Parte 13

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Genelle acudió a su puesto de trabajo sin falta y puntualmente tanto miércoles como jueves, cada vez con menos dolor físico y menos enfadada por el incidente de las escaleras.

El viernes todo parecía transcurrir con normalidad y ella cumplía con sus tareas deseosa de que llegase la hora de regresar a su pequeño hogar para descansar el fin de semana completo y así ser la misma de siempre; sin dolores ni agujetas causadas por el esfuerzo. No había recibido ni una sola nota que siguiera la del martes y, poco a poco, había ido bajando de su nube. Estaba completamente centrada en sus quehaceres y al llegar a casa se enfocaba en las tareas domésticas.

Devon le había preguntado en diversas ocasiones si había vuelto a toparse con el culpable de su caída o si recordaba haber coincidido con él antes del incidente. Realmente no lo había visto más, aunque con la cantidad de caras que veía a diario podía ser que simplemente se le hubiese pasado por alto.

Genelle estaba cansada ese viernes, necesitaba reposar y por eso, cuando el guarda la avisó de que ya podía marchar, partió rauda y veloz rumbo al vestuario, dispuesta a tomar sus pertenencias. Estaba sola en aquel espacio y, como solía hacer a menudo, comenzó a tararear lo primero que le vino a la cabeza mientras iba al aseo y se dedicaba a sacar sus objetos personales de la taquilla. Ese viernes intentaba ir más rápida pues las ganas de marchar eran más fuertes que ella misma. Desbloqueó el candado y abrió la puertecilla metálica, tras ello sacó el bolso del estante y se quedó parada viendo cómo un papel revoloteaba hasta el suelo del vestuario, no muy lejos de sus pies. Sus ojos quedaron fijos sobre el papel en cuestión, incluso mientras se arqueaba levemente hacia la derecha para dejar el bolso sobre la banqueta. Torpemente, pues ni se aseguró de a qué distancia le quedaba el asiento, depositó el objeto y se agachó, plegando las rodillas, sin apartar la vista. Durante unos segundos no hizo nada, no aparte de pensar sobre qué era y de dónde había salido la hojita doblada que había ante ella. <<¿Se habrá caído de mi bolso? No, está cerrado. Entonces, ¿lo ha puesto alguien ahí?>>, cavilaba.

Ya en cuclillas, estiró el brazo hasta que sus finos dedos entraron en contacto con el pedazo de folio. Lo cogió y comenzó a mover su cuerpo hasta quedar sentada en la banqueta, donde se dispuso a desdoblar los diversos pliegues del papel, curiosa por descubrir el contenido.

<<¿Puede ser "él" de nuevo?>>, se cuestionó a sí misma, pero desechó la idea, demasiado inesperada y loca para su gusto. Había pensado en ello y había llegado a la conclusión de que había sido algo puntual y que no se repetiría. Por eso justamente, cuando terminó de extender el papel sobre sus rodillas y vio la caligrafía que éste contenía, el corazón le dio un vuelco. Aún sin leer las palabras trazadas se sentía de nuevo flotando sobre una nube; un intenso cosquilleo se instaló en su vientre y parte de su pecho, donde sus latidos, que eran increíblemente fuertes, resonaban con violencia haciéndole creer que, en cualquier momento, su órgano vital explotaría. Tales eran su emoción y su nerviosismo que le temblaban las manos y se sentía sofocada.

<<¿Qué diantres te está sucediendo, Genelle? ¡Cálmate!>>, se reprendía interiormente. Comenzó a contar mientras inspiraba y espiraba para relajarse, con los ojos cerrados y asiéndose fuertemente a la madera de la superficie donde se encontraba sentada; diecinueve... treinta y dos... cuarenta y cuatro...

Pasaron muchos segundos más, pero dejó de contar ya que se sentía algo más estable. Suspiró y encaró el escrito, tras lo cual comenzó a leer mentalmente.

<<Hermosa recepcionista,

No puedo sacarte de mi mente. La invades a todas horas, te afincas en mi rutina y no soy capaz de dejar de pensar en ti. Incluso en casa, en mi soledad, tengo presente tu bello rostro y tu grácil figura. No olvido tu voz ni el sedoso aspecto de tu cabello.

¿Qué me has hecho? Involuntariamente, estoy seguro, has irrumpido en mi vida y le has dado un giro más que evidente. Antes, querida, únicamente pensaba en trabajar, incluso en mi tiempo libre. Pero ahora, tras centrar mi atención en tu persona, nada de eso existe ya. Eres tú lo único que puebla mi mente y sí, vengo a trabajar, pero para poder verte al llegar.

