CAPITULO 30: Puntos de vista C

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                              ELIZABETH

El miedo me inundaba mientras pensaba lo que haría una vez estuviera fuera de la camioneta. Temía equivocarme y temía por mí hermano...
- Ya -ordenó José a mí lado, dió un último vistazo a su arma y abrió la puerta.
Era mi señal.
La mano me tembló sobre la manija y la puerta se movió sin necesidad de aplicar fuerza. Creí no sentir las piernas en el momento en que estás tocaron el suelo, pero ahí seguían.
Instintivamente me agaché cuando los primeros disparos comenzaron.
Me giré para mirar adentro; Mariana era la primera que iba a bajar. Le ayudé a hacerlo.
- Agáchate y quédate junto a mí.
En su rostro ví lo mismo que sentía, estaba por llorar y yo tenía la misma necesidad; sin embargo, no lo hice. Todo pareció tan lento y me daba la impresión de estarme tardando más de lo que debía. Bajé a Sebastián que se quedó junto a Mariana y luego a Joseph que rodeó el asiento del copiloto con facilidad.
- Sigan!, sigan! -pidió Sandra- Ahora los alcanzo, sigan!
Le dimos la vuelta a la puerta. Una señora paso corriendo en el carril derecho y la imitamos, al igual que muchas personas que pretendían alejarse del tiroteo.
Corría con los niños al frente, agachada de forma incómoda, empujándolos de vez en cuando para que no se detuvieran.
«Es para llegar más rápido, a un lugar donde estén seguros» me repetía mentalmente ante la gran sensación de desesperación que sentía con cada empujón. Nos fuimos alejando seis, siete carros. Bajaba la cabeza por instinto con cada detonación, seguida de vidrios saltando por todas partes. Sandra ya estaba detrás de nosotros cuando gritó:
- Escóndanse, agáchense! -y nos empujó al frente de una camioneta familiar. Ella disparaba a algo.... o mejor dicho ha alguien, mientras que yo trataba de cubrir a los niños con mi cuerpo. Cerraba los ojos con fuerza. No había sentido tanto estrés ni tanta ansiedad como en aquel instante.
- Ya está - dijo Sandra, tocando mí hombro- Vámonos, vámonos! -cambió el cargador en su pistola.
Joseph salió corriendo por la orilla sin esperarnos, Sandra le grito que se detuviera pero él pareció esfumarse. Fuimos a seguirlo de la misma forma, avanzando más y más. Se oían gritos y de pronto una ráfaga de balas impactaron en el auto junto al que pasamos. Me agaché soltando un grito y Sandra respondió al fuego. Fueron los últimos que escuché antes de que nos sumiéramos en un silencio horrible e inquietante. Pedía que por favor no le sucediera nada a mí hermano ni a los demás. Luego un silbido atravesó el cielo dejando una fina línea blanca sobre él. Destruyó algo en el aire convirtiéndolo en una bola de fuego. El sonido de la explosión llegó unos segundos después a nuestros oídos y vimos un avión pasándonos velozmente por encima.
- Carajo -murmuró Sandra.
- Que fué éso? -pregunté.
No hubo respuesta.
- Corramos, nos falta poco.
- Quiero que corran lo más rápido que puedan, okey? -les pedí ha ambos niños- Ahora.
Está vez lo hicimos sin agacharnos; a ésa distancia ya no importaba. Tomé la mano de Mariana y la alenté a qué no se detuviera.
Sudábamos bajo el intenso sol del día.
Y llegamos. Lo supe hasta que ví a los soldados, correr hasta nosotras. Uno se acercó y nos dijo:
- Sigan, tienen que alejarse de aquí.
- Tienen que ayudarlos -pidió Sandra- Nuestros amigos siguen allá, peleando.
- Sigan caminando! -repitió él sin hacer caso.
- Ayúdelos! -le grité.
Lloraba y me sentía exhausta.

