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El día antes de nuestra boda amaneció con una luz radiante, como si el sol hubiera decidido brillar solo para nosotros. Desde el momento en que abrí los ojos, supe que sería un día perfecto.  Las últimas semanas habían sido un torbellino de emociones y preparativos, pero finalmente, todo estaba listo. No podía creer lo rápido que había pasado el tiempo; parecía que apenas ayer Fede me había propuesto matrimonio en esa misma playa. Ahora, estábamos a punto de dar el siguiente gran paso en nuestras vidas juntos.

—¡Buenos días, futura esposa! —Fede entró en la habitación con una bandeja de desayuno, su sonrisa tan brillante como el sol que entraba por la ventana— ¿Cómo se siente la mujer más afortunada del mundo?

Me reí y lo miré con amor mientras tomaba la bandeja.

—La mujer más afortunada del mundo se siente como la más feliz también —respondí, dándole un beso en la mejilla— Y mañana, seré la señora Vigevani. No puedo creer lo rápido que ha pasado el tiempo.

Fede dejó la bandeja en la cama y se sentó a mi lado, tomando mi mano.

—Yo tampoco puedo creerlo —dijo, mirándome con ternura— Parece que fue ayer cuando te pedí matrimonio aquí mismo, en esta playa. Y ahora, estamos a un día de nuestra boda. Es como un sueño.

—Un sueño que no quiero que termine nunca —respondí, apoyando mi cabeza en su hombro— Estoy tan feliz, Fede. No podría pedir nada más.

Después de disfrutar de nuestro desayuno, decidimos pasar el resto del día en la playa, simplemente siendo nosotros, sin preocupaciones ni estrés. Caminamos descalzos por la orilla, el agua fresca bañando nuestros pies, mientras hablábamos de cómo imaginábamos nuestro futuro juntos.

—¿Sabes? —dijo Fede de repente, con esa chispa traviesa en sus ojos— No puedo esperar a verte caminar hacia mí mañana, con ese vestido hermoso. Creo que lloraré como un bebé.

—Y yo no puedo esperar a ver tu cara cuando me veas —respondí, riendo— ¡Pero no me hagas llorar a mí también!

Fede se detuvo y se volvió hacia mí, levantándome en sus brazos con facilidad.

—Entonces tendré que hacerte reír en su lugar —dijo, y antes de que pudiera protestar, comenzó a girar en círculos, levantándome en el aire mientras reíamos juntos.

El mundo giraba a nuestro alrededor, el sonido del mar mezclándose con nuestras risas. Me aferré a su cuello, sintiendo la calidez de su cuerpo, y por un momento, todo lo demás desapareció. No había preocupaciones, no había futuro incierto, solo nosotros dos, enredados en la felicidad de este momento.

—¡Fede, vamos a caernos! —grité entre risas, pero no me importaba, porque no quería que se detuviera.

—¡Nunca! —respondió él, riendo más fuerte, pero su pie se resbaló en la arena húmeda y caímos juntos, derrumbándonos en la playa.

Nos quedamos allí, tumbados en la arena, riendo tanto que apenas podíamos respirar. El cielo sobre nosotros era un azul profundo, y el sol brillaba con fuerza, bañándonos en su calidez. Miré a Fede, su rostro iluminado por la luz dorada del atardecer, y me sentí abrumada por la belleza del momento.

—Eres increíble, ¿lo sabías? —le dije, mientras me inclinaba para darle un beso— No puedo creer que mañana seremos marido y mujer.

—Y voy a hacerte feliz cada día de nuestras vidas —dijo Fede, con esa mirada de amor que siempre me derretía— Te prometo que siempre estaré aquí para ti.

