CAPITULO 21: 719km

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Mariana tenía tan solo ocho años. Fue lo único que me dijo antes de llegar al comedor y ver qué los otros niños estaban jugando. De inmediato soltó mi mano y se reunió con ellos.
Ahí en el comedor ya se encontraban casi todos, solo hacía falta José.
Gustavo ayudaba a Roberto a juntar un par de mesas mientras que Carlos, Sandra y Raúl acomodaban las sillas que usaríamos. Sandra fue la primera en vernos entrar y en preguntarnos:
- Cómo durmieron?
- Bien -contestamos al unisono.
- Lo de ayer fue divertido, no? -comentó Gus y añadió- Sandra pensó que estaría bien que nos sentáramos juntos a desayunar.
- Me parece bien -concordó José, apareciendo por el mismo pasillo del que veníamos nosotros. Se le veía el cabello corto un poco húmedo por la ducha reciente que había tomado.
- Pues empezemos ya, tengo hambre -agregó Raúl.
Dicho éso, nos sentamos todos. Había leche y galletas; complementamos con los duraznos en almíbar e hizo que el desayuno parecía un manjar. Conversamos, reíamos, nos poníamos serios y volvíamos a reír.
Me cruzó el pensamiento de que luego de un largo tiempo con una mesa para Gus y para mí donde estábamos solos, era muy reconfortante tener a más personas en la misma.
- Fue agradable comer algo con ustedes, aunque aún los considero un montón de desconocidos -comenzó a decir José cuando habíamos terminado, nos reímos con el comentario- Pero...-continuó él-.. ya tenemos que irnos. Revisé la gasolina de nuestro transporte y no es la suficiente como para llegar a nuestro destino; así que, aún nos quedará mucho camino por recorrer.
- Puta madre -susurró alguien.
- Empezemos a recorrerlo lo antes posible -finalizó el chico.
Nos levantamos y fuimos a hacer nuestras cosas respectivamente. Antes de ir a mi habitación noté que los niños llevaban ropa distinta a la de ayer. Me pareció curioso.

Cuando salí ví que ya estaban algunos arriba de la Mercedes. Soplaba un aire caliente esa mañana, sin señal alguna de nubes en el cielo.
Busqué a Eli pero al parecer todavía no había salido.
Así que la esperé en la entrada.
El Ford tiroteado y destrozado me trajo las ahora vergonzosos imágenes de cuando tuve el ataque de pánico. Era la primera ves que me pasaba con tal intensidad y no tenía intención de repetirlo.
La voz de los niños me llegó y me regresó al presente.
- Rápido Eli, hay que subir -exclamaba uno de los chiquillos.
- Ya voy, ya voy. Adelántense ustedes.
Al decir éso, los tres se echaron a correr rumbo al vehículo, con sus mochilas agitándose en sus espaldas.
- No se vayan a caer! -les gritó ella cuando llegó y se detuvo junto a mí.
- Todo bien? -le pregunté.
- Sí, son unos niños... con mucha energía.
- Quería preguntarte sobre algo. No es nada importante pero igual tengo curiosidad.
- Sobre qué?
- Ví que los niños tienen puesta ropa distinta a la que tenían ayer.
- Ah, pues ellos tienen otras cosas en sus mochilas, mudas de ropa principalmente. No son como las que nos dieron a nosotros.
- Claro -volteé a ver la entrada del hotel- Voy a extrañar esté lugar, sabes.
- Vienen o qué?
Desde la puerta de la Mercedes apareció Gustavo, un tanto impaciente por irnos.
Eli y yo cruzamos una mirada, sonreímos y caminamos hasta él.
- Que desesperado eres -le dije a mi amigo- Muevete que estorbas.
- Cállate -me contestó en broma y se quitó de las escaleras.

