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No sé cuántos días han pasado desde que todo se volvió oscuro, desde que el mundo dejó de tener sentido. El tiempo se ha convertido en algo irrelevante, un concepto que ya no me importa. Me he hundido en un mar de dolor, y cada día se siente igual: vacío, interminable. La luz de la mañana apenas logra atravesar las cortinas de la habitación, y yo sigo aquí, atrapada en esta cama, rodeada por la ropa de Fede. Es el único consuelo que he tenido, el único rastro de él que me queda.

Pero hoy es diferente. Hoy, la puerta se abre lentamente, y veo a Ian entrar. Su rostro está marcado por una tristeza profunda, una que reconozco porque es la misma que llevo dentro de mí. Sus ojos están rojos, como si hubiera estado llorando, y su voz tiembla cuando finalmente habla.

—Hoy es el funeral de Fede... ¿Nos quieres acompañar?

Sus palabras me golpean como una bofetada, arrancándome de la niebla en la que he estado sumergida. 


Funeral. 


La realidad se estrella contra mí, y por primera vez en días, siento algo más que vacío: una punzada de dolor tan aguda que casi me deja sin aliento. No puedo hablar, no confío en mi voz, así que solo asiento con la cabeza, sintiendo cómo las lágrimas comienzan a llenar mis ojos.

Me levanto de la cama, mis movimientos lentos, casi automáticos. Es como si mi cuerpo supiera qué hacer, pero mi mente aún no lo acepta. Me visto en silencio, sin pensar en lo que estoy haciendo, y antes de que me dé cuenta, estoy en el auto, sentada junto a Ian, con Parce al volante. Miro por la ventana mientras el coche avanza, pero no veo realmente lo que pasa afuera. Todo es borroso, desdibujado, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no puedo despertar.

El camino parece interminable, pero al mismo tiempo, se siente como un parpadeo. Cuando llegamos, el aire está pesado, cargado de tristeza y una quietud que casi puedo tocar. La casa funeraria está llena de personas, pero no reconozco a la mayoría de ellas. Miro a mi alrededor, buscando algo, alguien, cualquier cosa que me ancle a la realidad, y finalmente veo algunos rostros conocidos: los vecinos de Fede, esos chicos que siempre lograban sacarle una sonrisa.

Me aferro a ese pensamiento, a esos pequeños destellos de alegría que ellos traían a su vida, pero no puedo ignorar las miradas que siento sobre mí, las palabras que empiezan a susurrarse a mi alrededor. Los escucho, aunque intenten hablar en voz baja, como si su veneno pudiera pasar desapercibido.

—Es culpa de ella. Si no hubiera estado con él, Fede seguiría vivo.

—Ella lo mató. ¿Cómo puede siquiera estar aquí?

Las palabras son como cuchillos, cada una cortando más profundo que la anterior. Siento que el suelo se desmorona bajo mis pies, que el aire se vuelve irrespirable. Mis piernas tiemblan, y por un momento, pienso que voy a caer. Pero entonces, Ian se gira hacia ellos, su rostro endurecido por la ira.

—¡Guarden respeto! —su voz resuena con fuerza, cargada de dolor y furia— Ese era mi mejor amigo, y ella era el amor de su vida. ¿Cómo se atreven?

El silencio que sigue a sus palabras es pesado, opresivo. Nadie responde, pero las miradas no desaparecen. Los murmullos cesan, pero el daño ya está hecho. Ian toma mi mano, como si pudiera protegerme de todo eso, pero no puede detener el torrente de pensamientos que ahora me invaden. ¿Y si tienen razón? ¿Y si, de alguna manera, esto es mi culpa?

El resto del funeral pasa en un borrón. No escucho las palabras, no siento el frío viento que sopla, ni el dolor de las miradas que me persiguen. Todo lo que puedo hacer es revivir esas palabras en mi mente, preguntándome si realmente fui la causa de su muerte.

Cuando finalmente volvemos al auto, el silencio entre nosotros es tan espeso que parece que podría cortarse con un cuchillo. No puedo soportarlo. Busco algo, cualquier cosa para distraerme, y finalmente, por primera vez en días, reviso mi celular.

