. Amaba la cocina y todo lo que la rodeaba, pero también tenía el sueño de tener mi propia empresa, por lo que colgué el mandil y me dispuse a ser la mejor en mi nuevo trabajo.
Natalia, la chica que me habló sobre la oferta de trabajo,me dio la dirección del estanco y fui a llevar mi currículum y así conocer al dueño y poder convencerlo de que era la indicada.
Tras la breve entrevista, me dijo que ya me llamaría. Me temí lo peor. Es cierto que sin experiencia y tras esa respuesta ya pensaba que estaba todo perdido.
Febrero avanzaba rápido y yo seguía sin trabajo y sin planes para el catorce de febrero. Hacía años que ese día no tenía un significado para mí, siempre lo había pasado trabajando. En realidad siempre pedía trabajar esa noche. Total, no tenía ningún plan mejor y este año el destino quiso que nada cambiara. Recibí una llamada del dueño del estanco;
-¿Manuela sigues interesada en el trabajo?
¡vaya pregunta tiene!
-Sí, sí claro, interesadísima.
-Pues el jueves te espero a las nueve aquí, espero que no tuvieras planes para san Valentín. _si tú supieras...
-No hay problemas, allí estaré.
- Ay hija, que alegría, mi mujer te lo agradecerá seguro.
¡Qué alegría, que alboroto! , gritamos mi padre y yo al unísono tras contarle la noticia del nuevo trabajo a mis padres. Esa era una frase muy típica de mi madre y como sabíamos que ella la diría, nos adelantamos y la dijimos primero muertos de la risa.
¿Qué decir de mi madre? Tenemos una relación tan buena, aunque no siempre fue así.
Cuando volví de nuevo a casa tras un tiempo trabajado fuera de España, me costó volver a acostumbrarme a la rutina de casa,a sus normas y a volver a vivir con mis padres de nuevo.
Cuando vivía sola no tenía que pensar dónde dejaba las cosas en mi casa, no había nadie que pudiera ver o tocar mis cosas. Por eso, cuando regresé a la casa familiar, no pensé demasiado a la hora de dejar encima del escritorio de mi cuarto, a plena vista, una carta diregida a mí  novio. En esa época era estúpidamente romántica y claro, eso trajo consecuencias negativas en la relación entre mi madre y yo.
La dichosa carta no era mas que un recordatorio escrito de todos los momentos que había vivido con Carlos. En un arranque de sentimentalismo y nostalgia, decidí llenar de besos el sobre. He de decir que antes me había pintado los labios de un rojo intenso. Creo que, por eso, mi madre tuvo la imperiosa necesidad de abrir y leer, claro, esa carta.
Al recordarme dándole besos a un sobre, con los labios llenos de pintalabios, sentía bastante vergüenza ajena de mi misma. Si pudiera volver a ese momento, frente al espejo. Me daría a mí misma sopapos hasta retroceder y evitar estampar todo el sobre con mis besos. Fue una decisión que luego me daría muchos quebraderos de cabeza.
Si no hubiera dejado tan. A la vista esa carta, quizás mi madre la fisgona, no habría tenido curiosidad por saber más sobre el contenido de ese extraño sobre.

El perdón llega de tus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora