El rey Arthur descendió de su trono y, caminando lentamente por los pasillos, se detuvo junto a una de las altas ventanas del castillo. Desde allí, podía observar a su pueblo. Las calles estaban animadas; al parecer, los rumores de una boda próxima habían encendido el entusiasmo entre la gente.
-Si tan solo supieran...
En ese momento, Ginebra pasó cerca y vio al rey sumido en sus pensamientos. Si no lo conociera tan bien, habría dicho que algo de tristeza se asomaba en sus ojos. Pero él seguía obrando con crueldad, y ahora, en ausencia de Helaine, intentaba a su modo seguir las órdenes que ella había dejado. La joven princesa era astuta, conocía bien la política, la administración y, sobre todo, cómo ganarse a la gente. De no haber sido así, no habría logrado convencer a alguien del reino para que la ayudara a escapar. Claro que Arthur lo sabía; después de todo, ella no habría escapado sin su consentimiento. Pero la había escuchado llorar en su habitación tantas veces que pensó que, tal vez, debía verla con su familia una última vez antes de la boda.
-Te dije que escaparía -murmuró Ginebra, deteniéndose a su lado-. ¿Por qué la dejaste ir?
Ginebra había tenido una visión y la compartió con el rey, esperando que él tomaría medidas para mantener a Helaine alejada de Liones. Pero se equivocó. Arthur había decidido seguir su propio juicio. Quizás la princesa no era tan ingenua como aparentaba, pues, sin mucho esfuerzo, había logrado despertar en él un cierto afecto.
-Yo también fui joven y cometí mis locuras. Ella solo quería ver a su padre; no vi nada malo en ello.
-Pero...
-Ginebra -la interrumpió Arthur, con un tono firme-. Cuando quiera tu opinión, te la pediré, ¿entiendes?
-Pero no es justo -murmuró ella en voz baja, aunque el rey no se molestó en responderle.
Arthur continuó su camino hasta una habitación decorada delicadamente, pensada para una niña. Al acercarse a la cuna, sonrió con dulzura.
La niña seguía dormida, y él se aseguró de que nada le faltara. Con suavidad, le susurró:
-Tu mamá no tardará en llegar -la bebé comenzó a abrir sus ojos poco a poco, y Arthur observó cómo esos ojos se enfocaban en él. Sonrió, dejando que sus dedos jugaran con las pequeñas manos de la niña- Hola, has despertado -dijo, en voz baja y cálida.
Desde el pasillo, Ginebra observaba, apoyada contra la pared. Suspiró. No importaba cuán errático se comportara el rey o cuántas atrocidades cometiera; cuando se trataba de esa pequeña, se transformaba en alguien amoroso y cuidadoso, como si en ella encontrara su última conexión con lo humano.
Aceptar a la niña le hacía sentirse un poco más cercano a Helaine. La primera vez que conoció a su hija, la rechazó; nunca quiso que naciera. La madre de la niña había ocultado su embarazo durante los primeros meses, y Merlin le había advertido sobre las consecuencias que podría traer su nacimiento. Sin embargo, todos esos intentos resultaron en vano.
Arthur se preguntaba si había hecho bien al dejar que Helaine se fuera. Ginebra siempre le reprochaba su debilidad hacia la joven de cabello rosado. Helaine siempre lograba lo que se proponía, lo cual no era sorprendente, considerando de quién era hija.
La niña de cabello anaranjado se había vuelto a dormir. A pesar de su corta edad, era tranquila. Aunque requería cuidados constantes, no era la molestia que él había imaginado. Podía decirse que estaba empezando a amarla. Cuando la bebé se quedó profundamente dormida, Arthur llamó a la sirvienta para que cuidara de ella, y luego salió de la habitación, dirigiéndose hacia la de Helaine.
Al entrar, notó que todo seguía tal como ella lo había dejado. En la cama, el anillo de compromiso que él mismo había elegido para ella continuaba en el mismo lugar. Sabía que, cuando regresara, lo encontraría allí y lo tomaría para ponérselo.
Mientras tanto, en otra parte del castillo, Jericho practicaba con la espada, vestida con su traje de entrenamiento. Al escuchar los suspiros y murmuraciones de Ginebra, se detuvo y le preguntó:
-¿Y a ti qué te pasa?
