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Narra Yasmin.

Estoy en casa, pero todo se siente tan... vacío. Es como si el alma de este lugar se hubiera ido con Fede, dejándome sola, rodeada de paredes que parecen susurrar su nombre, su risa, sus promesas. Cada rincón de esta casa está impregnado de su presencia, pero ahora parece un eco lejano, un recuerdo doloroso que no puedo alcanzar.

No tengo ganas de comer. Ni siquiera quiero levantarme de la cama. Se supone que hoy... hoy íbamos a casarnos. Este día iba a ser nuestro. Pero en lugar de vestirme de blanco y caminar hacia él, estoy aquí, acostada, con lágrimas que no dejan de caer, sintiendo que mi corazón se rompe una y otra vez.

No hablo con nadie. No veo mi celular. ¿Para qué? No quiero escuchar el mundo afuera, ese mundo que sigue girando mientras mi vida se detuvo. Todo lo que hago es acostarme, cerrando los ojos para no pensar, para no sentir. Prefiero dormir, porque en mis sueños, Fede aún está conmigo. Soñamos con una vida feliz, la vida que nos prometimos, pero que nunca tendremos.

Cada vez que me despierto, siento el peso de la realidad aplastándome. Miro al techo, perdida en mis pensamientos, en el dolor que no sé cómo procesar. No puedo soportar esta soledad, este vacío que me consume. Pero, aun así, no quiero moverme, porque en algún lugar de mi mente, sigo esperando que él entre por la puerta, que me diga que todo esto es solo una pesadilla.

Hoy, cuando la noche cae, me levanto con cuidado, como si mis movimientos pudieran romper el frágil hilo de mi cordura. Camino lentamente hacia la azotea, un lugar donde Fede y yo solíamos sentarnos juntos, mirando las estrellas y hablando de todo lo que queríamos para nuestro futuro. Pero ahora, estoy sola, con solo la luna como testigo.

Llevo conmigo la foto de nosotros dos. La misma que he estado aferrando desde que nos fuimos. La sostengo en mis manos, acariciando su rostro con mis dedos, como si al hacerlo pudiera sentir su calor una vez más. Mis ojos se llenan de lágrimas mientras bajo la mirada hacia el collar que él me regaló, y luego hacia el anillo en mi dedo, el anillo que me dio el día que me pidió que fuera su esposa.

Las lágrimas caen lentamente, una tras otra, mientras miro ese anillo, recordando cómo me prometió una vida juntos, una vida que ahora parece tan lejana, tan inalcanzable. El anillo brilla bajo la luz de la luna, pero para mí, es solo un recordatorio de lo que he perdido, de lo que nunca será.

Miro hacia el cielo, hacia la luna, y susurro con una voz quebrada

—Por favor... por favor, llévame a mí y regresa a mi Fede.

Las palabras salen de mi boca sin que yo las piense, como un ruego desesperado al universo, a cualquier fuerza que pueda escucharme. Porque sin él, no sé cómo seguir. No sé cómo vivir en un mundo donde él ya no está.

—¿Realmente el cielo te necesitaba más que yo? —mi voz se rompe, apenas un susurro mientras las lágrimas nublan mi visión.

Pero no hay respuesta, solo el silencio de la noche, el mismo silencio que ha llenado cada rincón de mi vida desde que él se fue. La luna sigue brillando, indiferente a mi dolor, mientras me quedo allí, sola, con solo la foto y el anillo como testigos de la vida que una vez soñamos juntos.

Mientras estoy en la azotea, sumida en mis pensamientos, apenas noto que Ian y Parce se acercan a mí. Los siento, pero no los escucho. Están ahí, sus voces suaves intentando alcanzarme, pero es como si estuvieran a kilómetros de distancia, perdidos en un mar de silencio. Mi mente sigue atrapada en un único pensamiento, una pregunta que no deja de torturarme ¿Qué hubiera pasado si...?

¿Qué hubiera pasado si me habría dado cuenta desde antes? ¿Y si hubiera hecho algo que pudiera haberlo salvado, aunque yo ya no estuviera a su lado? ¿Y si hubiera visto las señales, si hubiera hecho algo, cualquier cosa para cambiar el rumbo de los acontecimientos? ¿Habría cambiado algo?  ¿Habría sido suficiente? ¿Podríamos haber tenido un futuro juntos, una vida llena de momentos felices y risas compartidas?

Siento las manos de Ian en mis hombros, tratando de traerme de vuelta al presente, pero estoy demasiado perdida en ese mundo de y si... Estoy repasando cada instante, cada decisión que tomamos, buscando desesperadamente un punto en el que podríamos haber evitado este final, donde podríamos haber salvado lo que teníamos.

