34. La declaración de Lancelot

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Helaine echó un vistazo hacia atrás antes de entrar a la torre. Subió hasta la habitación donde se hospedaba y notó algo que le hizo fruncir el ceño: la puerta del balcón estaba abierta. Estaba segura de haberla cerrado antes de salir. Se acercó lentamente para cerrarla, pero justo cuando sus manos rozaban la madera, sintió una presencia detrás de ella.

Una sonrisa irónica cruzó su rostro mientras se cruzaba de brazos antes de girar. Sin previo aviso, dos manos poderosas la sujetaron de los hombros y la estampó contra la pared. Luego, una mano, fría y firme, se enroscó en su delicado cuello. Un solo movimiento y podría quebrarlo como si fuera frágil cristal.

—Siempre fuiste bueno para las escondidas, ¿no es así?

—¿Volviste? ¿Por qué?

Helaine luchaba por hablar, con el agarre alrededor de su garganta volviéndose más intenso con cada palabra que intentaba pronunciar.

—¿Por qué está agresividad? —Helaine alzó una mano con suavidad hacia la muñeca de quien la sostenía, acariciándola de manera provocadora—. ¿No recibiste la invitación de bodas?

El agarre alrededor de su cuello se apretó brevemente, pero Helaine lo enfrentó con una sonrisa, sin perder el control de sus emociones. No necesitaba leerle la mente para entenderlo: él estaba enojado. Helaine había prosperado junto a Arthur, apoyándolo como reina. Había escuchado rumores sobre su liderazgo, que decían que su política era semejante a la de su madre, mucho más severa. ¿Era ella realmente la traidora? ¿Se había alineado con algo en lo que no creía?

—¿Te casarás? —soltó él, con resentimiento en su voz.

Helaine suspiró, su expresión suavizándose un poco.

—No tengo muchas opciones —respondió, sin apartar la mirada—. Tampoco mucho poder para cambiar las cosas.

Él aflojó ligeramente su agarre y dejó que Helaine recuperara el aliento, aunque su expresión aún mostraba el enojo que llevaba dentro. Sabía que él era la persona más leal de su padre, uno de los pocos amigos que aún le quedaban en el reino. Pero desde que se enteró de su compromiso con Arthur, todo había cambiado. Aunque él no lo decía, ella sentía su desaprobación.

—No deberías casarte con él —dijo finalmente, soltando sus hombros pero sin apartar su mirada intensa de ella—. Ese hombre… solo traerá caos y dolor.

Helaine exhaló con frustración y evitó sus ojos, cruzando los brazos mientras intentaba justificar su decisión.

—Tengo mis razones. La alianza con Arthur traerá estabilidad... Yo haré que eso pase.

Pero él sacudió la cabeza, acercándose a ella nuevamente, aunque esta vez con más suavidad. Levantó una mano hacia su rostro, dejando que su dedo rozara su mejilla con una ternura inesperada.

—¿Estabilidad? Ese hombre es la ruina personificada. ¿Y tú? Tú eres todo lo que es bueno en este mundo. Te destruirá, Helaine, y no puedo quedarme al margen viendo cómo sucede. ¿Acaso no te importa lo que podría pasarte?

Helaine, que había esquivado sus emociones durante tanto tiempo, se encontró atrapada en la profundidad de la mirada de él. Pero rápidamente apartó la vista, temiendo lo que podía suceder si permitía que esos sentimientos emergieran.

—No puedo detenerme por… lo que tú sientes, Lancelot —murmuró, dándole la espalda y escondiendo una expresión de conflicto. Ella sabía lo que él quería decir, sabía lo que él sentía, pero su futuro ya estaba decidido—. Esto es más grande que nosotros dos.

La frustración de Lancelot era evidente, y sus palabras fueron como una daga en el corazón de Helaine, porque le recordaban todo lo que estaba dejando atrás. Sin embargo, él no había terminado.

Everywhere I Go |Lancelot o Percival Donde viven las historias. Descúbrelo ahora