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El sol comenzaba a inclinarse en el cielo, tiñendo el horizonte con tonos dorados y rosados, cuando escuché el sonido de un motor acercándose por el camino de la playa. Me giré justo a tiempo para ver el auto de Ian y Parce aparcando cerca de donde Fede y yo habíamos colocado nuestras cosas. Una ola de emoción me recorrió el cuerpo. Era raro tenerlos a todos juntos, y sabía que este fin de semana sería especial.

El auto se detuvo y, en un instante, Ian salió disparado, saludando con su típico entusiasmo contagioso.

—¡Yasmin! ¡Fede! —gritó, corriendo hacia nosotros con los brazos abiertos, como si no nos hubiera visto en años. Lo recibí con un abrazo fuerte mientras él me levantaba ligeramente del suelo, haciéndome reír.

—¡Hey, déjala respirar, Ian! —bromeó Fede, acercándose para darle un abrazo también.

—¡Ya era hora de que llegaran! —dije, soltando a Ian y dándole un rápido abrazo a Parce, que se acercaba con una sonrisa tranquila.

—El tráfico estaba imposible —se quejó Parce, rodando los ojos— Pero valió la pena, ¡este lugar es increíble!

Nos pusimos al día rápidamente, intercambiando chistes y bromas mientras Ian y Parce dejaban sus cosas en la arena. La atmósfera era relajada, como si el mundo se hubiera ralentizado solo para nosotros.

—Bueno, ¿y qué haremos primero? —preguntó Ian, frotándose las manos con emoción.

—¡Surf! —gritó Fede, lanzándole una tabla de surf a Ian, quien la atrapó con una mezcla de sorpresa y emoción.

—¡Genial! —respondió Ian, aunque su tono sugería que no tenía idea de lo que estaba a punto de hacer.

—Pero ni siquiera sabe hacer surf este gonorrea -  respondió Parce, riendo mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y miraba a Ian con una expresión de incredulidad divertida.

Ian levantó una ceja y esbozó una sonrisa desafiante, aunque sus ojos brillaban con un toque de nerviosismo.

—Eso es lo que tú crees, Parce. Hoy es el día en que todos descubrirán mi talento oculto —dijo, intentando sonar seguro mientras se ajustaba la correa de la tabla de surf al tobillo.

Fede, que ya había pasado la mayor parte del día en la playa conmigo, observaba la escena con una sonrisa entretenida.

—Creo que estamos a punto de presenciar algo épico —dijo Fede en voz baja, acercándose a mí y entrelazando su mano con la mía.

Mientras Ian se dirigía al agua con la tabla, Parce se acomodo junto a nosotros en la arena, listos para ver lo que prometía ser un espectáculo inolvidable. El mar estaba en calma, con olas suaves y rítmicas que parecían perfectas para un principiante como Ian... o eso pensé.

Ian se adentró en el agua con determinación, pero su inexperiencia rápidamente se hizo evidente cuando intentó subir a la tabla. La primera ola lo hizo tambalearse, y antes de que pudiera encontrar el equilibrio, se cayó al agua con un gran chapuzón. Desde la orilla, Parce y yo estallamos en carcajadas mientras Fede lo animaba desde más cerca del agua.

—¡Vamos, Ian! ¡Tú puedes! —gritó Fede, riendo también, aunque con un tono más alentador.

Ian se levantó rápidamente, sacudiendo el agua de su cabello con una expresión de determinación renovada. Volvió a subirse a la tabla, pero las olas seguían siendo implacables, y después de varios intentos fallidos, terminó enredado en la correa de la tabla, con las piernas al aire, luchando por liberarse.

—¡Es que esto está defectuoso —gritó Ian, en tono de broma, mientras intentaba desenredarse— ¡La tabla está en mi contra!

—¡Sí, claro! —respondió Parce, sin poder contener las carcajadas—. Eso debe ser.

En mi próxima vida ; Fede Vigevani Donde viven las historias. Descúbrelo ahora