Los escucho susurrar mi nombre, pero las palabras son solo un eco lejano. Ni siquiera puedo levantar la mirada para verlos, para reconocer el dolor que sé que también sienten. Porque en mi mente, estoy atrapada en un bucle infinito de posibilidades, de futuros que nunca existieron.

Ian y Parce intentan hablarme, decirme algo que me consuele, que me traiga de vuelta a la realidad, pero no puedo salir de ese lugar oscuro en el que estoy. No puedo dejar de pensar en lo que podría haber sido, en la vida que nunca tendremos. Y entonces, simplemente, me hundo más en ese dolor, en ese mundo donde Fede todavía está conmigo, donde nada de esto ha sucedido, donde todavía tenemos un futuro juntos.

De repente, algo capta mi atención. Una mariposa azul, brillando con un resplandor suave en la oscuridad, vuela cerca de mí. Su color vibrante contrasta con la noche, y me detengo a mirarla, sintiendo un dolor aún más profundo. La mariposa parece danzar en el aire, como si estuviera guiada por una fuerza mágica, y en mi mente, la imagen de Fede se entrelaza con su vuelo.

Las lágrimas fluyen más rápido, sintiendo que la mariposa es un símbolo de algo que ya no puedo alcanzar, de un amor que se ha ido, pero que todavía me persigue en forma de recuerdos y sueños rotos. La mariposa se aleja lentamente, llevándose consigo un pedazo de mi tristeza, mientras yo sigo allí, en la azotea, aferrada a la foto y al anillo, sumida en un dolor que no parece tener fin.

Dejo a los chicos hablando, sus voces se desvanecen en el aire, y me levanto con movimientos mecánicos. No quiero seguir aquí, en este presente que duele tanto. 

Cierro la puerta tras de mí, dejando a Ian y Parce fuera, con sus intentos de consuelo que no pueden llegar hasta mí. Me dejo caer en la cama, sintiendo el peso abrumador de la soledad, de la ausencia de Fede. Las lágrimas corren libres por mi rostro, pero no hago nada para detenerlas. Simplemente me acurruco bajo las sábanas, buscando refugio en la oscuridad.

Sin embargo, el sueño se niega a venir. Mis pensamientos siguen girando en torno a él, a Fede, y a la insoportable realidad de que ya no está aquí.

La angustia crece en mi pecho, oprimiendo mi corazón hasta el punto de sentir que no puedo respirar. Intento cerrar los ojos, apretar las sábanas con fuerza, pero nada alivia el dolor que siento. Finalmente, desesperada, me levanto de la cama, mis pies me llevan casi sin pensar hacia el clóset de Fede.

Lo abro de golpe, y el aroma a él, a su colonia, a su esencia, me golpea de inmediato. El dolor es abrumador, pero también hay una pequeña chispa de consuelo al sentirlo tan cerca de nuevo. Con manos temblorosas, empiezo a sacar toda su ropa, prenda por prenda, dejando que caigan al suelo.

Las camisas que usaba, suéteres que solía llevar en las noches frías, y esas playeras que tanto amaba. Todo está impregnado de su olor, de su presencia. Me hundo en esa pila de ropa, como si al hacerlo pudiera abrazarlo una última vez, sentir su calidez, su abrazo protector.

Me acurruco sobre su ropa, con lágrimas que no dejan de caer, y por un momento, siento como si él estuviera aquí conmigo, como si su olor pudiera traerlo de vuelta. El mundo exterior desaparece mientras me enredo en sus camisas, en sus suéteres, en todo lo que me recuerda a él.

—Por favor... no me dejes sola... —susurro, mi voz quebrada y apenas audible.

Finalmente, el cansancio y el dolor me vencen. Me quedo dormida, rodeada de su esencia, buscando desesperadamente en mis sueños lo que la realidad me ha arrebatado. Aquí, en esta pequeña burbuja de ropa y recuerdos, me siento cerca de él, aunque sea solo por un breve instante. Aunque sepa que, cuando despierte, el vacío volverá a inundarme.

Pero por ahora, me dejo llevar, aferrándome a la única parte de Fede que me queda. Prefiero esta ilusión, este pequeño refugio, a enfrentar un mundo sin él. Y así, envuelta en su aroma, me dejo caer en el sueño, con la esperanza de encontrarlo allí, en un lugar donde el dolor no pueda alcanzarnos.

En mi próxima vida ; Fede Vigevani Donde viven las historias. Descúbrelo ahora