Parte 23

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Los minutos pasaban y Genelle seguía sola en el vestuario del Wallaby Tower, preguntándose si realmente él no iba a aparecer. Quedaban poco más de quince minutos para que su descanso terminase y no había ni rastro de aquel misterioso hombre y aquello la ponía todavía más tensa. Caminó hasta la pared del fondo y apoyó la frente en ella, con los ojos cerrados y tratando de calmarse. Contaba mentalmente en un intento de no pensar en nada, y parecía ir bien hasta que se escuchó la puerta de aquella sala abriéndose lentamente. Detrás de ella, en la otra punta, pero cerca.

Su corazón se aceleró, sus piernas pretendían flaquear, la respiración se le comenzaba a entrecortar y toda ella vibraba desde lo más profundo de su ser. Tenía unas ganas enormes de darse la vuelta, ni siquiera sabía si era él y quería saberlo. Pero lo prometió. Le prometió al hombre que quería y, supuestamente y según él, odiaba al mismo tiempo que permanecería de espaldas y con los ojos cerrados, y tenía que cumplir su palabra, costase lo que costase.

Escuchaba pasos que se acercaban a ella, roce de prendas al caminar y una fuerte y agitada respiración que le recordaba a la suya propia, inestable cual mar embravecido. Necesitaba saber que era él, así que pretendió preguntar, pero cuando comenzó a pronunciar el apellido de aquel admirador que la tenía enloquecida y descolocada no pudo decirlo completo, pues él la interrumpió con un simple <<Shhh...>> que la clavó firme en el sitio.

No tardó mucho en alcanzarla, en realidad, aunque a ambos les pareció una hora en lugar de los escasos segundos que había demorado. Gabe temblaba, se sentía débil ante ella, ante sus sentimientos. Era suyo, lo sabía bien, y seguiría siéndolo decidiese lo que decidiese, pues sus sentimientos eran demasiado inmensos como para pasar a su lado disimuladamente y que éstos no lo avasallasen.

Su mano temblorosa se posó sobre el hombro derecho de la mujer, la cual dio un respingo al recibir el contacto, y ésta notó que su cuerpo ardía bajo llamas invisibles que nacían en su hombro, bajo la blusa, y se extendían por todo su cuerpo. Él no podía creer que estuviese allí, tras ella, con la posibilidad de sentir al alcance de sus dedos. Venció a sus demonios, a las dudas que lo estaban consumiendo, y actuó, sin pensar en su proceder.

Desde detrás, abrazó a Genelle con un ímpetu que la sorprendió totalmente, provocando que un brutal temblor la sacudiera. Si hubiese querido hablar no hubiese podido, no se movía ni un ápice tampoco; simplemente centró todos sus sentidos y capacidades en él, detrás suyo, mientras éste la apretaba contra sí. Genelle tenía el vello de punta, un nudo en la garganta y un cosquilleo que hacía acto de presencia con firmeza. Él, por su parte, sentía tal dicha por tenerla entre sus brazos que nada más le importaba. Ni los nervios, ni el vértigo que le estaba naciendo al final de la espalda y que amenazaba con doblegarlo. Nada importaba, únicamente ella era relevante para él, inconsciente de que a su acompañante le sucedía exactamente igual, con la misma fuerza.

Ambos, cuerpo a cuerpo, gritaban lo que sentían, pero no fue hasta que las manos de Genelle subieron hasta tocar los brazos que la rodeaban cuando la situación cambió y pasaron de mantenerse serenos a dar rienda suelta a sus subconscientes. Al principio fue sutil, iniciando en la leve caricia de ella que lo empujó a él a poner más de sí mismo en aquel abrazo. Ella, al sentirse tan resguardada, movió sus pies para colocarse mejor entre sus brazos y él, tras eso, hundió su rostro allá donde terminaba el cuello de su amada.

Aspiró su perfume, la fragancia avainillada que lo estaba embriagando desde su acercamiento, y no pudo evitar posar sus labios sobre la piel de la mujer. Ella, al percibir el roce de aquellos labios cálidos sobre su piel, tembló bajo el poder de un escalofrío que le nació en el preciso lugar en que él la estaba besando.

Gabe, perdido en ella, fue sembrando leves y tiernos besos en todo el recorrido de un hombro a otro, saboreando de vez en cuando la tersa piel de la recepcionista con la punta de su lengua. Aquello la estaba superando; jamás se había sentido de tal modo ni había pasado por semejante situación. Todas aquellas sensaciones y emociones le eran desconocidas, a la par que placenteras de un modo que no hubiera podido describir.