Mi corazón se hunde al ver la cantidad de mensajes. Al principio, no puedo creer lo que estoy leyendo. Odio, amenazas, palabras llenas de veneno. Mi respiración se acelera, y el mundo comienza a dar vueltas. Las palabras en la pantalla me atacan con la misma brutalidad que las de esos desconocidos en el funeral. Cierro los ojos, deseando escapar de todo esto, pero las palabras siguen ahí, en mi mente, grabadas como un eco que no puedo detener.

Ian me observa desde el asiento delantero, preocupado, pero no digo nada. No quiero que vea lo que estoy viendo, no quiero que sienta más dolor por mí. Solo quiero desaparecer, hundirme en un lugar donde estas palabras no puedan alcanzarme.

La noche se cierne sobre la ciudad como un manto oscuro y silencioso. La casa, que antes solía estar llena de risas y amor, ahora parece tan vacía como mi corazón. Ian y Parce han intentado consolarme, pero sus esfuerzos se sienten tan distantes como el eco de las palabras que nunca llegan a mi corazón. Estoy perdida en un mar de dolor y desesperación, y el único deseo que me queda es escapar de esta agonía.

Al llegar a casa, la tristeza se siente aún más abrumadora. Me encierro en mi habitación, donde la presencia de Fede parece aún más palpable en cada rincón, en cada objeto que me recuerda a él. Es medianoche y la oscuridad me envuelve mientras trato de encontrar algún sentido a lo que estoy sintiendo. La casa está en silencio, un silencio pesado y sofocante.

Entonces, algo me llama la atención: la sudadera azul de Fede, la que solía usar tanto. Está tirada junto con toda la ropa, su color brillante contrastando con la oscuridad de la habitación. Me acerco y la agarro, sintiendo el tejido suave entre mis manos. La sudadera tiene una carita feliz en el frente, un pequeño recordatorio de su alegría. Algo en su presencia me detiene, me hace detenerme a examinar más de cerca.

En el bolsillo de la sudadera, encuentro un pequeño papel arrugado. Lo desenrollo con manos temblorosas, y las palabras escritas en él me golpean con una mezcla de dolor y ternura.

"Sabía que tarde o temprano ibas a encontrar esto, mi mariposita. Revisa abajo de la cama :)"

Un nudo se forma en mi estómago mientras sigo sus instrucciones. Me agacho y saco una caja oculta debajo de la cama. La abro con cautela y encuentro una cámara dentro. Pero en lugar de encenderla, elijo no mirar, sabiendo que el dolor que podría causar sería más de lo que puedo soportar en este momento.

En cambio, saco un frasco de pastillas de mi bolso. Siento un frío en mi interior, una desesperanza que me empuja hacia el borde. Me pongo la sudadera de Fede, tratando de sentir su calor una vez más, su presencia que parece tan lejana. Me acaricio el rostro con el tejido, buscando algo de consuelo en ese pedazo de ropa que una vez estuvo tan cerca de él.

Con la sudadera puesta, me dirijo al cuarto de Ian. Entro en silencio, temblando con cada paso. Lo veo durmiendo, y me acerco con suavidad. Inclino mi cabeza cerca de él y susurro, casi inaudible

—Perdón, Ian.

Luego, voy al cuarto de Parce. Lo encuentro en la misma postura, tranquilo en su sueño. Hago lo mismo, susurrando

—Perdón, Parce.

Con lágrimas en los ojos y un peso abrumador en el pecho, salgo de la casa. La lluvia ha comenzado a caer, el cielo llorando junto a mí. Me empapa mientras avanzo, sintiendo cómo cada gota aumenta el frío que siento en mi alma. Cada paso es un eco de la desesperanza, cada gota de lluvia es una lágrima que no puedo derramar.

Llego al lago, el lugar favorito de Fede. El agua está oscura, reflejando el cielo nublado. Encuentro un lugar cercano, me siento en la orilla, y saco las pastillas que llevo conmigo. Con una última mirada al cielo, me tomo las pastillas, sintiendo el amargo sabor en mi boca mientras espero que el alivio llegue.

Me dejo caer en la orilla, sintiendo el agua fría sobre mi piel. Aún tengo la sudadera de Fede puesta, su aroma y su presencia envolviéndome. La cámara está a mi lado, pero no la miro. La tristeza y el dolor se han convertido en un peso tan grande que ya no puedo soportarlo.

Finalmente, en un momento de calma y desolación, enciendo la cámara con manos temblorosas, esperando ver el video que Fede dejó para mí.

En mi próxima vida ; Fede Vigevani Donde viven las historias. Descúbrelo ahora