                                    JOSÉ

No podía evitar sentirlo, sentir éste miedo que me invadía tan lento. Sí no abría ésta puerta me quedaría aquí y nos matarían a todos.
- Ya -dije, más para mí que para Elizabeth. Revisé mí fusil, todo estaba en orden con él. Apreté la manija y salí.
El sol resplandecía en lo alto y el calor en mí cuerpo incremento. No precisamente por la misma razón.
Mí mirada se cruzó con las dos personas del auto a mí derecha. Dos mujeres, una señora que se acercaba a los sesenta y la otra chica tenía alrededor de veinticinco. Ambas miraron con terror el fusil que empuñaba. Lo siguiente que observé fue las puertas de la Hummer, abriéndose. Fué entonces que aproveché los pequeños segundos que aún teníamos con el factor sorpresa; aún con toda la gente que me miraba sorprendida y que probablemente quedarían entre el fuego cruzado. La sostuve firme contra mi pecho y mí dedo se deslizó varias veces sobre el gatillo.
El caos había comenzado y no había como pararlo, al menos no con ambos bandos intactos.
Las balas impactaron el parabrisas y las ventanas laterales, haciendo que el enemigo se agachara y retrocediera. Conté a los soldados que alcancé a ver.
A mí alrededor la gente gritaba, salían de sus coches y huían, otros más intentaban escapar del campo de batalla con sus autos, provocando choques, siendo presas del pánico. Enseguida me oculté frente a un Nissan gris (dónde habían estado las dos mujeres antes) y usé a mí favor la protección que me brindaba el motor del mismo. Me apoyé sobre el cofre y seguí a la espera de que alguno de ésos imbéciles se asomara.
De la camioneta ya estaba saliendo Sandra, por el otro lado, Raúl se preparó para disparar desde el asiento en el que había estado sentado hace un minuto. Y los demás también bajaron del vehículo.
Cometí el error de apartar la vista de los objetivos y mientras miraba a mí grupo se habían organizado para avanzar de diferentes lugares. Ví moverse a uno de frente hacia mí posición y disparé contra él; se ocultó de inmediato.
Raúl le dijo algo a los chicos, me hizo un gesto con la cabeza y atacamos.
Los casquillos caían al suelo, unos tras otro.
- Son seis! -le grité a mí amigo- Avanza!
Lo hizo sin poner objeciones y retrocedió. Apunté el arma de izquierda a derecha; moviéndome con ella como si fuera una extensión de mi cuerpo. No había nada y decidí retroceder junto con los otros, caminando de espaldas.
- Yo te cubro, muevete -dijo Luis a mis espaldas y jalo del gatillo un par de veces, al igual que Gustavo, que estaba un carro más atrás, pegado a la orilla de la carretera.
Nos habíamos dispersado al igual que el enemigo. Con tres carriles llenos de autos, dos espacios entre ellos para caminar hacia atrás y con ambos extremos libres para correr. Solo quedaba cubrir la orilla junto al sentido contrario; ahí me coloqué.
Los estallidos continuaban de ambos bandos, disparé un par de veces más y cambié el cargador. Había gritos, gente resultaba herida por alguna bala perdida y los vidrios se rompían. Un enemigo se acercaba y lo acribillé a través de las ventanas de una Cherokee roja. Cayó al suelo y no se levantó más.
- Mierda -exclamó alguien de mí lado. Solo alcancé a ver un auto con las puertas abiertas antes de lanzar otra ráfaga. Me agaché, cambié el cargador y me palmeé el bolsillo para sentir el último que me quedaba. Alguien gritó mientras lo hacía, lo reconocí aún sin verlo siquiera y corrí hasta él, esquivando los autos y a una mujer sangrando en el suelo. Carlos ya estaba con Raúl. Estaba recargado contra un auto, se quejaba y apretaba los dientes. Ví el agujero en su pierna, chorreando sangre.
- Carajo! -gritó él.
- Le dió uno de esos bastardos -explicó Carlos- Creo que Sandra le disparó desde más adelante.
- Llévatelo! -añadió Luis- Yo los... -hubo disparos y se obligó a hacer una pausa. Lo miré, parecía estar bien.
- Yo los cubro -terminó de decir- Carlos, tú cubréles la espalda!
Nos pusimos en movimiento y ayudamos a Raúl a ponerse en pie. Se quejaba del dolor pero siguió sin rendirse. Pasó su mano por mis hombros y recargó su peso en mí. Caminamos con torpeza, Carlos nos seguía el paso. Y se produjo en ése mismo instante una explosión en el cielo, un jet de la fuerza aérea pasó sobre nosotros. Sin darle importancia seguimos y seguimos.
- Tengo que llevarte con tu mamá -dijo Raúl, respiraba agitadamente y trató de reír.
- Lo harás, amigo.
Llegamos con más soldados. Le ordenaron a Carlos que soltara su arma igual que a nosotros, mientras la balacera continuaba allá atrás.

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