El apellido del varón escapó de los labios de Genelle en un susurro entrecortado que lo hizo vibrar como nunca nadie había logrado. Y, justo entonces, una petición de la mujer le hizo perder el último retazo de control que quedaba en él, importándole ya poco si ella lo descubría. <<Bésame>>, pidió ella ahogada en el cúmulo de sensaciones que la estaba asaltando. Él, impactado pero tremendamente feliz, se sintió liberado y no dudó ni un segundo en darle la vuelta y posar su boca sobre la de ella, deseoso de saborear una vez más sus apetitosos labios color grana.

Ella se abrazó a él con decisión. Gabe, deseoso, deslizó una de sus manos a la cintura de la mujer y la atrajo más contra sí, rodeándola con sus perfectos brazos que rogaban que el momento de soltarla no llegase. Notó las uñas de Genelle clavándose en su espalda a través de la fina camisa que vestía y que daría lo que fuese por no llevar puesta, pues el calor que lo inundaba lo sofocaba.

Genelle, de puntillas, trató de encontrar la lengua de Parker, pues ansiaba sentirla, y él nada más percatarse de ello le dio lo que buscaba. Mientras sus lenguas, prendidas hasta el extremo, se encontraban y comenzaban a fundirse en una sola mediante una danza improvisada de la cual sus cuerpos al completo querían ser partícipes, Gabe la llevó un par de pasos más allá y la puso contra la pared. En aquella posición, ambos de pie y con Genelle afincada entre el muro y el hombre, continuaron con ese increíble y excitante beso que los estaba haciendo arder en deseo. Deseo que Genelle pudo percibir en el cuerpo de su pareja, cada vez más notoriamente. Tragó saliva como pudo, trató de respirar en condiciones y pudo hacerlo cuando él la liberó, aun no queriendo hacerlo.

Fue un ósculo apasionado, incontrolable, lleno de sentimientos que pretendían ser inmortales a través de aquel gesto que ambos ansiaban. Ambos disfrutaron del beso, intensa y febrilmente, sin importar nada más, ni ellos mismos. Ella seguía con los ojos cerrados, aunque le había costado horrores no abrirlos ni una sola vez durante su apasionado encuentro. Con la espalda contra la pared se sentía segura, resguardada, y eso fue algo bueno ya que podría haber acabado en el suelo sin fuerzas si no hubiese estado en la posición que estaba.

- Parker -murmuró-. Necesito abrir los ojos, por favor... déjame sola -le pidió aún sin fuerzas suficientes para hablar de un tirón.

Él, comprendiendo a la mujer, se aproximó a sus labios y depositó un último beso en ellos al tiempo que acariciaba con sus manos las mejillas de un vívido rojo de la mujer. <<Te quiero>>, le susurró al oído justo antes de voltear dispuesto a dejarla a solas. Ella se sintió más febril aún y creyó que iba a desfallecer nada más por oír su voz aunque fuese en un susurro.

Cuando el sonido de la puerta al cerrarse llegó a sus oídos, abrió los ojos y se dejó caer al suelo sin separarse de la pared. El oxígeno no quería llenarle los pulmones por más que intentase y una serie de frías lágrimas tocaron el aire al deslizarse por las mejillas de la fémina. Sollozó allí, a solas, liberando la tensión que había querido hacer presa de ella. Gabe corrió hasta su despacho a la velocidad del rayo, necesitado de soledad e intimidad. Su cuerpo era sensible en demasía a cualquier posible relación con Genelle, y esta vez había respondido notablemente a lo que ambos habían sentido en su furtiva reunión y eso, implícitamente, conllevaba una reacción a la que debía poner remedio en aquel preciso instante en la intimidad que le brindaba el aseo que tenía en su oficina.

Genelle, una vez algo sosegada, aún con los labios hinchados y exageradamente acalorada, regresó a la recepción para ocupar su puesto, pero tenía tales nervios y un malestar tan notable que la señora que la relevaba durante el descanso se negó a marchar, pues no veía a la chica en condiciones de trabajar y creyó que estaba enferma. Finalmente, la mujer llamó al jefe de personal para que viese a Genelle, quien insistía en que estaba perfectamente. El hombre decidió que era mejor que se fuese antes a casa y tomase un buen descanso, a lo que ella tuvo que obedecer.

Por primera vez en su vida laboral, en todos los años que llevaba en aquel edificio, iba a anteponerse a su empleo, y le resultaba realmente extraño. Lo que más la molestaba y preocupaba era el motivo; por amor. <<¿Acaso estar enamorada incapacita a la gente para desarrollar con normalidad cosas como cumplir con sus horarios laborales? ¿O es que yo soy rara?>>, se preguntaba la joven, únicamente para auto responderse: <<Leches, Genelle, eres más rara que un perro verde. ¿Qué vas a hacer ahora?>>

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