Capítulo 27. Herida

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Vamos en dirección a la batalla, Junjo y yo llegamos, vemos a Gustavo arrojar sus flechas a figuras que aparecen y desaparecen en el aire, como si fueran humo. Yara por su parte está peleando con mujeres que la intentan atacar. Y Gerardo la cubre.

El escenario se ve complicado, a unos 50 metros veo como una cueva y en la entrada hay fuego de color lila. Adentro se ve que hay personas, y asumo que se trata de los hermanos de Vega y su padre.

—Quédate aquí —me ordena Juanjo.

Yo arrugo mi frente e invoco mi arma, el cual es como un takape pero más pequeño que el de Luriel.

—¿Crees que me voy a quedar aquí? Yo vine a cumplir una promesa a mi amiga, voy a llevar viva a su familia... conmigo no te hagas de héroe.

Me adelanto a Juanjo y camino directo hacia Gustavo para ayudarlo, ya sé que son sus contrincantes. Son Anga del añakua, esos los debió invocar la misma Sabrina.

Gustavo arrojar una flecha, y le da a un hilo de humo negro y este arde en el aire.

—Vengo a ayudarte —digo y él solo me sonríe.

—Honrado de recibir tu ayuda.

Acerco mi arma a la punta de una de sus flechas y espero a que el fuego se propague en el filo de la mia. Cuando al fin lo logro, voy hasta los Anga, y los corto.

Cada que hacen contacto, hacen un ruido horrible, pero me doy cuenta que estas cosas no están de pura casualidad cuando corto uno más. Veo que al caer al suelo, un líquido verdoso se esparce.

¡Maldita sea!

—¡Gus! Deja de atacar a estas cosas... —indico—. No están rodeando de almas malditas y maldiciones ancestrales...

—¿Cómo? —pregunta desorientado.

—¡Qué estamos perdiendo el tiempo! Debemos ir o por Sabrina, o la familia de Vega, porque o sino de aquí no vamos a salir.

Levanto la vista  y me doy cuenta que todo el campo de batalla es este líquido viscoso. Gerardo y Yara ya están sobre una roca mientras que Juanjo se nos adelantó a en dirección a la cueva, por suerte.

—¿Qué putas es esto? —grita Yara

—Son maldiciones, como las que llego a usar la abuela de Orkias en el internado alguna vez... —digo mientras retrocedo y me pego más a Gus— Debemos salir de aquí e ir junto a Juanjo...

Gerardo arruga la frente, lo veo examinar de un lado a otro, queda quieto viendo a un sitio y yo también sigo esa dirección. En el cielo están sobrevolando murciélagos gigantes, gineteados por personas.

—Son ellas —advierte Gerardo—. Con una mierda, que nos estaban esperando.

—Por su puesto que es una trampa —Yara se yergue, se ve imponente cuando toma su látigo y en sus ojos se inyectan las ganas de asesinar al enemigo —. ¿Qué opciones de vuelo tenemos, querido?

—No tenemos espíritus voladores —aclara Gerardo—. Pero tienes a alguien que te puede tirar hasta arriba ¿Crees que le puedas robar uno de esos murciélagos?

—La pregunta me ofende... —responde Yara en lo que Gerardo se pone tras ella.

Gustavo me mira intrigado y yo a él, nos juntamos un poco más porque el líquido hace que el espacio sea cada vez menos.

—¿En serio la va a arrojar? —pregunta susurrando.

—Eso parece... no sabía que Gerardo tenía súper fuerza.

—Yo tampoco....

Gerardo levanta a Yara en una mano  la chica se sienta como si estuviera en un concurso de Belleza, hasta cruza las piernas. El chico estira su brazo como si lo único que tuviese en la mano fuese un balón de fútbol americano. Y en un jalón, arroja a la chica al aire.

Los Dioses del Panal [Libro 5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora