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La noche se presentaba perfecta para celebrar. Después de la sorpresa en la playa, donde Fede me había propuesto matrimonio, decidimos prolongar la felicidad con una pequeña fiesta íntima, solo nosotros cuatro. La brisa del mar nos envolvía con su frescura mientras el cielo estrellado creaba el telón de fondo ideal. Una fogata crepitaba suavemente en el centro del círculo que habíamos formado, y las llamas danzaban al compás de la música suave que sonaba de fondo.

Ian y Parce habían llevado algunas botellas de vino, y con copas en mano, comenzamos a brindar por lo que estaba por venir. La risa era constante, y la alegría se sentía en cada palabra, en cada mirada. Estábamos en uno de esos momentos que sabíamos recordaríamos para siempre.

—Bueno, bueno, ya que estamos aquí, hay algunas cosas que tenemos que saber —dijo Ian, con una sonrisa traviesa mientras se recargaba en un tronco cerca de la fogata— A ver, Fede, Yasmin, queremos detalles. ¡No pueden dejar todo esto en el aire!

Me reí, sabiendo que Ian no dejaría pasar la oportunidad de hacer preguntas. Fede, que estaba sentado a mi lado, me miró con complicidad antes de responder.

—¿Qué detalles, pelos de elote? —preguntó Fede.

—Primero, lo más importante —continuó Parce, uniéndose a la conversación— ¿Cuántos hijos van a tener?

Esa pregunta nos tomó por sorpresa, y tanto Fede como yo nos echamos a reír.

—¡Vaya, empiezas fuerte! —respondí, tratando de ocultar mi sorpresa detrás de una sonrisa.

—Vamos, Yasmin, es una pregunta seria —insistió Ian, con una falsa seriedad en su rostro—. Necesitamos saber a cuántos mini Fedes y mini Yasmins vamos a consentir.

Fede se llevó una mano al mentón, fingiendo estar en profundo pensamiento.

—Hmm, buena pregunta. Yo diría que unos tres o cuatro, ¿no, amor? —me dijo, guiñándome un ojo.

—¿Tres o cuatro? —le di un suave golpe en el brazo, riendo— Con uno es suficiente, Fede. ¡No nos volvamos locos!

—¿Uno solo? —Parce alzó las cejas, fingiendo incredulidad— Vamos, Yasmin, seguro que podrías manejar dos, al menos.

—Y uno que se parezca a ti, Parce, para que Fede tenga un pequeño cómplice —agregó Ian, sacando risas de todos.

—En ese caso, mejor que sean cinco —bromeó Fede—, así uno de ellos puede encargarse de molestar a Ian.

La risa fue contagiosa, pero Ian no estaba dispuesto a dejar el tema de los hijos tan fácilmente.

—Está bien, sigamos con otra pregunta —dijo Ian, cambiando de tema con una sonrisa— ¿Qué tal el vestido? ¿Ya has pensado en cómo será?

—No me digas que estás pensando en usar algo tradicional, Yasmin —intervino Parce, fingiendo preocupación— Debes sorprendernos.

—Espera, espera —dijo Ian, interrumpiendo— Yo voto por algo original. ¿Qué tal un vestido verde? No es el típico blanco, pero es diferente, único, como tú.

—¿Verde? —le respondí, riendo ante la idea— No lo sé, Ian, me parece un poco... fuera de lo común.

—¡Exacto! —exclamó Ian— Eso es lo que lo haría tan especial. Imagina cómo destacarías.

—Mmm, tal vez podríamos combinarlo —dijo Fede, mirándome con esa sonrisa que me derretía— Un vestido blanco, con detalles de mariposas en azul, como los colores del anillo. Sería hermoso.

—Eso suena perfecto —asentí, visualizando la idea en mi mente.

—Está decidido entonces —sentenció Parce, alzando su copa— Yasmin llevará un vestido blanco con detalles en azul. ¡Va a ser la novia más hermosa que haya existido!

—Y tú, Fede —dijo Ian, cambiando nuevamente de tema—, ¿ya has pensado en la fecha de la boda? Porque necesitamos tiempo para organizarnos y prepararnos.

—Estaba pensando en algo pronto, no queremos esperar demasiado —dijo Fede, su tono ligeramente serio.

—Pronto suena bien —agregué, sintiendo una mezcla de emoción y urgencia— Quizás en unos meses, algo íntimo, solo con las personas más cercanas.

—Pero, ¿será en la playa, en la ciudad? —insistió Ian— Necesitamos saberlo todo para estar listos.

—La playa suena perfecta —respondí— Es nuestro lugar, donde todo esto comenzó. Y será donde nos casemos.

—Bien pensado —asintió Parce, levantando su copa para brindar— Por la boda en la playa y por todos los futuros bebés que vamos a malcriar.

Todos reímos nuevamente y levantamos nuestras copas, brindando por un futuro que, aunque incierto, se sentía lleno de promesas.

—Pero hay algo más —añadí, mientras las risas se calmaban— Si o si, tenemos que tener una niña llamada Emma, ¿Verdad amor?.

Fede me miró con ternura y sonrió.

—Emma es un nombre precioso —dijo, tomando mi mano y entrelazando sus dedos con los míos— Y sé que será tan increíble como su mamá.

Ian y Parce intercambiaron una mirada cómplice, conscientes de la importancia de ese nombre para nosotros. El ambiente se llenó de una calidez especial, como si la idea de Emma ya formara parte de nuestras vidas, incluso antes de que existiera.

—Emma... —murmuró Ian, asintiendo lentamente—. Me gusta. Es un nombre precioso. Seguro que será tan increíble como ustedes dos.

—Y tendrá dos tíos que la malcriarán como nunca —agregó Parce, levantando su copa en otro brindis.

Las risas volvieron, pero en ese instante, algo más profundo nos conectó. La idea de una niña llamada Emma, corriendo por la playa, riendo bajo el sol, se sintió tan real, tan cercana, que casi podía verla en los ojos de Fede.

—Por Emma —dije, alzando mi copa hacia los demás.

—Por Emma —repitieron Ian y Parce al unísono, sus voces llenas de emoción y alegría.

A medida que la noche avanzaba, la conversación fluyó hacia otros temas, pero las preguntas sobre la boda y el futuro seguían surgiendo de vez en cuando, siempre llenas de bromas y risas. Era como si Ian y Parce intentaran exprimir cada detalle, asegurándose de que ningún aspecto de nuestra boda se dejara al azar.

Finalmente, cuando la música se hizo más suave y la fogata comenzó a menguar, Fede me tomó de la mano y me invitó a caminar un poco por la orilla. Nos alejamos del grupo, dejando atrás las risas y las preguntas, y encontramos un rincón tranquilo donde las olas rompían suavemente contra la arena.

Fede se detuvo y, sin soltar mi mano, me atrajo hacia él. Colocó una mano en mi cintura y la otra en la parte baja de mi espalda, guiándome en un suave y lento baile bajo las estrellas. No había música, solo el sonido del mar, y la sensación de estar en el lugar correcto, en el momento correcto.

—¿Sabes? —dijo Fede, rompiendo el silencio después de un rato— Tú siempre serás mis siete minutos.

—¿Cómo? —pregunté, sorprendida y un poco confundida por sus palabras.

Fede rió suavemente, una risa que parecía tener un significado oculto, uno que aún no entendía.

—Sí, tú siempre serás mis siete minutos.

—Pero... ¿qué significa eso? —insistí, mirándolo a los ojos.

Fede sonrió, esa sonrisa que siempre lograba desarmarme, y se acercó un poco más.

—Ya luego lo vas a entender —dijo, con un tono juguetón.

Intenté leer en su expresión, descifrar el enigma de sus palabras, pero él solo me miraba con esa mezcla de amor y picardía que tanto adoraba. No quise presionarlo más; sabía que Fede tenía sus formas de decir las cosas, y que en su tiempo, descubriría el significado detrás de esos "siete minutos".

Nos quedamos allí, bailando lentamente, sin necesidad de palabras. La noche parecía interminable, y aunque sabía que nuestro tiempo juntos era limitado, en ese momento todo se sentía eterno. Bajo ese cielo estrellado, con las olas como testigo, me di cuenta de que no importaba cuánto tiempo nos quedara; lo importante era cómo lo vivíamos. Y con Fede a mi lado, cada minuto, cada segundo, era un regalo que atesoraría por siempre.

En mi próxima vida ; Fede Vigevani Donde viven las historias. Descúbrelo ahora