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Mientras caminaba sin rumbo, tratando de mantener la compostura, sentí que mi teléfono vibraba en el bolsillo de mi chaqueta. Miré la pantalla y vi que era el número de Fede. Una mezcla de alivio y preocupación me invadió al mismo tiempo. Contesté rápidamente.

—¡Fede! —dije, con la voz temblorosa.

—Yasmin, soy Ian —respondió una voz que no esperaba. La preocupación en su tono era evidente.

—¿Ian? ¿Qué pasa? ¿Está todo bien?

—¿Estás con Fede? —preguntó, ignorando mi pregunta.

—No, no estoy con él. ¿Qué sucede?

Hubo una pausa antes de que Ian hablara de nuevo, su voz temblando ligeramente.

—Me preocupa Fede. Esta mañana no estaba bien y ahora no puedo encontrarlo. Temo que intente hacerse algo malo. ¿Tienes idea de dónde podría estar?

¿Hacerse algo malo?, Federico es la persona más alegre que he conocido en toda mi vida...

—Voy a buscarlo —dije, con determinación— Creo saber dónde podría estar. Te llamo si lo encuentro.

Colgué el teléfono y comencé a correr, mis pensamientos desbocados. Me dirigí al café donde nos habíamos conocido, con la esperanza de encontrarlo allí. Al llegar, miré a través de las ventanas, pero no había rastro de Fede. La ansiedad aumentaba con cada minuto que pasaba.

De repente, comenzó a llover. Las gotas caían pesadamente, empapando mi ropa en cuestión de segundos, pero no me importaba. Seguí corriendo, mi mente centrada solo en encontrar a Fede.

Inmediatamente el lugar que me vino a la mente fue el lago.

Su lugar favorito.

 Aumenté la velocidad, sintiendo cómo el agua corría por mi cara, mezclándose con mis lágrimas. La tormenta empeoraba, los truenos resonaban en el cielo y los relámpagos iluminaban el camino, creando una atmósfera casi apocalíptica. Cada paso que daba se sentía como una eternidad.

Llegué al lago, con el corazón en un puño y la respiración entrecortada. Busqué desesperadamente entre la lluvia torrencial, cada segundo parecía alargarse. Finalmente, lo vi. Fede estaba sentado en la orilla, bajo la lluvia, con la cabeza entre las manos y sollozando. La imagen era desgarradora; Fede, el chico más Feliz que había conocido, el mismo que regreso mi felicidad, reducido a un estado de desesperación absoluta.

—¡Fede! —grité, corriendo hacia él.

Al escuchar mi voz, levantó la cabeza, sus ojos llenos de dolor y desesperación. Me arrodillé a su lado, abrazándolo con todas mis fuerzas. Sentí el frío de su piel, la humedad de la lluvia, pero nada importaba más que consolarlo.

—Tranquilo, todo está bien, yo estoy aquí —susurré, mi voz temblando.

Fede se derrumbó en mis brazos, llorando desconsoladamente. Lo sostuve con fuerza, tratando de transmitirle todo el amor y el apoyo que sentía por él. La lluvia seguía cayendo, pero en ese momento, solo importábamos él y yo. Sentí la sangre mezclada con el agua en sus brazos, y mi corazón se rompió al ver las heridas.

—No te voy a dejar solo, Fede. Vamos a superar esto juntos, ¿de acuerdo? —le dije, acariciando su cabello mojado.

Él asintió débilmente, aferrándose a mí. Sentí su cuerpo temblar con cada sollozo, y me aferré más a él, protegiéndolo del mundo.

—¿Por qué no me dijiste nada? —pregunté, mi voz quebrándose.

—No quería preocuparte. No quería que pensaras que era débil —respondió, su voz apenas audible entre los sollozos.

En mi próxima vida ; Fede Vigevani Donde viven las historias. Descúbrelo ahora