Salimos a la carretera en la que nos desviamos el día anterior (decisión que había valido la pena en muchos sentidos).
Y avanzábamos nuevamente por la 101. Pero ahora me era desconocido el camino por el que iríamos. Entonces saqué el mapa de mí mochila y me acerqué a nuestro conductor.
- Te digo por dónde? -le ofrecí mientras desdoblaba el papel.
- Espera -me detuvo él- Está cosa tiene GPS -alargó la mano hasta una pantalla y empezó a tocar botones al azar hasta que encendió.
- Nombre su destino -habló una voz femenina un poco robotizada (en la pantalla aún no aparecía nada).
- Ah.... Ciudad de México -respondió José detenidamente y sin apartar la vista del camino.
- Trazando ruta.
La pantalla se iluminó y apareció en ella el mapa de la república. En él se marcó el camino que debíamos seguir.
- Está es la ruta más rápida debido al estado del tráfico -continuó la señorita del GPS- Siguiendo la ruta trazada y manteniendo la velocidad actual llegará en nueve horas y veintiun minutos a su destino. Distancia: setecientos vein... Setecientos diecinueve kilómetros -se corrigió al concluir.
- Wow! -exclamé con exagerado movimiento de labios.
- Está chido, no?
- Creí que tendríamos que cruzar Hidalgo, pero parece que iremos más cerca de la costa.
- Así es -confirmó José- Ahora toma asiento y disfruta del viaje.
Le hice un saludo militar y respondí:
- Cómo diga, capitán.
El asiento que tomé era de los primeros dos que estaban del lado derecho, junto a mí estaba Carlos que observaba hacia la ventana sin decir nada. Se acomodó los lentes y me observó un segundo, luego se volvió hacia el paisaje que nos rodeaba.
Me recosté y sentí lo cómodo que era el lugar.

Me dí cuenta al poco tiempo de que no quería permanecer en silencio todo el viaje; así que, miré hacia los demás asientos cómo buscando algo interesante.
Me puse a pensar que Raúl estaba con José durante el ataque, entonces no tenía caso que me hablara al respecto; ya conocía su historia. En la tercera hilera del otro lado estaba Sandra, le había tocado sentarse en el pasillos junto a Gus.
- Oye, Sandra. Psss -la llamé.
Ella volteó.
- Te molesta si te pregunto, qué te pasó durante el ataque?
- Para nada.
Era incómodo estar mirando de lado así que me arrodillé sobre el asiento para mirar por encima de él. Desde ahí tuve una vista completa del grupo.
- Vivía allá en Monterrey con mis abuelos -comenzó a contar- Mí tío estaba de servicio en la base. Él es piloto. Se llevó a mis abuelos a la ciudad junto con más personas y me dejó para que ayudara con los demás sobrevivientes hasta que él volviera. Desde mí casa solo escuché las explosiones pero no me pasó nada. Y pues ya.
Me quedé un poco confundido por la manera en que lo contó (rápido y ordenando los hechos de forma distinta a la lineal). Pero las partes que entendí me dejaron.....
- No... -empecé a preguntar con lentitud-.. No venía tú tío en uno de esos helicópteros?
- Lo mandaron a otro lugar y no pudo venir él.
- Que suerte tuvo -dije yo, un poco aliviado.
A mí lado, Carlos se puso en la misma posición para prestar atención a la historia. Me giré hacía él y le pregunté:
- Y a tí que te ocurrió?
Desvío la mirada y se quedó mirando un punto en la nada. No lo ví, pero él estaba pensando en un cadáver, sangre en sus manos y un grito que irradiaba tanto dolor.
- Aún no estoy listo para contarlo -me comentó mientras se acomodaba de vuelta en su lugar.
- Bueno. Algo más que alguien quiera compartirme?
- Mejor cuenta lo que te pasó a tí -propuso Raúl.
- Sí, yo quiero saber porque enloqueciste anoche -añadió Roberto en tono de broma.
- Entonces tendré que empezar desde el principio -respondí sonriendo.
Les conté lo que nos habían dicho sobre nuestro abandono en el centro (algo que ya no recordaba tan claro por el paso del tiempo), les hablé de como conocí al que ahora consideraba mi hermano y las mejores travesuras que habíamos hecho. Noté que Gus miraba a Sandra cada vez que hablaba sobre nuestras diabluras y se reían juntos. Él y Elizabeth me corregían o daban su punto de vista de algunas situaciones que vivimos. Un tiempo después llegué a la parte en dónde teníamos pensado fugarnos y lo mal que había resultado el plan cuando choqué el Jetta.
- Confundí los malditos pedales en ése primer intento.
- No mames -me dijo José mientras se reía desde el asiento del conductor.
Seguí con la anécdota del ataque, lo resumí bastante para no recordar detalles desagradables.
- Y éso nos llevó a ésto. Es muy buena historia, no creen? Debería escribirse sobre ésto.
- A mí me daría wueba leerla -comentó Roberto.
- Pues te perderías de mucho.

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