Nos quedamos tumbados en la arena por un tiempo, disfrutando de la tranquilidad, del simple hecho de estar juntos. Todo parecía tan perfecto, tan lleno de vida. Fede se recostó en mis piernas, cerrando los ojos mientras dejaba escapar un suspiro de satisfacción. El sol del atardecer bañaba su rostro en una luz dorada, haciéndolo parecer aún más hermoso. Sus pestañas proyectaban pequeñas sombras sobre sus mejillas, y su piel brillaba cálidamente bajo la luz.

Lo observé en silencio, acariciando su cabello. Se veía tan en paz, tan sereno. Quería grabar ese momento en mi memoria para siempre, recordar cada detalle, cada sensación.

—Te ves hermoso —le susurré, acariciando suavemente su cabello—. Podría quedarme así para siempre, mirándote.

Fede abrió los ojos, sonriendo débilmente mientras me miraba.

—Estoy seguro de que tú eres la hermosa aquí, Yasmin —respondió con esa dulzura que siempre me conmovía—. No sé cómo tuve tanta suerte de encontrarte.

—No hables de suerte —le dije, inclinándome para besar su frente— Esto es destino, Fede. Siempre estuvimos destinados a encontrarnos.

Pasamos horas hablando de nuestro futuro, imaginando la vida que tendríamos juntos. Hablamos de los viajes que haríamos, de la familia que formaríamos, de los pequeños momentos que harían nuestra vida especial. Cada palabra, cada risa, era una promesa de amor eterno.

Pero a medida que el sol comenzó a descender, pintando el cielo con tonos cálidos de naranja y rosa, no pude evitar notar que Fede empezaba a verse más cansado. Aunque intentaba mantener el ánimo, su energía parecía desvanecerse lentamente. Me preocupé, pero no quería romper la magia del momento.

—Yasmin... —dijo finalmente, su voz suave, casi un susurro

Sentí una punzada de inquietud en mi pecho mientras lo miraba.

—¿Qué pasa, amor? —pregunté, tomando su mano con suavidad.

Fede respiró hondo, como si estuviera reuniendo fuerzas.

—No quiero morir, Yasmin —dijo, y su voz tembló al decirlo— No quiero dejarte, no quiero decir 'adiós'. No estoy listo para irme. No puedo...

Las lágrimas llenaron mis ojos al escucharlo. No sabía qué decir, cómo consolarlo cuando yo misma estaba aterrorizada.

—No te preocupes, Fede —le susurré, tratando de mantener la calma— Aún tenemos tiempo. Mañana va a ser el día más feliz de nuestras vidas, y vamos a vivirlo juntos. Todo va a estar bien.

Pero algo en sus ojos me dijo que él sabía algo que yo no quería aceptar.

—Te amo tanto, Yasmin —dijo, su voz apenas un susurro— Siempre te amaré, sin importar lo que pase. Prométeme que siempre recordarás eso.

—Te lo prometo, Fede —le respondí, con lágrimas corriendo por mis mejillas— Siempre te amaré, pase lo que pase. Eres mi todo.

Nos abrazamos con fuerza, como si ese abrazo pudiera detener el tiempo. Sentí cómo su cuerpo se debilitaba, cómo su respiración se hacía más lenta. Me aferré a él, rogando en silencio que no me lo arrebataran.

—Fede, por favor... —le susurré, mi voz quebrada por el dolor— No me dejes...

Pero en ese momento, sentí cómo Fede se relajaba en mis brazos, su cuerpo cediendo al cansancio. Su respiración se detuvo, y su cuerpo quedó inmóvil, pesado en mis brazos.

—No, Fede, por favor....no me hagas esto —grité, desesperada, sacudiéndolo suavemente, esperando una respuesta que nunca llegó.

El hombre al que amaba más que a mi propia vida, el hombre con el que iba a casarme mañana, ya no estaba conmigo. Lo llamé, una y otra vez, pero él no respondió. Lo sostuve en mis brazos, mientras mi corazón se rompía en mil pedazos.


En mi próxima vida ; Fede Vigevani Donde viven las historias. Descúbrelo ahora