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El sol ya se había ocultado por completo, dejando el cielo en un tono oscuro y frío. Fede y yo estábamos en la playa, como siempre, pero esta vez, el ambiente se sentía diferente, cargado de una tensión indescriptible. Sentía el peso de algo ominoso en el aire, como si una sombra se estuviera cerniendo sobre nosotros.

Caminábamos en silencio, y aunque estaba tomada de su mano, la calidez habitual de su toque no estaba allí. Todo parecía distante, como si él estuviera aquí pero, al mismo tiempo, no. Miré a Fede, pero su rostro estaba inexpresivo, los ojos fijos en el horizonte como si estuviera mirando algo que yo no podía ver.

—Fede, ¿qué sucede? —pregunté, mi voz apenas un susurro, sintiendo el temor crecer en mi interior.

Él no respondió. Su mirada seguía fija en la nada, su rostro carente de emoción, como si todo lo que nos unía hubiera desaparecido. Quise soltarme de su mano, pero no pude. Era como si mis movimientos estuvieran atrapados en una niebla densa y sofocante.

De repente, noté algo extraño en sus brazos. Mi corazón se detuvo cuando vi que nuevamente estaban cubiertos de cortes profundos y sangrantes, la piel desgarrada y el dolor parecía atravesar su cuerpo. La sangre goteaba lentamente, manchando la arena a nuestros pies de un rojo oscuro.

Lo había vuelto a hacer.

—Fede... —intenté llamarlo de nuevo, pero mi voz apenas salió, atrapada en mi garganta.

Él finalmente se giró para mirarme

pero lo que vi en sus ojos me heló la sangre. No había amor, ni preocupación, ni siquiera reconocimiento. Solo había un vacío absoluto, una indiferencia que me cortó más profundamente que cualquier cuchillo.

—¿Qué te sorprende, Yasmin? —dijo, su voz fría y distante, como si no le importara en absoluto — Si todo esto es tu culpa.

Mis pulmones se paralizaron. Sentí como si alguien me hubiera dado un golpe seco en el pecho, dejándome sin aliento. No entendía lo que estaba pasando. ¿Cómo podía ser mi culpa? ¿Cómo podía decir algo así?

—¿De qué estás hablando? —logré articular, aunque mi voz era apenas un susurro tembloroso.

Fede me miró, sus ojos vacíos perforando los míos como si no hubiera nada más que decir, como si la respuesta fuera evidente. Bajé la mirada a sus brazos, a esos cortes que sangraban sin cesar, como ríos rojos que me acusaban.

—Fede, no... por favor... —comencé a sollozar, mis piernas fallando mientras caía de rodillas en la arena. Quise acercarme a él, vendarle las heridas, hacer cualquier cosa para detener el sufrimiento, pero él dio un paso atrás, alejándose de mí.

—¿Por qué me haces esto? —su voz sonaba distante, como un eco en una caverna profunda— Todo sería más fácil si no estuvieras aquí, Yasmin.

Mis lágrimas caían, mezclándose con la arena húmeda bajo mis manos. No podía entenderlo, no quería entenderlo.

Fede se giró, dándome la espalda, y empezó a caminar hacia la oscuridad que se extendía más allá de la orilla. El mar, antes tan reconfortante, ahora parecía un monstruo hambriento, sus olas negras lamiendo la playa con ansias. Quise gritar, correr tras él, pero mis piernas no respondían. Me sentía atrapada en un tormento sin fin, un ciclo de dolor que nunca terminaría.

—¡Fede, por favor, no te vayas! —grité con desesperación, pero mi voz se perdió en el rugido del mar.

Él no se detuvo, ni siquiera se giró para mirarme. La distancia entre nosotros crecía, y con cada paso que daba, el frío se apoderaba más de mí. Todo lo que sentía era culpa, una culpa abrumadora que me ahogaba en su implacable abrazo.

En mi próxima vida ; Fede Vigevani Donde viven las historias. Descúbrelo ahora