-Jericho, ¿crees que hice mal al decirle a Arthur sobre Helaine?
-Si te soy sincera, sí, Ginebra. En lugar de detenerla, le diste una oportunidad para escaparse. Pero me parece que hay algo más que te preocupa, ¿verdad?
-Ella se va a encontrar con el caballero, pero nunca lo aceptará.
-¿Te refieres a Lancelot? -Ginebra no respondió, y Jericho suspiró-. No importa lo que creas. Lancelot es demasiado obstinado cuando se trata de las personas que le importan. Créeme, fui su niñera. Ese chico haría cualquier cosa por esa princesita.
-Incluso, ¿traicionar a sus camaradas por ella? -preguntó Ginebra preocupada. Al recordar la muerte del padre de Lancelot y lo sucedido en Liones.
-El amor de un hombre es... complicado, Ginebra. -Jericho sonrió con amargura-. Especialmente cuando se trata de Lancelot. Puede que nunca lo diga en voz alta, pero por Helaine sería capaz de desafiar cualquier orden, de enfrentarse a cualquiera que se interpusiera en su camino. A veces, ni siquiera se trata de traicionar a otros; simplemente, cuando amas a alguien, el resto del mundo empieza a perder su importancia.
Ginebra suspiró, mirando al suelo, aún sin convencerse del todo.
-Entonces... ¿no hay nada que podamos hacer?
-Probablemente no -Jericho se encogió de hombros-. Si Helaine logra abrirle su corazón, Lancelot irá tras ella hasta el fin del mundo.
-Pero no lo entiendo. Lancelot del futuro nunca me mencionó sobre ella de esa manera... -los ojos de Ginebra comenzaron a humedecerse- Ni siquiera recuerdo haberla visto antes -sus rodillas flaquearon, y cayó al suelo, abatida- ¿Por qué está cambiando tanto la historia? Incluso esta hija de Arthur me sorprendió. ¡No sé qué hacer! Nada de esto debería estar pasando. Me siento perdida. Ya ni siquiera sé qué esperar del futuro. Esa niña rubia... la conoceré cuando ella tenga tres años, me llamará mamá, pero a los cinco... ya no sé dónde está, simplemente desaparece. No sé qué me está pasando.
-Oye, tranquila -Jericho se acercó con suavidad-. Estás teniendo una crisis nerviosa.
Ginebra apretó los labios, tratando de contener sus lágrimas, pero la sensación de angustia y confusión le resultaba abrumadora.
-Es que... todo ha cambiado demasiado. -su voz se quebró al recordar las visiones que alguna vez le ofrecieron un futuro claro y seguro-. Antes todo era tan... predecible. Sabía cada paso, cada momento. Ahora, cada día es una incógnita, y no sé si tengo la fuerza para enfrentar lo que viene.
-No tienes que cargar con todo tú sola, ¿entiendes? -insistió Jericho-. Las cosas están fuera de nuestro control, pero eso no significa que estás sola. Tal vez el futuro no sea el que imaginabas, pero aún tienes gente a tu alrededor que quiere ayudarte... incluso yo.
Ginebra asintió lentamente, respirando hondo y secando una lágrima que le caía por la mejilla.
-Supongo que... necesito acostumbrarme. Aprender a vivir con esta incertidumbre.
-Exacto -le sonrió Jericho, dándole un pequeño apretón en el hombro-. Y, tal vez, dejar de cuestionarte tanto. A veces, el futuro encuentra su propio camino, aunque sea diferente al que esperábamos.
Ginebra exhaló con más calma, sintiendo que, al menos por un momento, sus temores se apaciguaban un poco.
-Si el futuro está cambiando... entonces solo espero que padre e hijo nunca se enfrenten.
November 3, 2024
Me pregunto como será la actitud de los demás después de esto? 😅
ESTÁS LEYENDO
Everywhere I Go |Lancelot o Percival
RomantizmEn una reunión inesperada, cuatro jóvenes se unen como el cuarteto del destino, predicho para derrocar a Camelot. Entre ellos se encuentra Helaine, hija del rey de Liones, y Lancelot, un misterioso joven que despierta el interés amoroso de Helaine...