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Voy a llegar tarde al trabajo, quiero morir.... si no es que me mata mi jefe antes.

Apresure el paso, haciendo lo posible para llegar lo antes posible y no recibir más regaños de lo habitual.

Con el corazón latiendo con fuerza, apresuré más rápido el paso por las calles congestionadas, sintiendo el peso de la ansiedad en cada paso. Al llegar a la cafetería, ahí estaba mi jefe.

—¡Yasmin! ¿Sabes qué hora es? - gritó mi jefe con furia.

——Lo siento, tuve un contratiempo en el camino...- respondi con voz temblorosa, anticipando la tormenta que se avecinaba.

—¡Contratiempo! Esa es la misma excusa que das cada vez. Ya estoy harto de tus retrasos. Si sigues así, te aseguro que no tardaré en bajarte el sueldo. ¡No puedo tolerar esta falta de responsabilidad, eres una buena para nada!-  vociferó, sin mostrar nada de compasión.

Baje la mirada, sintiendo cómo el peso de las palabras me golpeaban con fuerza. Respire hondo, tratando de mantener la compostura mientras luchaba contra las lágrimas que amenazaban con brotar. La sensación de impotencia y humillación me invadía.

—¡¿Que esperas Yasmin?! ¿Vas a quedarte ahí parada como estúpida? Todavía de que llegas media hora tarde, no haces tú trabajo, excelente

—Lo siento, haré todo lo posible por mejorar. No volverá a suceder —murmuré, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con escapar.

—¡Yasmin! ¿puedes ayudarme con algo? - dijo Fátima mientras me jalaba del brazo y me llevaba a la cocina.

—Yasmin, ¿Por qué dejas que te trate así?, no está bien - dijo la chica mientras me veía con compasión, o tal vez lástima...

—Perdón- murmure - Lo siento, Fátima. Es solo que... no sé qué hacer. Necesito este trabajo y... - dije, luchando por encontrar las palabras adecuadas para explicar mi situación.

—No estás sola en esto, ¿si? —respondió

—De verdad, muchas gracias - le dije mientras la abrazaba y las lágrimas salían de mis ojos.

...

—Esto es para mesa 2 y esto para mesa 7 - dijo mi compañera de trabajo mientras me daba los platos.

Después de recibir los platos de mi compañera, me encaminé hacia las mesas con determinación, tratando de dejar atrás la angustia que me había invadido momentos antes.

Al llegar a la mesa 2, sonreí con amabilidad a la cliente y coloqué los platos frente a él con cuidado.

—Aquí tiene su orden, ¿hay algo más en lo que pueda ayudarla? —pregunté con voz suave

—Por ahora todo está bien, muchas gracias señorita - dijo con amabilidad la señora

Después de atender a la mesa 2, me dirigí con determinación hacia la mesa 7. A pesar de la tensión que había experimentado momentos antes, me esforcé por mantener una actitud profesional y amable.

Al llegar a la mesa 7, noté a un cliente mirando distraídamente su teléfono. Un hombre que a simple vista llama demasiado la atención. Con una sonrisa cálida, coloqué los platos frente a él con cuidado y esperé un momento antes de dirigirme a él.

—Aquí tiene su orden, ¿hay algo más en lo que pueda ayudarlo? —pregunté con voz suave, esperando su respuesta mientras me esforzaba por mantener la compostura.

El cliente levantó la mirada de su teléfono y me sonrió con gratitud.

—Por ahora todo está bien, muchas gracias señorita. Y no te preocupes por la espera, entiendo que estás ocupada —respondió con amabilidad, lo cual me reconfortó. Pero me extraño bastante que su acento es diferente al de aquí, como si fuera de Argentina o de Uruguay...

Mientras me alejaba de la mesa 7, mi atención se desvió por un momento y, sin darme cuenta, choqué con un cliente que estaba de pie junto a una mesa. El impacto fue lo suficientemente fuerte como para hacer que el café que sostenía en su mano salpicara y cayera sobre su camisa.

—¡Maldita incompetente! ¡Mira lo que has hecho! —gritó el cliente, con ira desbordante en su voz, mientras miraba con furia la mancha en su camisa.

El corazón me dio un vuelco al escuchar sus palabras llenas de ira. Sentí un nudo en la garganta y un escalofrío recorrió mi espalda. Traté de disculparme rápidamente, tartamudeando de los nervios.

—L-lo siento mucho, de verdad. Fue un accidente, no fue mi intención —balbuceé, sintiendo cómo el pánico se apoderaba de mí.

El cliente, lejos de calmarse, continuó lanzándome insultos y recriminaciones. Sus palabras me golpearon como puñales, y me sentí completamente desamparada ante su furia. Intenté mantener la compostura, pero las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos, nublando mi visión.

—¡Eres un desastre! ¡No deberías estar trabajando aquí si eres tan incompetente! ¡Arruinas todo lo que tocas! —vociferó el cliente, con desprecio evidente en cada palabra que pronunciaba, para después lanzar su café sobre mi cara.

El golpe de sus palabras fue como un puñetazo en el estómago, dejándome sin aliento. Traté de disculparme nuevamente, pero mis palabras se perdieron entre sollozos. Sentí la mirada de todos los presentes clavada en mí, aumentando mi vergüenza y humillación.

Mientras intentaba concentrarme para no llorar, vi como el hombre de la mesa 7 se levantó de su asiento con determinación.

—¡Oye, eso no se hace! ¡No puedes tratar a Yasmin así! —exclamó, enfrentando al cliente con valentía.

El cliente, sorprendido por la intervención del chico, se quedó momentáneamente sin palabras. Sin embargo, su expresión de incredulidad pronto se transformó en ira renovada.

—¡Cállate, tú no te metas! ¡Esta incompetente arruinó mi camisa y mi café! ¡Debería despedirla de inmediato! —gritó el cliente, señalándome con furia.

—No importa lo que haya pasado, no tienes derecho a tratarla así. Todos cometemos errores, pero eso no justifica tu comportamiento. Si tienes algún problema, házmelo saber a mí, pero no vuelvas a insultarla de esa manera —declaró el hombre, con determinación en su voz.

—¿Quién te crees que eres para meterte en esto? ¡Este es asunto entre ella y yo! —gritó el cliente, con indignación evidente.

—Me importa poco quién seas. Lo que importa es cómo tratas a los demás. Y lo que acabas de hacer es completamente inaceptable. Ahora, te sugiero que te disculpes con ella y te vayas de aquí antes de que tome medidas más drásticas —declaró el hombre, con autoridad en su voz.

El cliente, visiblemente furioso, miró de un lado a otro, evaluando sus opciones. Finalmente, con un gruñido de disgusto, tomó su teléfono y salió de la cafetería sin decir una palabra más.


En mi próxima vida ; Fede Vigevani Donde viven las historias. Descúbrelo ahora