Parte 16

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Genelle se encontraba enfrascada en medio de una llamada telefónica de un cliente español cuando un hombre llamó su atención. Ella le hizo un gesto rogándole que aguardase un instante y él así lo hizo. Se dio prisa en concluir la atención telefónica para poder ayudar a aquel varón que aguardaba tranquilo.

— Buenos días, señor. ¿En qué puedo ayudarle?

— Buenos días. Vengo a hacer una entrega —respondió mientras ponía a vista de la recepcionista el objeto de entrega.

— Oh, ¡qué hermosas flores!

— Lo son.

— Dígame a quién busca y le indico a dónde ha de dirigirse, por favor.

— Gracias. Busco a la señorita... —Leyó el nombre en el albarán de entrega— Genelle Greth.

A Genelle casi se le atraganta su propia saliva al escuchar su nombre de boca del repartidor de la floristería. La boca abierta, los hermosos ojos de Genelle de par en par por el asombro y el repentino mutismo de la mujer mostraban su evidente incredulidad ante aquella situación.

— ¿Señorita? —Inquirió el hombre al ver el estupor que había dominado a la recepcionista.

— Ah. S-sí, disculpe —balbuceó, reaccionando poco a poco—. Soy yo. Yo soy Genelle Greth.

— ¡Qué casualidad! Creí que me perdería por el interior de este enorme edificio —bromeó él. Ella únicamente esbozó una sonrisa lentamente—. Necesitaré su identificación, señorita Greth.

— Claro. Iré a buscarla; si me disculpa un momento.

Genelle acudió a Devon para que vigilase la recepción mientras ella iba a su taquilla a buscar su documento de identidad, con el corazón acelerado, con la sensación de pisar algodones y rebasando el cupo de sentimientos en una sola persona. Cuando regresó a su puesto, Devon charlaba animadamente con el repartidor, pendiente igualmente del lugar de trabajo de la chica. Genelle sentía mil ojos sobre ella y, en parte, no se equivocaba, pues bastantes curiosos observaban la escena con renovado interés. Entre aquellas miradas se encontraba la de Gabe, quien observaba cada detalle de la escena que se desarrollaba en el hall sin perder ni el más mínimo gesto de la joven recepcionista ni por asomo. Apoyado en la cristalera de la entrada, en un ángulo que le permitía ver todo, mantenía silencio mientras ella, ruborizada, atendía al enviado de la floristería.

Vio como Genelle entregaba su documentación y sonreía mientras se azuzaba el cabello tras colocar algunos mechones sueltos por detrás de las orejas. Él, sonriendo, decidió salir fuera y caminó hasta la parte del parking donde tenía aparcado su coche, un Bentley Mulsanne que quitaba el hipo.

El hombre que cargaba el ramo de hermosas flores, de colores rojos y violetas entre otros, preparó el papel en el que debía confirmar la entrega y lanzó una pregunta que la dejó patitiesa.

— ¿Dónde quiere que le deje las demás?

— ¿Perdón? Las... ¿Las demás? —Pronunció ella como pudo.

— Sí. Hay nueve ramos más, un par de ellos bastante más grandes —le aclaró él.

— Pero, ¿dónde voy a poner aquí tantos ramos? —masculló Genelle poniendo cara de apuro.

— Si quiere, señorita Greth, le propongo una solución —le dijo el varón—. Trabajo hasta las ocho de la tarde, si usted lo prefiere puedo pasar por su casa y se las dejo todas allí. No me cuesta nada.

— ¡Se lo agradecería mucho! —Exclamó aliviada, soltando un suspiro.

— Entonces, si es tan amable de proporcionarme su dirección, esta tarde paso a dejárselas allí.

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