**Capítulo 38: La Última Jugada**

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El sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo de tonos carmesí, mientras Lian enfrentaba la mirada de su padre. "No puedo permitir que esto continúe," dijo Lian, su voz resonando con una mezcla de desafío y resignación. "Si mi sacrificio puede salvar a Sofía y poner fin a esta locura, entonces... entonces acepto mi destino."

Su padre asintió, pero en sus ojos había un atisbo de duda. "Hijo, tu amor por el pueblo y por Sofía te ha traído aquí. Pero recuerda, el sacrificio es un honor."

"El honor no reside en la muerte," replicó Lian, "sino en la capacidad de vivir y amar con valentía. Y si amar significa morir, entonces he vivido más que cualquiera de ustedes."

Antes de que pudieran proceder, Lian pronunció los nombres de los siete faltantes, revelando entre ellos al hijo del alcalde. El alcalde, al escuchar esto, se adelantó con furia. "¡Esto tiene que parar ahora! ¡Mi hijo no será parte de esto!"

El padre de Lian se mantuvo firme. "No podemos detenernos ahora. El destino de Valneblina está en juego."

La discusión se intensificó, las voces elevándose en un caos de emociones encontradas. Fue entonces cuando Trini, movida por un impulso de valentía, se abrió paso entre la multitud y liberó a Lian.

"¡Corre!" le susurró, empujándolo hacia la salida.

Con el tiempo en su contra y el culto en sus talones, Lian y Trini se adentraron en el bosque, llegando a un bote a la orilla del río. "Ve," dijo Trini, empujando el bote hacia la corriente. "Yo los distraeré."

Lian asintió, sabiendo que no había palabras para expresar su gratitud. Remó con fuerza, alejándose del viejo molino, de los gritos del culto, y de un destino que se negaba a aceptar. Al otro lado del río, una nueva vida lo esperaba.
**El Refugio del Destino**

Lian caminaba por la carretera, cada paso alejándolo más de la sombra del culto y acercándolo a la libertad. Las dos últimas horas del 17 de mayo se desvanecían como el eco de un mal sueño, y con ellas, la amenaza que había oscurecido su vida.

Al llegar a un motel de carretera, Lian se refugió en una de sus habitaciones, un santuario temporal mientras esperaba a Valeria, Tomás y Sofía. La ansiedad lo invadía, temiendo que los miembros del culto pudieran descubrir su paradero, pero el reloj seguía su marcha implacable hacia la medianoche.

Sentado en la penumbra, observaba por la ventana la otra parte del pueblo, dividido por el río, un símbolo de su propia vida partida en dos. Los últimos cinco minutos antes de las doce eran los más largos de su vida. Uno... dos... tres... cuatro... cinco... y entonces, la calma llegó.

Con ella, llegaron Valeria, Tomás y Sofía, sus rostros reflejando la misma mezcla de alivio y esperanza que sentía Lian. Habían escapado, habían sobrevivido, y ahora, al otro lado del río, comenzaban una nueva vida lejos del oscuro legado de Valneblina.

ValneblinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora