11. Reino Liones

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Lancelot y sus compañeros se encontraron frente al Reino de Liones, donde la emoción y el asombro se reflejaban en los rostros de los cuatro jóvenes que acompañaban a Lancelot. Observaban el reino con ojos de admiración, como si fueran simples campesinos maravillados por la grandeza del lugar.

Incluso Donny, el más impetuoso del grupo, se vio obligado a contenerse para mantener la compostura, aunque no pudo evitar lanzar un comentario sarcástico a Percival, instándolo a mantener la calma ante tanta maravilla. Mientras tanto, Lancelot suspiraba con una mezcla de paciencia y resignación, una mano apoyada en su frente en un gesto de ligera exasperación. Guió al grupo hacia las imponentes puertas del castillo y se dirigió al guardia con respeto, inquiriendo si el rey se encontraba dentro.

-¿Se encuentra su majestad disponible para recibirnos? -preguntó con cortesía.

El guardia, titubeante, respondió con cierta evasión:

-Su majestad ha salido a divertirse por un momento... -antes de que pudiera decir más, su compañero a su izquierda, con un gesto de preocupación, le dio un leve golpe en el casco con la lanza, procurando no hacerle daño pero indicándole claramente su error- ¡Ah!

El guardia, carraspeando para recuperar la compostura, decidió continuar con más cautela, ocultando lo que su compañero había inadvertidamente revelado.

-Su majestad ha partido para inspeccionar la ciudad baja -informó, su voz resonando con una serena autoridad.

-"A divertirse", así dijo... -murmuró Anne, con una sombra de incredulidad asomando en sus palabras, su mano reposando pensativa bajo su mandíbula.

Lancelot dejó escapar un suspiro, una leve exhalación de molestia ante la actitud del rey. Una mano se alzó instintivamente para rozar su rostro, en un gesto de contrariedad apenas contenido. Sin embargo, la imagen de la sonrisa de su amiga disipó cualquier atisbo de disgusto.

-Una vez más, ese hombre... -comentó, permitiendo un leve matiz de ironía en su tono-. Pero dime, ¿y la princesa?

-Partió temprano en la mañana, parecía estar sumamente apresurada.

Un destello brilló en los ojos de Lancelot antes de que su mirada se desviara del guardia con una pequeña sonrisa.

-De tal palo, tal astilla -musitó con un atisbo de complicidad-. No nos queda más que encontrar algo con lo que pasar el tiempo -se volteó hacia sus acompañantes- ¿Dónde está Per?

En la apacible tarde de Liones, Isolda y Helaine vagaban por las calles, inmersas en una charla de poca importancia que aligeraba sus corazones. Helaine lucía un vestido blanco pegado al cuerpo, cubierto por un chaleco rojo. Sus piernas estaban envueltas en medias blancas que llegaban hasta cuatro dedos arriba de sus rodillas, y calzaba zapatos del mismo tono rojo.

Por su parte, Isolda vestía con la indumentaria distintiva de un caballero sagrado, adornando su cabeza con un listón rojo que Tristán le había regalado hace ya algún tiempo. Sin embargo, la calma se vio interrumpida por la misteriosa danza de estrellas en el firmamento, una manifestación de magia que no pasó desapercibida para las dos.

-Esas estrellas parecen ser la magia de mi hermano Tristán -comentó Helaine con un deje de nostalgia en su voz-. Pero algo más allá, en la colina. ¿Podría ser que ha regresado?

La pregunta quedó suspendida en el aire cuando sus ojos se posaron en un niño que corría hacia ellas, su mirada fija en el cielo estrellado.

-¡Oye, niño! ¡Deberías prestar más atención a tu entorno! -exclamó Isolda con una ceja fruncida, al tiempo que cerraba los ojos ante el inesperado choque del niño contra su entrepierna.

Everywhere I Go |Lancelot o Percival Donde viven las historias. Descúbrelo ahora