Capítulo 13. Tu cielo, mi infierno

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Entro a mi habitación, tengo la necesidad de quitarme la miel que está por mi piel. Odio la sensación pegajosa, y lo peor es que corrió de mi cabeza a mi cuellos y pecho.

—Mierda —digo al ver que no tengo jabón en mi lavabo — ¡Josefina, deberías ser más atenta! —hablo para en un susurro.

Voy hasta el cajón de mi mesita de luz en busca de toallitas húmedas y no encuentro.

—¡Mierda! No puede ser que no tenga nada.

Doy unos saltitos de desperdicion porque odio que se baje la miel bajo mi brasier.

Salgo al pasillo, creo que voy a ir a buscar a Vega para que me de jabón o toallitas, lo que tenga, doy unos pasos y cuando estoy por doblar en el pasillo me doy un golpe con alguien.

—¡Por los dioses! —me quejo y abro mis brazos porque mi cabello acaba de pegotearse con toda la miel de mi cara, cuello y pecho.

—Lo siento —escucho a Gustavo hablar —. Perdón, perdón...

—Deja las disculpas —mi mal humor me gana con el tono en la respuesta —. Dime que tienes jabón en tu cuarto.

—Sí, sí —se apresura en responder y lo sigo cuando se adelanta a mi.

Él se pasa la mano derecha sobre sus cabellos varias veces, y ahora me doy cuenta que su cuellos está rojo. Ay, que mala persona soy, ni me importó que esté avergonzado.

Entra a su habitación y no paro, solo entro, lo sigo hasta el baño y me pasa un paquete de jabón nuevo, al verme se pone más rojo de lo que ya estaba.

—Toma —me dice, yo parpadeo y él se queda como congelado.

—Hazme el favor de abrirlo —le pido

—Ou... —Se apresura a quitar el envoltorio —. Aquí está, lo siento.

—¿Puedo usar tu baño? —pregunto y el vuelve a parpadear con confusión —. No aguanto más, te juro que es horrible la sensación.

—Oh, claro, claro.

Se aparta de la entrada y deja que yo pase. Abro el lavabo y comienzo a enjabonarme, bajo mi blusa. Cuando escucho que la puerta se cierra de golpe.

—Perdón —grita Gus—. Supuse que lo quieres cerrado.

—Da igual, pero gracias

Honestamente me importa poco, el mal humor me gana. Me bajo el brasier, y me paso jabón por mis pechos, el cuello y la cara de nuevo, me inclino en el lavabo y me enjuago. ¡Uff! Que bien se siente.

—¿Puedo ser más atrevida y usar tu ducha? —pregunto pasando mis manos sobre mi cabello.

—Oh, claro, sí, úsala, hay shampoo y enjuague en la canasta que cuelga allí.

—Gracias.

Suena nervioso, y ahora me parece divertido que actúe así.

Me desvisto, abro la ducha y me siento como nueva al segundo que enjuago mi cabello. Ese ritual no sólo fue emocionalmente desgastante, también fue fuerte, consumió mucho de mi energía  y mantener el camino del Tapekue para mi tía requirió de mucha fuerza de mi parte.

Escucho que la puerta del baño se abre, por un segundo me asusto, hasta que veo que solo es el brazo de Gus intentando colgar una bata en su gancho. Apago la ducha, y camino hasta él, tomo la bata y retira su mano con rapidez.

—Gracias —le digo

—De nada... em... está limpia, la acabo de traer de la lavadora, para ti... lavabo solo toallas a parte, para que lo sepas.

Los Dioses del Panal [Libro 5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora