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—Tengo una sorpresa para ti —dijo Fede, con una sonrisa enigmática mientras entrelazaba su mano con la mía. El brillo en sus ojos hacía que mi corazón latiera más rápido.

—¿Otra más? —bromeé, aunque no pude evitar sentir un cosquilleo de emoción. Fede siempre encontraba maneras de hacerme sentir especial, y hoy no parecía ser la excepción. Lo seguí por un sendero en medio de la playa, con el sol brillando suavemente sobre nosotros. El viento acariciaba nuestras caras, y la brisa marina traía consigo el aroma salado del océano.

—Esta es diferente —respondió él, aumentando mi curiosidad— Pero no puedes saberla aún, tienes que confiar en mí.

—Confío en ti siempre —le aseguré, mirándolo con cariño. Pero no pude evitar preguntar— ¿Qué tipo de sorpresa? ¿Una pista, al menos?

Fede se rió suavemente y negó con la cabeza, como disfrutando del suspenso que estaba creando.

—Nada de eso, tienes que mantener los ojos cerrados —dijo, y sacó una venda suave de su bolsillo. La colocó con delicadeza sobre mis ojos, asegurándose de que estuviera cómoda— No te preocupes, estarás a salvo conmigo.

—Lo sé —murmuré, mi voz llena de anticipación.

Sentí su mano firme guiándome mientras avanzábamos por el sendero. Mi corazón latía rápido, y mi mente se llenaba de imágenes y pensamientos sobre lo que podría estar por venir. Cada paso que daba, sentía la textura del suelo bajo mis pies, el sonido de las olas rompiendo suavemente contra la orilla, y el canto de los pájaros en la distancia. Todo se sentía tan perfecto, tan lleno de promesas.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Fede se detuvo y, con un suave susurro, dijo

—Ya puedes abrir los ojos.

Desprendí la venda lentamente, y lo que vi delante de mí me dejó sin aliento. El mundo que se desplegó ante mí era como un sueño, algo sacado de un cuento de hadas. Estábamos en un santuario de mariposas, un lugar mágico lleno de colores brillantes donde las mariposas volaban libremente entre flores exuberantes y plantas verdes, creando un espectáculo de colores que me dejó sin palabras.

—¡Es... es hermoso! —exclamé, con los ojos muy abiertos mientras giraba lentamente, absorbiendo cada detalle del lugar. Mis ojos se llenaron de lágrimas, no podía creer lo que veía. Era como estar en un paraíso de mariposas, un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido.

Fede me observaba con una sonrisa de satisfacción, claramente contento de haber logrado sorprenderme. Caminamos juntos por los senderos del santuario, rodeados por mariposas de todos los tamaños y colores. Cada una de ellas parecía tener su propio encanto, su propia magia.

Me detuve para admirar una mariposa monarca que se posó en una flor cercana, sus alas anaranjadas y negras eran simplemente hipnotizantes. Fede, con una sonrisa traviesa, se puso a imitar a una mariposa, agitando los brazos como si fueran alas.

—¡Mira, soy una mariposa! —dijo, moviéndose de manera torpe y exagerada entre las mariposas.

Me reí tanto que sentí que mis mejillas dolían. Fede siempre sabía cómo hacerme sonreír, incluso en los momentos más inesperados. Me acerqué a él, mientras él seguía con sus movimientos cómicos, y le di un abrazo cálido.

—Eres un tonto —dije, sonriendo mientras él me abrazaba de vuelta— Pero aún así te amo 

—Y yo a ti, mi amor —respondió Fede, apretándome un poco más fuerte.

Nos dirigimos hacia un rincón tranquilo del santuario, donde las mariposas parecían danzar alrededor de nosotros en una coreografía perfecta. El sol filtraba su luz a través de los árboles, creando un ambiente cálido y sereno. Fede sacó un pequeño cuaderno de su mochila y comenzó a leerme un poema que había escrito para la ocasión. Sus palabras eran suaves, llenas de amor y ternura, y el entorno hacía que todo fuera aún más mágico.

En mi próxima vida ; Fede Vigevani Donde viven las historias. Descúbrelo ahora