El jueves transcurrió con normalidad para ambos enamorados, pero aquel día no recibió Genelle carta alguna pues Gabe había estado sumamente ocupado y se excusó con ella mediante un mensaje. En éste aprovechó para decirle que la recogerían el sábado a las siete de la tarde y que esperaba que se sintiera cómoda usando el vestido y demás.
Por la noche, Genelle descansó apaciblemente mientras Gabe no podía pegar ojo, pues unas molestas y continuas llamadas a su teléfono móvil se lo impedían. No quería responder, quería dormir. <<¿Tan difícil de entender es que no quiero contestar al maldito teléfono?>>, se preguntaba en medio de la desesperación y la oscuridad en la que estaba sumido.
El viernes todo parecía calmo en el Wallaby Tower, como cada viernes, con más o menos faena, pero sin problemas. Genelle traducía un documento, Devon vigilaba el hall yendo de un lado a otro y Gabe apagaba el celular ya harto.
— Emma, me voy a casa. No tengo más trabajo aquí y me duele la cabeza. Sí hay algún problema no dudes en llamarme —le indicó a la secretaria.
— Por supuesto, señor Parker. Descanse tranquilo.
Se despidió y esperó al ascensor, dispuesto a marchar a su apartamento. Tenía el vehículo en el aparcamiento exterior, así que saldría por el hall principal. <<Así podré ver a Genelle antes de irme>>, planeaba Gabe, hasta que se llevó una desagradable sorpresa al acceder al elevador.
— ¡Gabe! —Se escuchó dentro del cubículo.
— Mierda —masculló él, haciendo amago de salir del aparato antes de que se cerrasen las puertas, pero no le dio tiempo.
— No te vas a escapar de mí esta vez —le advirtieron.
— Diana... ¡déjame tranquilo! —Le espetó.
Cuando se quiso dar cuenta estaban ya en la planta baja del edificio, así que Gabe corrió lo máximo que pudo para alejarse de aquella tipa que era una pesadilla. Se encontraba a medio hall, poco atrás del mostrador de recepción, cuando aquella voz que detestaba emitió las palabras más inconvenientes en aquel momento y, automáticamente, un precioso par de ojos se clavaron sobre él.
— ¡Gabe Parker! ¡Detente ahí! —Gritó la tal Diana.
Genelle, tan pronto el nombre llegó a sus oídos, se giró apresuradamente llevada por un inesperado impulso que reclamaba ver al portador de aquel nombre. Sus ojos se abrieron desmedidamente, hasta no dar más de sí, mientras quedaba estupefacta afectada por la visión ante ella.
Un hombre, el que se suponía era su hombre, a unos pocos metros de ella observándola con cara de terror. Tras él, una mujer de cabello rubio, largo y rizado, maquillada como una muñeca Barbie y con ropa que nada dejaba a la imaginación, lo miraba con visible enfado. Pero eso, en ese preciso instante, poco le importaba a la recepcionista, quien estaba absorta en el rostro del varón.
Sus ojos, adquiriendo dureza, lo fulminaron y él cerró los suyos y levanto el rostro levemente, apretando los labios y los puños en un gesto que denotaba la caída de todas sus ilusiones y esperanzas en un profundo foso. Gabe comprendió todo con sólo ver los ojos de Genelle cambiando, al tiempo que la expresión de su rostro se tornaba una de furia, pues estaba ofuscada creyéndose engañada y utilizada en algún juego que no lograba entender.
Genelle comenzó a sentir cómo amargas y saladas lágrimas corrían libres por sus mejillas y no podía hacer nada al respecto. <<¿Por qué él? ¿Por qué, de todos los hombres del mundo, tenía que ser precisamente él? ¿Por qué el único al que no soporto? ¿Acaso se habrá estado burlando de mí? ¡Maldición, Genelle! ¡Boba, más que boba!>>, se atormentaba a sí misma.
Seguía sin retirar sus ojos de él, quien la miraba ahora con pena por verla llorar, dolido por el hecho de que saber que se trataba de él pudiera hacerle tanto daño. ¿Por qué lo odiaba tanto? Estaba Gabe hundido y derrumbado en su interior, conteniendo las lágrimas que se agolpaban ahora en sus ojos, cuando la voz de Diana lo sacó de ese mundo oscuro en el que caía sin pausa. Genelle seguía observándolo, muda.
— Gabe. No huyas más, por Dios. No ganas nada con ello, porque seguiré viniendo —le dijo la rubia.
— No quiero saber nada de ti, Diana; menos aún de tu querido noviecito —espetó Gabe.
— Ya no es mi novio, lo he dejado —él la miro algo confuso, sin entender qué quería entonces—. Nos podemos dar otra oportunidad, seguir donde lo dejamos —a Genelle aquello le sentó fatal, a pesar de todo, y Gabe sintió que las tripas se le revolvían.
— ¿Estás loca? Lo dejamos en el altar, me dejaste allí como un pasmarote, y no sé... ¿no te hace entender nada el que huya de tu existencia? ¡No quiero saber nada de ti!
— Gabe, vamos... —Le insistió melosa, provocando que él pusiera cara de asco.
Devon comenzaba a acercarse para pedirles que dejasen de montar aquel numerito allí dentro, pero Genelle lo detuvo y se aproximó a ellos.
— Le ha dicho que no quiere saber nada de usted, señorita —intervino Genelle molesta—. Y le agradecería que esta escenita terminase aquí, no es lugar —Parker la miraba atónito.
— ¿Y tú quién eres para venir a decirme nada? —Soltó la rubia entre dientes.
— Genelle Greth —se presentó—. Éste es mi lugar de trabajo, y aquí no se montan escenas así, no en mi presencia. Además, soy la novia de Gabe, así que déjelo en paz como le pide o me veré obligada a pedir a seguridad que la eche del edificio.
Gabe no creía lo que escuchaba, menos aún Diana, quien lo dejó en claro. Acto seguido, Genelle tomó a Gabe por un hombro y lo aproximó a ella, juntó sus labios con los del chico y él, dejándose llevar, le devolvió el beso extasiado. La mujer puso cara de pocos amigos y se apartó un par de pasos, atenta a cómo su ex rodeaba por la cintura a la recepcionista mientras, con los ojos cerrados, se fundía con ella en un hermoso ósculo, entre vítores de los que habían presenciado todo aquello. Cuando la pareja se separó, ella ya no estaba allí y se quedaron mirando el uno al otro bajo la vista de los demás.
— Te he salvado —mencionó Genelle fríamente.
— Em... cierto, sí. Gracias.
— Vuelvo al trabajo.
— Escucha, Genelle... —Intentó detenerla.
— No te hagas una idea equivocada, Parker —interrumpió—. No significa nada, era para ahuyentar a esa mujer, no es lugar para problemas de faldas.
— Pero nosotros...
— Nada, Gabe. Ahora mismo nada.
— ¿Por qué?
— Tengo demasiadas dudas. Siento que has estado jugando conmigo, la terrible sensación de que me has utilizado como divertimento en algún modo no se va de mi mente.
— No es así... ¿Cómo puedes pensar eso? Yo no soy de ese modo, Genelle.
— Necesito pensar y calmarme, porque ciertamente esto ha sido demasiado.
— Dijiste que podrías con ello —murmuró Gabe con un par de gotas saliendo de los orbes acuosos que eran ahora sus ojos.
— Y podré, pero tengo que asumirlo y ahora mismo estoy... en shock —admitió—. Dame tiempo para pensar, por favor.
Tras esas palabras, encaminó hacia el mostrador y retomó sus quehaceres, que no eran muchos pero debía mantener la cabeza centrada en algo. Gabe suspiró, derrotado, y salió cabizbajo del edificio, montó en su coche y regresó a su hogar.
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✔️El ósculo
ChickLitGenelle es la recepcionista principal de un edificio de oficinas con una vida sencilla y monótona. Un día se duerme en su puesto de trabajo y, entonces, un misterioso beso rompe esa tediosa rutina. Comenzará a recibir notas y otras cosas, hecho que...