Llevas tanto tiempo aquí ¡y yo sin reparar en ti! Aun así, no creas que recién te descubrí, eso viene de algún tiempo atrás, pero no fui capaz de siquiera escribirte antes. Quizá el temor, o quizá lo centrada que siempre estás, fue lo que me impidió aproximarme a ti con anterioridad. No lo sé. Sólo sé que en todo este tiempo me contuve, me reprimí, hasta que te vi dormida hace pocos días. ¡Dichoso lunes que me brindó la oportunidad que anhelaba!

Sé que fui un atrevido, que quizá te asusté con mis actos; con el ósculo que te robé el lunes, la nota del martes o, justo ahora, con esta carta que he deslizado entre las rejillas de tu taquilla. Siento si te atemoricé, no era esa mi intención. Ojalá pudiera ver tu rostro mientras lees esto, recepcionista de mi alma. Sí, leíste bien, de mi alma, pues ahí es donde te has instalado sin yo poderlo evitar.

No quiero aburrirte más con mis desvaríos, así que me voy a despedir ya de ti, pero no sin antes decirte una cosa más.

Te ves hermosa cada día, soy sincero, pero ¿sabes? Creo que, con el cabello suelto, enmarcando tu bello rostro, te verías mucho mejor, tan resplandeciente como realmente eres.

Ahora sí, bella dama, ya te digo adiós. Confío en que el próximo lunes la jornada de trabajo te sea leve.

Buen fin de semana, mi querida recepcionista.

Firmado: Un admirador."

Genelle sentía mariposas en el estómago, los temblores habían menguado pero un nudo en la garganta le dificultaba la sencilla tarea de tragar saliva. Anonadada por lo que había leído, dobló el papel por la mitad y se apresuró en recoger la chaquetilla, la cual aún colgaba de la percha en el interior del metálico armario. Cerró la taquilla con el candado, introdujo la inesperada carta en un bolsillo de la prenda de abrigo y tomó el bolso para, inmediatamente después, salir apresuradamente del vestuario.

Casi corrió al exterior, ansiosa de que el aire fresco golpease su rostro y confiando en que eso la ayudase a regresar a su estado habitual. A grandes zancadas, recorrió la distancia entre ella y su vehículo, con palabras concretas dando vueltas por su desordenada cabeza. ¿Bella, hermosa? ¿Eso le parecía? Ella se veía como una mujer de lo más normal, ni muy guapa ni muy fea, del montón. Pero ¿bella? ¡Caray!

Al alcanzar el vehículo se apoyó en él y respiró aceleradamente. No lograba comprender el motivo por el que se ponía de ese modo, ¡era tan solo una carta! Si se tratase de algún tipo de amenaza entendería el miedo que se había apoderado de ella pero, afortunadamente, no se trataba de eso. Abrió la puerta del conductor y arrojó, desde allí, sus pertenencias al asiento del copiloto para, acto seguido, sentarse y cerrar la puerta.

Trató de acompasar su respiración y, cuando creyó que estaba lo suficientemente bien como para conducir de modo seguro, prendió el motor y partió rumbo a su vivienda, dejando atrás el gran aparcamiento del Wallaby Tower.

Con la mente llena de preguntas respecto a la carta, condujo hasta su barrio y aparcó en el primer hueco que encontró. Desde allí, recorrió a pie el camino hasta su hogar, disfrutando del aire fresco que la rodeaba. Cuando entró en su casa dejó caer las cosas en la misma puerta, se descalzó y dejó los zapatos de cualquier modo en el recibidor, para proseguir el camino hasta el cuarto de baño al tiempo que se desvestía y dejaba todas y cada una de sus prendas tiradas allí por donde pasaba. Al alcanzar la tina estaba completamente desnuda y así se quedó mientras aguardaba el momento del baño. El grifo, acabado de abrir, dejaba salir un gran chorro de agua que llenaba la bañera.

Durante ese lapso de tiempo, Genelle dispuso su pijama limpio y la ropa interior sobre la cama, colocó las zapatillas de andar por casa junto a la puerta del baño y encendió un pequeño calefactor para que se calentase el lugar. Pasados unos minutos todo estuvo listo y ella, deseosa de relajarse en el agua, se internó en la tina con lentitud ya que el agua estaba muy caliente. A ella le gustaba así, pero el primer contacto siempre se percibía extremadamente ardiente y podía resultar molesto.

Al poco estaba tumbada en el interior de la bañera, con el moño deshecho y el cabello colgando fuera del espacio en el cual se hallaba acomodada. El agua rodeaba su cuerpo, haciendo que la temperatura del líquido la mantuviera relajada. Tarareó una canción que le gustaba desde chiquita y dejó que su mente descansase entre los vapores que colmaban la estancia.

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