CAPITULO 14: Muerte

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16-02-2028. 11:57.... 11:58am

Habían pasado exactamente nueve minutos desde que dejamos la camioneta. De hecho, si mirabas hacia atrás se lograba ver todavía, a lo lejos.
La mano me temblaba tanto que por un momento creí que mí pequeño reloj se iba a escurrir de entre mis dedos; lo guardé antes de que eso sucediera.
De acuerdo con el mapa caminábamos por la 101 en dirección a Ciudad Victoria (las múltiples interrupciones nos seguían reteniendo en Tamaulipas).
Con el sol en su punto más alto, las sombras prácticamente desaparecían bajo nosotros como cubriéndose del maldito calor, dejándonos expuestos a las quemaduras en la piel.
El silencio que guardábamos me parecía irritante a cada segundo que pasaba. Me obligaba a estar solo en mi mundo mental y en éstos instantes no había más que dolor y culpa en ése sitio.
«Traigan sus cosas, Gus me ayudará con los últimos.
Seguro?
Claro»
La maldita escena no paraba de repetirse en mi cabeza una y otra y otra vez. Sin descanso.
«Eres un pendejo» me dije.
Si tan solo no le hubiera dicho nada de éso, ella no habría bajado de la camioneta y hubiera quedado resguardada junto con los demás... y no muerta, tirada en un estacionamiento de un lugar por el qué nadie iba a cruzar.
«Por mí culpa»
Me sentía tan estúpido cargando el fusil con el que no hice nada al respecto. Parecía que a dónde quiera que iba alguien acababa sin vida.
Mi razonamiento me llevó a qué algo había en común con todos esos sitios y esas personas...
«Yo»
Esas personas me ayudaban o se acercaban a mí de alguna forma... y luego solo se iban.
Dios me castigaba por todo lo malo que había hecho o el maldito tipo con la hoz me seguía, burlándose, escondiéndose para que no viera quien era el siguiente que se llevaría por causas que me involucraban de algún modo.
Cómo pude ser tan estúpido, por qué no oí el motor de la Hummer o por qué no reaccioné antes de que dispararan a esos chicos. Me sentía tan asqueroso, tan enfermo de lo que era (fuera del sudor y del hecho de que no me había bañado en casi dos días).
Por sí fuera poco, recordé haberle dicho que le ayudaría a encontrar a su padre. Después de todo lo que había pasado y de pensar que no podría ponerse peor.
Maldito mundo de piedra.
«Mierda, mierda, MIERDA!!!»
No paraba de pensar que yo era la puta razón por la que todo ésto sucedía y no dejaba de oir su voz.
«Deje que muriera, murió por mi culpa»

