Parte 10

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Llegó, como siempre, antes de la hora. Aparcó su coche, bajó de él y comenzó a alejarse, observándolo con pena pues era consciente de que ya le tocaba despedirse de él. Estaba al límite y solía dejarla tirada cuando menos convenía; ese era uno de los motivos por los que siempre, absolutamente siempre, salía de casa con mucho tiempo de antelación.

Anduvo hasta la entrada trasera del edificio, por dónde entraban los empleados en horarios en que permanecía cerrado al público, junto al acceso al parking subterráneo. De pie, apoyado en el vidrio, esperaba Devon, el guarda de seguridad que hacía el mismo turno que ella. Al verla, apartó la suela del zapato de la cristalera y dio un paso hacia ella, sonriéndole afablemente.

—Buenos días —saludó él.

—Buenos días, Devon —pronunció en respuesta.

—¿Lista para un día más, jefa? —Bromeó el varón.

—Déjate de bromas —respondió—. Por cierto; siempre lo estoy, amigo mío.

Ambos rieron, ella insertó su llave y abrió la puerta. Eso le recordó que siempre lo hacía ella y Devon jamás usaba la suya.

—Devon, ¿por qué nunca le das uso a tu llavero?

—Órdenes, Genelle. Las tengo únicamente para casos de emergencia o por si tú te retrasas o no te presentas —le informó, mientras ella introducía el código de la alarma al entrar—. Además, yo no sé el código. He de llamar para informar antes de abrir y me dan uno de paso.

—No comprendo por qué soy la única que conoce la numeración, hay más empleados —murmuró.

—Lo conoce también el guarda de la tarde, él cierra cuando marchan las limpiadoras por la noche.

Comenzaron a recorrer aquella sala, la cual era algo así como un almacén en el que guardaban todo lo que pudieran necesitar durante la jornada. Devon, cortésmente, abrió la puerta que delimitaba con el hall principal, dejó cruzar a Genelle y la siguió, cerrando tras él.

—Devon, por favor, enciende la mitad de las luces —pidió ella, mientras accedía a otro cuarto.

—De acuerdo —el hombre partió a cumplir la tarea solicitada, como hacía desde algo menos de un año.

Genelle colgó su chaquetilla de una percha en el interior de su taquilla, acomodó el bolso en la estantería superior y cerró la puertecilla metálica. Colocó el candado y comprobó que estuviese bien cerrado, no quería sustos. Utilizó el pequeño aseo que había ubicado en la esquina del vestuario para hacer sus necesidades y, acto seguido, salió al hall, justo cuando las luces terminaban de encenderse. Devon se acercó a ella, entró al vestuario a dejar sus objetos personales y regresó junto a Genelle, quien lo esperaba junto a la puerta.

—¿Hago ya la ronda? —Preguntó él.

—Hazla ya si quieres, yo iré revisando aquí abajo.

—Ten —dijo, acercándole un pequeño walkie—. Ya sabes, con cualquier cosa rara, me avisas.

Dicho esto, se alejó y accedió a las escaleras, donde se alejó dispuesto a comprobar que no hubiese nadie allí. Por su parte, Genelle comenzaba a abrir las cerraduras de todas las estancias de aquella planta y revisar el interior. Comenzó por el bar y terminó en los baños, donde entró y revisó cubículo por cubículo. Todo allí estaba en orden, así que se dirigió a la recepción, con intención de comenzar a organizarla.

Devon llegó al piso más alto, accedió a éste y lo cruzó, comprobando la zona. Activó el funcionamiento de los elevadores y aguardó hasta que las puertas se abriesen; cuando eso sucedió, se internó en el aparato y bajó un nivel. Hizo lo propio con la planta veintinueve y repitió las mismas acciones hasta llegar a la planta baja, donde Genelle se encontraba encendiendo su computadora. Introdujo las contraseñas pertinentes e inició sesión con su usuario. Comprobó que todo en su centralita funcionase correctamente y preparó todo lo demás. Devon le informó de que todo estaba como debía y se sentó en uno de los sillones ubicados en aquel gran espacio, cerca del bar. Ella terminó de preparar lo básico y procedió a activar los teléfonos.

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