Llegados a la hora del almuerzo, Genelle no daba para más. Hacía tantísimo que no se sentía así que, directamente, no sabía cómo debía sentirse al respecto. Disponía de cuarenta y cinco minutos para comer, período en el cual su cargo era tomado por una administrativa, únicamente para no dejar vacío el lugar.
Se dirigió al bar, a un apartado junto a las puertas de vaivén de la cocina donde se sentaba día tras día, dejando tras de sí el sonido de sus tacones sobre el mármol. Ya le tenían todo listo, solamente debía pedir lo que fuese a tomar y en pocos minutos podría comenzar a comer. Al ser un bar no tenía una gran variedad de comidas, pero sí lo suficiente como para satisfacer a Genelle. Estaba a poco más de medio descanso cuando Devon, apresurado, fue en su busca. Parecía una emergencia, así que dio un último mordisco, dejó el plato sobre la barra, junto al dinero correspondiente, y salió con premura tras el guarda.
Una llamada telefónica, de un cliente francés, fue lo que perturbó su almuerzo. «¡Qué molestia!», pensó, pero se limitó a atender al interlocutor. Le llevó más de veinte minutos al teléfono y con el ordenador, pero consiguió ayudarlo en lo que requería. Lastimosamente, para entonces su tiempo de descanso había finalizado. «Maldición», soltó entre dientes. Cuánto más cansada estaba, más se complicaba todo, ¿sería el karma? ¿O alguna de esas estúpidas pero atinadas leyes de Murphy?
Poco después de una hora más tarde, costándole andar de lo destrozados que tenía los pies, tuvo que acudir al parking a recoger un envío que habían dejado allí erróneamente. Accedió a las escaleras y comenzó a bajar, despacio, hasta que un «¡Cuidado!» la sobresaltó y, al girarse, fue arrollada por un tipo al que no recordaba en ese momento haber visto antes. Él se agarró de las barandillas y ella, ante sus ojos, cayó al suelo pesadamente y rodó escaleras abajo, hasta chocar con la pared y quedar desparramada, hecha un lío de brazos y piernas. Sus quejidos de dolor resonaban por aquel espacio cerrado de más de treinta pisos de alto a pesar de que ella contuvo las lágrimas y la rabia, mientras pudo.
—¿Es que no miras por dónde vas? ¡Demonios! —Espetó, descontrolada, aún tirada en el suelo— ¡Ayúdame al menos! ¿no?
El individuo, paralizado por la situación al principio, se entretenía ahora observando las largas piernas de la mujer, la cual tenía la falda remangada hasta más arriba de medio muslo, dejando así también a la vista su ropa interior vagamente escondida por sus medias. Ella, incrédula, se percató de ello y comenzó a incorporarse sola impulsada por el enfado. Sollozando a causa del dolor que la recorría, logró ponerse en pie, y ahí fue cuando se dio cuenta de que iba descalza de un pie. Miró a su alrededor buscando el dichoso zapato pero, cuando lo localizó y se dispuso a llegar hasta él, una mano se lo alcanzó.
—Toma —le dijo. Ella, furiosa por lo sucedido y porque ni siquiera había intentado disculparse, se lo arrebató bruscamente de las manos.
—Trae aquí —le soltó, iracunda.
Se calzó y dio un paso, dispuesta a ascender los peldaños restantes. Frenó en seco al notar cómo el alto tacón se movía levemente bajo su pie al pisar. Si seguía caminando con el calzado puesto corría el riesgo de que se le soltase el tacón, en ese caso no sólo terminaría con un par de caros zapatos echado a perder, sino que encima se daría la hostia madre. La idea no le agradó, ya estaba bastante dolorida y magullada como para pasar por otra caída, ¿y qué tal si encima sucedía en el hall frente a toda aquella multitud? Sería el hazmerreir, pero tampoco podía pasearse por ahí con un pie descalzo, ni descalza por completo. La ira la dominaba.
—Gracias —dijo en alto, de espaldas—. Gracias por terminar de arruinarme el día.
El hombre la observó en silencio, incapaz de pronunciar palabra alguna. Incluso olvidó las prisas que lo llevaron a ir de tal modo por las escaleras y estrellarse contra la joven. Ella recogió el objeto en cuestión y ascendió por los escalones de regreso a la planta principal, luego marchó y lo dejó allí plantado. Maldijo una vez más al pasar por el tramo donde se accidentó, pero no se detuvo y alcanzó su destino poco después. Le dolían las caderas, la espalda, las costillas, ¡todo! La parte trasera de la cabeza también, además podía sentir como si le latiese esa zona.
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✔️El ósculo
Literatura FemininaGenelle es la recepcionista principal de un edificio de oficinas con una vida sencilla y monótona. Un día se duerme en su puesto de trabajo y, entonces, un misterioso beso rompe esa tediosa rutina. Comenzará a recibir notas y otras cosas, hecho que...