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Narra Yasmin.

Después de varias horas de viaje, finalmente llegamos a nuestro destino. La vista del océano era impresionante. El sol brillaba en lo alto y las olas rompían suavemente en la orilla. Era el paisaje perfecto, el tipo de vista que te quita el aliento y hace que todos los problemas parezcan desaparecer. Cuando el coche se detuvo, apenas pude contener mi emoción.

—¡Miren eso! —exclamé, mis ojos fijos en el horizonte— Es hermoso.

Fede y Ian también estaban maravillados por la vista. Era difícil no quedar impresionado por la vastedad y la belleza del océano.

—Es increíble —dijo Fede, sonriendo mientras bajaba del coche.

—Vale, sí, es bonito —admitió, estirándose después del largo viaje— Pero más vale que valga la pena todo el tiempo que he pasado conduciendo.

Nos miramos y compartimos una risa.

—Vamos, Ian, sabes que te encanta conducir —bromeó Fede, dándole una palmada en la espalda.

Bajamos del coche y, casi de inmediato, sentí la arena caliente bajo mis pies. No pude resistir la tentación de correr hacia el agua.

—¡Vamos al agua! —grité, tomando la mano de Fede y tirando de él hacia el mar.

Corrimos hacia las olas, riendo todo el tiempo. El agua fresca contra nuestra piel era un alivio bienvenido después del calor del coche. Las olas nos rodeaban y chapoteaban a nuestro alrededor, y no pude evitar sentirme como una niña otra vez, llena de alegría y despreocupación, con las personas más importantes en mi vida.

—¡Esto es genial! —dijo Fede, lanzando agua hacia mí con una sonrisa traviesa.

—¡Oye! —respondí, riendo mientras trataba de devolverle el chapoteo.

Ian finalmente se unió a nosotros, sin poder resistir la diversión.

—¿Me he perdido algo? —preguntó, salpicándonos a ambos.

—¡Ian! —grité, riendo— ¡Justo a tiempo para la guerra de agua, pelos de elote!

Pasamos un buen rato jugando en el agua, riendo y disfrutando de la libertad que nos daba el mar. Nos sumergimos en las olas, saltamos y chapoteamos, dejándonos llevar por el momento. Sentí que todo el estrés y las preocupaciones se disolvían con cada ola que nos envolvía.

—¡Toma esto, Ian! —gritó Fede, lanzando una gran cantidad de agua hacia él.

—¡Oh, ahora verás! —respondió Ian, devolviéndole el chapoteo con una risa.

Era una sensación maravillosa estar ahí, sin preocupaciones, solo disfrutando del momento. Fede y yo seguimos corriendo y jugando en el agua, mientras Ian intentaba mantenerse al día con nuestra energía interminable.

Después de un rato, Ian empezó a mostrar signos de cansancio. Se detuvo y se quedó de pie en el agua, respirando profundamente.

—Chicos, necesito un descanso —dijo, agitando una mano en señal de rendición— Ya no tengo la energía de antes.

Fede se rió, nadando hasta Ian y dándole una palmada en la espalda.

—¿Qué pasa, viejo? 

—Viejo tú, boludo —respondió Ian, sonriendo— Solo necesito un momento para recuperar el aliento.

—Está bien, Ian —dije, sonriendo— Descansa un poco. Fede y yo seguiremos jugando.

Ian se dirigió hacia la orilla y se tumbó en la arena, mientras Fede y yo nos quedamos en el agua, jugando como niños pequeños. Nos lanzábamos agua, salpicábamos y reíamos sin parar.

—¡Mira esto! —dijo Fede, haciendo un salto espectacular en el agua, causando una gran salpicadura.

—¡Impresionante! —respondí, aplaudiendo y riendo— ¡Pero mira esto!

Intenté imitar su salto, aunque no fue tan impresionante como el suyo. Sin embargo, nos reímos igualmente.

—Eres increíble, Yas —dijo Fede, sonriendo ampliamente.

—Tú también, Fede —respondí, sintiendo una calidez en mi pecho.

Seguimos jugando en el agua, disfrutando de la compañía y la diversión. La conexión entre nosotros era palpable, y cada momento juntos se sentía especial. El tiempo parecía detenerse mientras nos sumergíamos en nuestro propio mundo de risas y alegría.

Finalmente, después de lo que parecieron horas de diversión, decidimos salir del agua y unirnos a Ian en la arena. Nos tumbamos junto a él, dejando que el sol nos secara.

—¿Te sientes mejor, Ian? —pregunté, mirando a mi amigo que ahora estaba relajado y sonriendo.

—Mucho mejor —respondió Ian— Gracias por el descanso.

—Te queremos, aunque seas un viejo con pelos de elote —dijo Fede, dándole un amistoso golpe en el hombro.

Nos quedamos tumbados en la arena, hablando y riendo, disfrutando de la compañía y la serenidad del entorno. La playa tenía una manera de hacer que todo se sintiera posible, y mientras estábamos juntos, sabía que todo estaría bien.

De repente, sentí que Fede se apoyaba más en mi hombro. Miré hacia él y me di cuenta de que se había quedado dormido. Su respiración era suave y constante, y una sensación de ternura me invadió. No pude evitar sonreír, acariciando suavemente su cabello. 

—Parece que alguien se ha agotado —susurró Ian  — Ojo que el viejo era yo 

Asentí con una sonrisa, mientras el sol se inclinaba hacia el horizonte y los colores del cielo cambiaban lentamente, nos quedamos allí, disfrutando de la paz de la tarde en la playa, sin saber cuánto más tiempo podríamos compartir momentos tan simples y preciosos como este.

Lo que estaba segura es que quería tener más momentos así miles de veces.

Ian se estiró y me miró con una expresión pensativa.

—Oye, Yas, ¿qué te parece si vamos volviendo a casa? —preguntó suavemente.

Miré a Fede, dormido en mi hombro, y luego de nuevo a Ian.

—La verdad, prefiero quedarme aquí un poco más. ¿Qué te parece si buscamos un hotel y pasamos la noche?

Ian sonrió, asintiendo.

—Buena idea. Vamos a buscar un lugar donde podamos descansar cómodamente.

Con cuidado, despertamos a Fede. Él abrió los ojos lentamente, sonriendo al vernos a ambos.

—¿Qué pasó? —preguntó con voz adormilada.

—Nos vamos a quedar en un hotel esta noche —le expliqué— ¿Te parece bien?

Fede asintió, todavía medio dormido.

Nos levantamos y recogimos nuestras cosas, dirigiéndonos a la pequeña ciudad costera en busca de alojamiento. Después de preguntar en varios lugares, finalmente encontramos un hotel. Sin embargo, solo tenían dos habitaciones disponibles.

—No hay problema —dijo Fede, con su habitual buen humor— Yas, tú puedes quedarte en una habitación, e Ian y yo nos quedaremos en la otra.

—¿Estás seguro? —pregunté, sintiéndome un poco culpable.

—Claro, no te preocupes —respondió Fede con una sonrisa

En mi próxima vida ; Fede Vigevani Donde viven las historias. Descúbrelo ahora