Valneblina

Capítulo 11: La Llave del Hotel**

El Hotel Valneblina, con sus paredes de piedra y sus pasillos que susurraban historias del pasado, era un monumento a los secretos del pueblo. Don Ernesto, su dueño, era un hombre de pocas palabras, pero sus ojos revelaban una profundidad que iba más allá de lo que mostraba su fachada estoica.

"Tenemos que hablar con Don Ernesto," dije, convencido de que él sabía más de lo que decía.

Sofía y Tomás estuvieron de acuerdo, y juntos nos dirigimos al hotel. El hombre nos recibió en el vestíbulo, su mirada inescrutable.

"Don Ernesto, creemos que usted puede saber algo que nos ayude a resolver estos asesinatos," comencé, tratando de leer su expresión.

Por un momento, pareció que iba a negarlo, pero luego sus hombros se hundieron, como si la carga de sus secretos fuera demasiado pesada para seguir llevándola solo.

"Es cierto," admitió con un suspiro. "He visto cosas... cosas que nadie más ha querido ver. La historia de Valneblina es más oscura de lo que cuentan las leyendas."

Nos llevó a su oficina, donde sacó un cajón lleno de recortes de periódicos, fotografías antiguas y cartas descoloridas. "Mi abuelo fue uno de los fundadores de este pueblo," explicó. "Y él sabía que algo malvado se había arraigado aquí desde el principio."

Mientras examinábamos los documentos, Don Ernesto narró una historia de pactos olvidados y venganzas ancestrales. "El patrón de los asesinatos... es un ciclo que comenzó hace más de un siglo," dijo. "Y cada generación ha tenido que enfrentarlo."

"¿Pero por qué no ha dicho nada antes?" preguntó Sofía, su voz llena de frustración.

"Por miedo," respondió Don Ernesto. "Miedo a ser el próximo en la lista del asesino. Pero ya no puedo quedarme callado. Es hora de que los secretos salgan a la luz."

Con la información que Don Ernesto nos proporcionó, las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar con una claridad escalofriante. Valneblina no solo era el escenario de una serie de crímenes; era el epicentro de una maldición que se extendía a través del tiempo.

"Gracias, Don Ernesto," dije, sintiendo una mezcla de gratitud y determinación. "Con su ayuda, pondremos fin a esto."

El hombre asintió, su mirada finalmente encontrando algo de paz. "Es todo lo que quiero, Lian. Que Valneblina pueda descansar."

Nos retiramos del hotel con un nuevo sentido de propósito. La verdad estaba al alcance de la mano, y yo, Lian, junto con mis amigos, estaba listo para enfrentar el pasado y liberar a Valneblina de sus sombras.