Parte 30

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Poco después, ni veinte minutos más tarde, la limusina se detuvo y el chofer se bajó y abrió la puerta que había junto a Genelle. Ella descendió, regalándole una sonrisa y un <<gracias>>.

— ¿Quiere que la acompañe, señorita Greth? —Le preguntó el conductor.

— No, muchísimas gracias. Aunque agradecería que me indicase a dónde he de dirigirme.

— Faltaría más. Mire —le señaló—, es en el mirador. La esperan allí.

Genelle centró su vista en el lugar que le indicaban y logró ver, entre todo lo demás, una silueta al fondo. Agradeció una vez más y se despidió mientras ponía rumbo hacia aquella silueta humana, la única del lugar.

Subió a la acera y no dio pasos sin detenerse a ver el lugar. Aun comenzando a oscurecer podía apreciar bien los árboles, las flores, el césped extremadamente cuidado y la fuente del centro que era, con toda seguridad, la más bella que había visto Genelle en su vida. Se detuvo frente a ésta para admirarla mejor, olvidando por un momento que alguien la esperaba, y los tres pisos de la fuente con el agua cayendo en cascadas por ellos la fascinaron. El sonido del agua la relajaba, cosa que agradeció profundamente. Siguió adelante, con sus pupilas danzando por cada pequeña cosa que decoraba el mirador. El hombre al fondo cada vez quedaba menos alejado y la mujer comenzó a sentir, de nuevo, una cierta presión en el pecho y un nudo en la garganta. Debía llegar a él, lo sabía, pero creía que comenzaba a fallarle el valor.

Gabe era consciente de que ella ya había llegado, pero debía darle tiempo. No quería que se sintiese agobiada y que fuese incapaz de disfrutar la velada, quería verla sonreír. Lo anhelaba. Percibió que ella se detuvo una vez más, y sólo podía rezar para que no saliese corriendo y que se dedicase a admirar la belleza de aquel lugar.

Ella, con un descomunal cosquilleo en su vientre, se paró para buscar en su interior el valor que había reunido antes, pues lo necesitaba más que nunca. Pareció hallarlo, sonrió más tranquila y tomó aire. El hermoso jardín, con diversos bancos de piedra repartidos por él y la ligera brisa sacudiendo las ramas de los árboles, la invitaba a llegar hasta él y agradecerle por mostrarle semejante sitio y era, al mismo tiempo, testigo del inicio de su primera cita. Genelle siguió poco a poco, hasta quedar nada más a un par de metros de él, donde se detuvo gozando del agradable rumor que producían las miles de hojas verdes de los árboles al ser sacudidas por el leve viento.

Él se irguió por completo, sabiendo que estaba tras él, y comenzó a darse la vuelta lentamente pero ansioso por ver su rostro. Ella sonrió nerviosamente esta vez, aunque frunció levemente el ceño al ver el rostro de Gabe y recordar todo. Sabía que era él, lo había aceptado y estaba dispuesta a darse una oportunidad, pero su subconsciente aún tenía cierto poder en ella. Poder que deseó se extinguiera, pues su corazón latía desbocado sólo de ver al hombre y quería poder disfrutar de su compañía.

— Hola, Gabe —saludó, estática en el sitio.

— Hola —se acercó a ella—. Ven, quiero mostrarte algo —extendió la mano para que se la tomase.

— ¿Qué es? —Preguntó la fémina mientras unía su mano a la de él, olvidando cualquier cosa que tuviese en mente.

— Ya lo verás.

La guió hasta donde él había estado aguardando su llegada, la situó a su lado, apoyó las manos de ambos en la barandilla que indicaba el fin del mirador y le sonrió al tiempo que, con la mano libre, le mostraba las vistas.

— Wow —musitó Genelle—. Es... Es realmente hermoso.

— ¿Verdad que sí? Se ve toda la región desde aquí, más de nueve ciudades.

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