Más adelante se veía un anuncio grande y hermoso para el que lo viera.
Era de un hotel cercano.
«Junto al lago al parecer» pensó José, ya que esa palabra estaba presente en el cartel. Pensó en lo cansado que estaba, «lo cansados que están todos» se corrigió. Se le ocurrió que podría haber comida, habitaciones cómodas y claro, personas que los podrían ayudar. El único problema era que tenían que desviarse de la ruta original  que los llevaba a Ciudad de México; así que, habló al respecto.
En todo el tiempo que llevábamos caminando él fué el primero en decir algo (en voz alta al menos). Mencionó lo que había pensado y también ése único inconveniente de salir del camino. Pocos aceptaron de inmediato (sus amigos principalmente, siempre estaban de acuerdo con él), otros analizaron la idea poco convencidos hasta que Raúl planteó los posibles beneficios que tendríamos y no tuvieron problema en aceptar aquella opción.
Yo solo me límite a asentir con la cabeza.
Cuando todos estuvimos de acuerdo, nos pusimos en marcha hacía el hotel. A un paso más apresurado está vez.
Ahora estábamos concientes de que no solo nos seguían, si no que no se conformarían con solo capturarnos. Buscaban acabar con nosotros, sin excepciones.
Los pies comenzaron a dolerme y no pareció castigo suficiente por lo que hice.
Por esa misma ruta del lado izquierdo, apareció un alambre de púas con el que estaba cercado un terreno baldío. Éste, estaba amarrado a troncos bastante viejos, enterrados en la tierra para quedar fijos al suelo. Por un momento me ví pasando la mano sobre aquel alambre como un niño que se sostiene del barandal de unas escaleras mientras va poniendo un piesito en cada escalón. Pensé en como pasaría cada púa bajo la palma de mi mano, haciendo cortes profundos e imaginé grandes gotas de sangre cayendo en la tierra con un golpe seco mientras seguía caminando, casi podía oir que pasaba éso. La fantasía acabó en cuanto la cerca se terminó y seguímos de largo.
Noté que las charlas se habían retomado pero en leves susurros apenas audibles. Escuché mientras vagaba entre pensamientos algo sobre la ojiva que había explotado en la costa Este de Estados Unidos hace menos de un año, aquella voz se preguntó que tan afectados por la radiación habían quedado las personas cercanas a la explosión (voz que no pude reconocer hasta el momento).
El anochecer de ése nuevo día se acercaba y comencé a temblar por frío otra vez, haciéndome recordar que dejé atrás mi sudadera en ese patético intento de simbolismo.
Necesitaba un maldito suéter pronto o el dolor de garganta empeoraría.
En un momento dado Eli volteó a verme.
Iba más adelante con una niña pequeña tomada de su brazo. La ví cuando nuestras miradas se cruzaron brevemente.
Desde su punto de vista mis ojos le dijeron que algo andaba mal. En sus labios leí un «estas bien?» y asentí tratando de sonreír un poco, pero al hacerlo solo había confirmado sus sospechas.
Le habló a Gustavo y le dijo algo que no pude oír, incluso pensé que no se trataba sobre mí.
Me imaginé disparándome con mi propio fusil, al menos así ya no les estorbaría.
«Ya no provocaría la muerte de nadie más»
Llegó el tiempo en el que no veíamos lo que había frente a nosotros  y tuvimos que usar las linternas para no tropezar con alguna piedra.
Caminamos unos kilómetros más y llegamos al camino de entrada. Poco después al hotel. Hubo estallidos de alegría cuando todos vimos dos vehículos estacionados en la entrada.
Iluminados bajo el haz de luz observamos un Ford Focus color rojo y una enorme Sprinter de Mercedes Benz.
- Deberíamos irnos ya, no? -dijo Gus en tono preocupado.
- Sería mejor que revisaramos que hay adentro, y quizá... pasar la noche aquí. Si están de acuerdo, claro -propuso José.
- No sé ustedes, pero yo estoy cansado -añadió Roberto.
Él y José se dirigieron a la entrada. Los observé sin interés. Tenía más curiosidad por lo que había más allá del vidrio sucio que era la puerta. Raúl tomó una piedra, parecía harto de ver cómo sus amigos se tardaban en averiguar cómo abrir la cerradura. Se acercó a ellos con pasos largos, veloces y arrojó la piedra contra el cristal.
Me imaginé una alarma ensordecedora en ése instante, pero nada sucedió.
La puerta se quebró con un fuerte chasquido, dejando solo el marco y los vidrios rotos esparcidos dentro y fuera del vestíbulo.
Raúl miro a José directo a los ojos, bromeó con él haciendo un gesto con la mano para que entrara.
- Primero las damas.

Pateé la puerta hasta que cedió y se abrió finalmente. La imagen completa de lo que sería mi habitación durante nuestra estancia en el lugar no se veía tan mal.
Un cuarto sencillo con una cama, un armario, un pequeño sofá y su propio baño.
José y los demás habían ido a ver qué encontraban y yo, sintiéndome agotado me fuí a descansar.
Me acerqué a la cama sin encender las luces, dejé mi mochila a una lado y al fusil lo recargué contra la pared.
Me acosté sin quitarme las botas.
La cobija estaba fría, pero de algún modo me tranquilizo aquella sensación. Mis párpados fueron cerrándose, hasta que escuché que tocaban a la puerta (aún abierta).
Levanté medio cuerpo del susto, estaba por pararme...., pero Gus me hizo un gesto con la cabeza para que no me molestara en hacerlo.
Suspiré con cierto alivio.
- Perdón si te asusté -se disculpó él.
- No te preocupes.... Que... que necesitas? -le pregunté.
- Tú hermana me pidió que hablara contigo hace rato -me explicó- Estás bien, hermano?
- Si..., es solo que estoy cansado.
Me acomodé de nuevo en la cama y le dí la espalda para que no pudiera ver mí expresión dolida.
- Pasamos por algo.... malo -hizo una pausa- No conocía a ése chico pero... estoy seguro de que tenía una vida por delante -suspiró- Y si tenía familia? -su voz se quebró al formular la pregunta- No quisiera acabar cómo él -titubeó- Sé que empezabas a conocer a Vanesa.... -comenzó a decir. Me sorprendió que lo dijera y empecé a sentir ése hueco en el pecho del que me había olvidado por unos minutos.
No quería que continuará con el tema, así que le dije un «Hasta mañana» con el tono más alto de lo normal para que supiera que debía irse.
Lo entendió muy claro.
- Bien.... Te veo mañana.... Supongo. Creo que yo me quedaré otro rato despierto.
Acto seguido abandonó la habitación.
Pasé el resto de la tarde tratando de dejar mi mente en blanco hasta que pude dormir profundamente.

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