Helaine observó la mesa adornada con velas y platos finos. La presencia de Arthur la incomodaba profundamente, pero mantenía su semblante neutral.
-¿Qué es todo esto? -preguntó, tratando de mantener la compostura.
Arthur esbozó una sonrisa encantadora, su mirada fija en ella mientras se acercaba, tomando su mano con una familiaridad que la hacía sentir prisionera en su propia piel.
-Este es un día especial -respondió con suavidad-. Es el día en que decidiste unirte a mí. Lo recuerdas, ¿no? -apretó suavemente su mano, sus ojos clavados en los de ella como si intentara penetrar sus pensamientos.
«Fue mi peor día», pensó Helaine, aunque sus labios permanecieron sellados.
-No tenías que haber hecho esto -replicó en un tono bajo, evitando sonar desafiante.
Arthur la guió hacia la mesa, asegurándose de que se sentara cómodamente antes de ocupar su lugar frente a ella. Su sonrisa era la de alguien que controlaba cada detalle, cada movimiento.
-Quiero complacerte en todo -susurró.
-¿Tienes algo en mente? -preguntó Helaine, sin interés alguno en lo que fuera a decir.
-Me conoces tan bien -respondió él con una sonrisa más amplia. De su bolsillo, sacó una pequeña caja y la deslizó hacia ella. Cuando la abrió, el brillo de una sortija de compromiso destelló frente a los ojos de Helaine-. Pronto será nuestra boda, así que pensé que esto era lo adecuado.
Helaine observó la joya, impasible.
-No tenemos que demostrar nada a nadie -dijo sin emoción.
Arthur, sin perder su sonrisa, ignoró la frialdad de sus palabras. Tomó la mano de Helaine sin pedir permiso.
-Dame tu mano -exigió, pero cuando ella no se movió, él la tomó y le colocó el anillo en el dedo con una delicadeza forzada-. Serás una reina conocida y amada por todos.
Helaine bajó la mirada al anillo. Ese pequeño objeto dorado brillaba como el símbolo de su condena. El resto de la cena transcurrió en un silencio tenso, cada palabra un recordatorio de la jaula dorada en la que estaba atrapada.
-Sé lo que planeas, princesa Helaine. Escuché tu conversación con Pellegarde -dijo Ginebra, irrumpiendo en la habitación de Helaine, quien se preparaba para partir en la madrugada, justo cuando los vigilantes harían el cambio de guardia.
-¿Vas a delatarme? -preguntó Helaine, mientras ajustaba su sencillo vestido y se colocaba la capa blanca que Ginebra le había dado sin hacer preguntas.
-No, pero quiero que sepas algo. Te encontrarás de nuevo con alguien a quien amarás profundamente.
-¿Te atreves a espiarme mientras duermo otra vez? ¿De verdad crees que me importa encontrarme con Lancelot?
Helaine se volvió para mirarla con frialdad. Ginebra, aunque a veces amiga, no siempre era confiable.
-No me refería a él, pero ya que lo mencionas, te advierto: si intentas algo indebido con él, no dudaré en traicionarte.
-No lo harías. A Lancelot no le agradaría saber que me delataste. Lo perderías sin remedio -Helaine había dejado de ser amable con Ginebra hacía ya tiempo. La marca en su frente y sus ojos oscuros hacían temblar a la más joven, aunque esta trataba de mantenerse firme. De repente, Helaine desactivó su poder y le sonrió con una pureza inquietante-. Si sigues con tus amenazas, olvidaré que Lancelot es mi mejor amigo.
El rubor cubrió las mejillas de Ginebra, mezcla de vergüenza y furia. La pelirrosa había dejado atrás la prudencia, guiada por su temperamento, tal como su padre. Tal vez era inevitable, siendo del linaje de los demonios. Su lado oscuro emergía cuando más lo necesitaba.
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Everywhere I Go |Lancelot o Percival
RomantizmEn una reunión inesperada, cuatro jóvenes se unen como el cuarteto del destino, predicho para derrocar a Camelot. Entre ellos se encuentra Helaine, hija del rey de Liones, y Lancelot, un misterioso joven que despierta el interés amoroso de Helaine...