•Capitulo 47•

12 1 0
                                    

Pierce Colliens

Me despierto con una sensación perturbadora que nunca antes había experimentado. Es como si fuera un aviso de algo sombrío, un presentimiento vago que me consume por dentro. Hace años, sentí algo parecido cuando mi padre sufrió un infarto mientras manejaba. Afortunadamente, no pasó a mayores, pero esta sensación es diferente, más intensa y inquietante.

No he recibido ningún mensaje de Elena esta noche, lo cual es inusual ya que siempre se toma el tiempo de escribirme aunque esté agotada. Su silencio me preocupa y me hace sentir inquietud.

Decidí levantarme, tomar una ducha y bajar a desayunar. Mis padres no estaban como de costumbre, por lo que desayuné solo. Llamé a Elena para preguntarle por qué no había escrito y me pareció extraño que no me respondiera.

Esto nos está preocupando, amigo. Si la dejé anoche en su casa en perfecto estado, con una sonrisa en el rostro cuando se despidió de mí, no entiendo. En ese momento, recibí una llamada de Verónica ¿cómo es posible que ahora Verónica esté llamándome? Ella nunca me llama.

Contesto la llamada.

—Hola, Verónica, ¿cómo estás?

—Pierce, dime, ¿Elena está contigo? —la voz de Verónica sonaba preocupada.

—¿Qué? —exclamé confundido.

—¿Elena está contigo, verdad?—me preguntó de nuevo.

—No, Elena no está conmigo. ¿Qué le ha pasado a Elena?

—No está contigo, dime la verdad, no juegues.

—No, anoche la dejé en su casa. Dime qué le ha pasado a Elena, Verónica.

—¡No puede ser! ¿¡Dónde está mi hermana!?.—se dijo a sí misma.

—¡Dime de una maldita vez qué está pasando!

—Pierce, Elena no está en su casa. Su madre ya llamó a mi padre esta mañana muy preocupada porque Elena no estaba en casa.—me dice.

Cuando Verónica dice eso, el teléfono se me cae de las manos. Siento un dolor de cabeza horrible y me siento para no desmayarme.
Elena está desaparecida no está en su casa pero si yo la dejé ahí.

—¡Maldita sea, no la debía haber dejado sola!.—me digo a mí mismo.

—Pierce, ¿estás ahí? ¡Pierce!.—resuena la voz de Verónica, pero no le respondo. Estoy en shock. Ella cuelga, pero vuelve a llamar poco después. Marcos y Erick también llaman, pero no les respondo.

—Señor Pierce, ¿va a terminar de desayunar?—pregunta la sirvienta

—No quiero, llévese eso—respondo.

—Pero no ha comido nada—insiste.

—¡Que se lo lleve!—grito.

Tomo mi chaqueta y salgo de mi casa. Me subo a mi moto y me dirijo hacia la residencia de Elena.

Mi Elena, ¿cómo pudieron hacerte esto? La que está detrás de esto, Lucrecia, pagará muy caro.

En vez de ir a la casa de Elena, me dirigí a la mansión de Lucrecia. Al llegar, me bajo de la moto y toco el timbre. Me abre la puerta una sirvienta.

—¿Se encuentra Lucrecia?—pregunto.

—¿Quién la busca?—pregunta la sirvienta.

—Dígale que está aquí Pierce Colliens.

La sirvienta cierra la puerta y luego Lucrecia aparece.

—Pierce, mi amor, ¿qué haces aquí? ¿Has venido a visitarme?.

•Un amor incondicional•(En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora