*Capítulo 18: El Adiós y la Voz de los Silenciados**

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El cielo de Valneblina estaba cubierto de nubes grises, como si el propio firmamento compartiera el luto del pueblo. La comunidad se había reunido para despedir a Don Ernesto, cuya vida había sido arrebatada por un acto de violencia sin sentido.

En la ceremonia, el jefe de policía, padre de Lian, se acercó al podio. Su voz, aunque firme, llevaba un matiz de tristeza que rara vez mostraba. "Hoy no solo lloramos a Don Ernesto," comenzó, "sino a todas las almas cuyas voces fueron silenciadas por actos de crueldad. A aquellos cuyos asesinatos quedaron sin resolver, a los que se les negó justicia. Que este homenaje sirva para recordar que no están olvidados, que su memoria vive en nuestra búsqueda incansable de la verdad y la paz."

Lian, de pie entre la multitud, sentía una mezcla de dolor y rabia. La impotencia de no poder atrapar al asesino lo estaba consumiendo. Sofía, notando su tensión, se acercó y le tomó la mano. "Lian, debemos mantener la calma," susurró. "Perder el control es lo que el asesino quiere."

Lian miró a Sofía, encontrando en sus ojos un refugio de serenidad. "Tienes razón," admitió con un suspiro. "Pero cada día que pasa, siento que se nos escapa."

Sofía apretó su mano con más fuerza. "Lo atraparemos, Lian. No importa cuánto tiempo tome, no dejaremos que siga lastimando a nuestro pueblo."

Mientras las palabras del jefe de policía resonaban en el aire, prometiendo justicia para los caídos, Lian y Sofía se aferraban a la esperanza y al compromiso de seguir adelante, de ser la voz de los que ya no podían hablar. Valneblina se unía en el dolor, pero también en la determinación de poner fin a la cadena de tragedias que había ensombrecido sus días

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