*Capítulo 8: Ecos de un Crimen**

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El aula de historia estaba sumida en un silencio sepulcral, interrumpido solo por el sonido de nuestros pasos cautelosos. El profesor Gutiérrez yacía en el suelo, su cuerpo rodeado por un charco de tinta que se había derramado de un tintero antiguo. Los libros de historia, sus páginas abiertas como si intentaran contar la historia de su muerte, eran los únicos testigos de la tragedia.

"Esto es... es macabro," murmuró Sofía, su voz temblorosa reflejando el horror que todos sentíamos.

Tomás, con la mirada fija en la escena, añadió: "La tinta... es como si el asesino quisiera escribir el final de la historia del profesor."

Me acerqué para examinar el cuerpo, notando un papel en la mano del profesor. Era una lista de nombres, todos marcados con la misma fecha fatídica: **el 17**. "Esto no es una coincidencia," dije. "Es un mensaje."

Sofía se acercó, observando el papel sobre mi hombro. "¿Crees que el profesor sabía quién era el asesino?"

"Es posible," respondí. "Pero murió antes de poder contárselo a alguien."

Tomás examinó los estantes de libros, su expresión seria. "El asesino está jugando con nosotros, dejando pistas como si fueran piezas de un rompecabezas enfermizo."

La atmósfera del aula se había vuelto opresiva, cada sombra parecía albergar un secreto oscuro. "Tenemos que descifrar este mensaje," insistí. "Es la clave para atrapar al asesino."

Sofía asintió, determinada. "No dejaremos que la muerte del profesor sea en vano. Resolveremos este misterio, por él y por todas las víctimas."

Juntos, nos comprometimos a seguir la pista del asesino, sin importar a dónde nos llevara. La verdad estaba oculta en algún lugar entre las líneas de tinta y sangre, y nosotros la encontraríamos.

ValneblinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora