Parte 29

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Gabe había dejado todo listo partiendo de sus planes de días atrás, confiando en sorprender a Genelle y que ésta disfrutase de la velada del comienzo al final. Estaba nervioso, ¿cómo no estarlo? En realidad, no tenía interés en asistir a aquella fiesta, pero se sentía en deuda con ciertas personas y sabía que, aunque se sintiese incómodo, debía personarse en el lugar.

Genelle y Alma charlaban animadamente en el dormitorio de la recepcionista, mientras buscaban en unas revistas que la abogada había llevado un peinado acorde al atuendo que iba a lucir Genelle. Ésta, algo tensa, no encontraba nada que le gustase, pero Alma tuvo más suerte y ubicó, entre cientos de páginas, un escote similar al del vestido que Gabe compró. La muchacha de la imagen, con el cabello pelirrojo y rostro de muñeca, lucía un recogido con el flequillo largo cayendo a los lados del rostro hasta rozar las clavículas y el cabello ligado en la parte de atrás de mechón en mechón resultando un moño interior que le daba al peinado forma de caracola. El cabello no iba tensado en demasía en su mayoría, tan solo en la nuca quedaba completamente estirado y resultaba desenfadado a la par que elegante.

Se lo mostró a Genelle y le agradó, pero dudaba de que quedase bien con el vestido y el collar por lo que intentaron hacer una simulación rápida para comprobarlo. Genelle se enfundó la hermosa prenda y se colocó el collar frente al espejo. Alma sujetó con un par de gomas el cabello por la parte de atrás y situó los mechones del frente donde correspondía para comprobar un poco el resultado.

— Es demasiado largo, Alma. – Musitó refiriéndose a los mechones sueltos.

— Sí, con el escote genial, pero no con el collar...

— A buscar otro —masculló Genelle.

— No, espera... —Tomó los mechones y los colocó de nuevo, pero ocultando una parte para que pareciesen más cortos— Mira, así queda muy bien —le indicó.

— Cierto —aceptó, observando su reflejo en el cual se podía apreciar a la perfección el increíble collar de diamantes.

— ¿Cortamos por aquí? Es sencillo, puedo hacerlo yo misma.

Genelle estuvo de acuerdo y pensó: <<si queda mal los escondo y listo>>. Se dejó cortar aquella pequeña parte del cabello y Alma comenzó a pasar el cepillo del pelo por la melena, eliminando todo enredo posible. Genelle, sentada en el taburete frente al tocador, suspiraba de vez en cuando, haciendo reír a su amiga que parecía tan emocionada como ella, sino más.

Una hora después, Genelle tenía su cabellera recogida ya por completo, los dientes lavados y el bolsito preparado. Se extendió crema corporal por todo el cuerpo y comprobó la hora; eran las seis menos diez, le quedaba poco más de una hora para estar completamente lista.

— Alma... Deja de fumar y ven a ayudarme con el maquillaje —pidió con algo de ansia.

— Ya vooooy... ¡No estés tan nerviosa!

— Tengo poco tiempo, es por eso que estoy nerviosa, así que mueve aquí tu culo y haz lo que dijiste que harías en vez de fumar como una posesa.

Alma desistió, arrojó el cigarrillo por la ventana y se acercó a su amiga, quien la desafió por intentar tocarla con sus manos apestando a tabaco. Se lavó las manos y procedió a maquillar a Genelle, algo que pareciese natural pero que no dejase ver ni una mínima imperfección, pues sabía cómo de prejuiciosos y malos podían ser los asistentes a eventos de aquel tipo. No quería que Genelle sintiese que la miraban más de la cuenta o se les llenase la boca dejándola mal por un error al arreglarse; ella pasó por eso tiempo atrás y no fue nada agradable.

Ya estando maquillada comenzó a ponerse el vestido una vez más, esta vez abrochándolo. Se atavió con el collar, unos bonitos pendientes y un brazalete fino de oro blanco que Alma le había prestado y se colocó los zapatos. El espejo devolvía un hermoso reflejo, estaba perfecta y se sentía diferente, capaz de comerse el mundo. El tiempo pasó rápido y llegaron las siete menos cinco.

Ya todo había sido recogido en el dormitorio y ambas bajaron a la calle a esperar que recogieran a Genelle, quien conforme pasaban los segundos se sentía más y más extraña. Una mezcla de nerviosismo y expectación se apoderaba de ella, allí de pie en la calle, ansiosa por que la recogieran de una vez. Tras insistir logró que Alma la dejase sola; le costó más de lo que esperaba conseguir unos minutos de soledad y, por eso, suspiró aliviada cuando se vio, al fin, sola a la espera del vehículo que la recogería, que ni idea tenía de qué modelo podía ser.

Gabe ya estaba esperándola en el destino al que la llevaría el conductor, aquel lugar que tanto le gustaba y al que, por alguna razón que desconocía, jamás había llevado a nadie. Pero ella era diferente, ella despertaba en él esas ganas de mostrarle todo lo que para él era importante o, simplemente, especial. Eran exactamente las siete en punto cuando una limusina blanca se detuvo frente a ella. La miraba con los ojos abiertos de par en par, tanto ella como los transeúntes que circulaban por allí. Un hombre descendió del vehículo y se aproximó a ella, se puso a su lado y le habló, sacando a la mujer de sus pensamientos.

— ¿Es usted la señorita Greth?

— S-Sí —tartamudeó, aún estupefacta.

— Me enviaron a recogerla, si es tan amable de acompañarme...

Los ojos de Genelle se agrandaron aún más, todo su ser temblaba y aún no asimilaba que realmente aquel largo y elegante automóvil iba a ser su transporte aquella noche. Logró asentir con la cabeza y siguió al conductor, vestido con un uniforme gris oscuro y una gorra a juego, hasta posicionarse tras él al tiempo que éste le abría la puerta. Ella accedió al asiento y, mientras el hombre rodeaba el vehículo para subirse a su asiento, evaluó todo lo que la rodeaba. Estaba sola en aquel espacio, pues un cristal negro la separaba del varón, el cual ya había arrancado el vehículo haciéndolo rodar por el asfalto. Ella nunca había subido en semejante transporte, por eso cada detalle la mantenía más anonadada que el anterior. Advirtió que había vasos, copas y una botella de champán cuya marca no le decía nada ya que no la conocía, pero era consciente de que era carísima y de gran calidad.

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