30. La muerte de Percival ⚠️

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Oh, si tan solo él hubiere despertado como Diodora, no se habría enfrentado a su padre, y su abuelo aún seguiría con vida. Pensaba en sus compañeros, a quienes amaba profundamente, pero temía que algún día les traerá la desgracia, tal como la había traído sobre su abuelo. Sabía que, sin duda, llegaría un momento en que se arrepentiría, y reflexionaría: si no se hubiere convertido en uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis, entonces no habría nacido, no debería existir.

Percival se desmoronó. Desapareció por su propia voluntad, incapaz de soportar las culpas que pesaban sobre su existencia.

A su alrededor, sus compañeros percibieron el colapso. Su poder mágico se esfumó, dejando tras de sí solo vacío. Ya no estaba entre ellos.

-¡Maldito! ¿Qué le has hecho a Percy? -clamó Lancelot, tomando su espada con la firme intención de vengar la vida de su camarada, quien previamente había combatido junto a Percival. Con un movimiento decidido, cortó la garganta de su enemigo con la afilada hoja de su espada.

-Qué noble sacrificio y hazaña grandiosa -dijo Arthur, el rey, mientras contemplaba a los jóvenes a través de una pequeña criatura alada, similar a la que Merlín había utilizado en tiempos pasados para espiar a sus adversarios -. Fue una muerte magnífica, Mortlach. Antes de proseguir, debo expresar mi más profundo pesar, Lord Ironside.

-Lo agradezco, mi señor. Aunque, debo decir, también estoy orgulloso de mi cuñado -respondió Ironside, inclinando la cabeza en señal de respeto.

-¿Es así? Parece que tienes algo más que añadir, Lord Pellegarde -observó Arthur, fijando su mirada penetrante sobre el noble.

-No... no es nada... -replicó Pellegarde, desviando la vista.

-¿Deseaba vernos, Rey Arthur? -intervino uno de los caballeros.

-Les he convocado a los cuatro males por una razón -declaró Arthur, su voz resonando con autoridad-. Ahora que uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis ha caído, la profecía ha sido destruida. Es tiempo de iniciar la invasión de Britannia.

-A sus órdenes, mi señor -respondieron al unísono, inclinándose en reverencia, mientras el destino de Britannia pendía de un hilo.

Helaine contempló desde su balcón a los cuatro jinetes malditos, meditando en sus destinos. En ese instante, aprovechó la presencia de una sirvienta para indagar:

-No poseo permiso para dar respuesta a tales preguntas, señorita -dijo la sirvienta con voz temblorosa.

-¿No? Pero si digo algo incierto, tal vez no contaría como traición -sonrió Helaine, juguetona, mientras la sirvienta desviaba la mirada, reflexionando brevemente, antes de asentir con cautela- Bien, ¿es cierto que esos caballeros irán a atacar Britannia? -la sirvienta negó con la cabeza. El ceño de Helaine se frunció, pues Arthur había prometido no tomar la vida de sus amigos, mas quizá no consideraba a toda Britannia en su juramento- ¿Permaneces aquí por tu propia voluntad? -inquirió Helaine, recibiendo otra negativa.

-Disculpe, señorita. Solo vine a dejar unas toallas. Con su permiso -se excusó la sirvienta antes de retirarse apresuradamente, cerrando la puerta tras de sí. Aquel sonido hizo que la inquietud de Helaine aumentase; comprendió que la habían aprisionado. Corrió hacia la puerta, mas sus esfuerzos por abrirla fueron vanos. La sirvienta se disculpó nuevamente, asegurando que no había modo de liberarla, ni siquiera con magia.

Al caer la noche, Helaine cenó frente al rey Arthur, quien le informó que Percival había muerto. La incredulidad la embargó, pues si él había muerto antes, ¿por qué sería distinto esta vez? Lo confrontó por haber arrebatado la vida de su amigo, cuando había jurado dejarles en paz. Arthur replicó que había sido la voluntad de Percival el abandonar este mundo.

Everywhere I Go |Lancelot o Percival Donde viven las historias. Descúbrelo ahora