Bajó las escaleras, golpeando fuertemente la puerta, y se posicionó en el centro del hall como una exhalación. Buscó con la mirada al otro tipo con el que tendría que lidiar aquella tarde y al cual no tenía ningunas ganas de ver, pero no lo vio. Se quedó allí, bien visible para cualquiera, recordando las palabras de su exjefe y consiguiendo así únicamente enojarse más.
—Poderoso caballero es Don Dinero —masculló con un tono de voz bastante bajo.
—¿Cómo dice? —La sorprendieron por detrás, provocando que diera un respingo y voltease rápidamente.
—Nada, cosas mías —respondió ariscamente—. ¿Qué quiere de mí? Le advierto que no estoy para tonterías.
El hombre la analizó, igual que ella a él. Sus miradas se retaron durante unos instantes.
—¿Y bien? —Insistió ella.
—Acompáñeme a tomar algo y hablamos con calma. Necesita apaciguar sus ánimos, señorita...
—Genelle —se apresuró a responder—. Llámeme por mi nombre simplemente.
—Bien. Genelle, venga conmigo.
—¿Puede decirme de qué se trata de una vez? No tengo el horno para bollos, señor Doyle.
En su mente se coló lo que escuchó en las escaleras: «estúpido Doyle». ¿Debería contarle sobre ello? Él posó una mano sobre el centro de la espalda de la joven, empujándola levemente y logrando que ella se moviera en dirección al bar.
Una vez allí, tomaron asiento en un reservado en la parte derecha del lugar. Él comenzó por contarle que había confirmado su versión de que había empleados en el bufete la otra noche. Ella, automáticamente, recordó la conversación que escuchó allí. El hombre le pidió disculpas por todo lo sucedido y se animó a preguntar por lo que ella le dijo en el anterior encuentro, aquello de que controlase a su gente. Ella dudó, pero viendo que realmente no era algo personal y que se había disculpado, decidió contárselo ya que, con suerte, le sería de ayuda.
Su rostro, su expresión, cambió drásticamente al ser informado de todo. Ella, sabiendo la conexión de aquello y lo de rato atrás, le terminó de contar absolutamente todo lo que sus orejitas habían llegado a escuchar. Él se mostró sumamente agradecido, tanto como ella sorprendida del buen carácter del señor Doyle, así como del buen ambiente que había entre ambos.
Se permitió observarlo más detenidamente, ahora que estaba calmada. Mientras bebía de su tónica analizaba al hombre; piel morena, cabello castaño, facciones muy marcadas, ojos oscuros, hombros anchos y brazos fuertes. Debía de tener unos cuarenta años aproximadamente. Ella pensó en que su apariencia, su presencia en general, derrochaba masculinidad y decisión. Se veía honesto y directo, y a ella eso le gustaba en las personas. Odiaba la falsedad más que cualquier otro mal atributo o hábito.
Cuando la conversación era más distendida, él le preguntó porque se la veía tan disgustada y ella, necesitando con urgencia estallar, le explicó punto por punto la reunión con el que había sido su jefe. Él se mostró sorprendido por ello, pero no de un modo grato, y decidió echarle una mano a la mujer que tenía enfrente, a la cual admiraba por su actitud y saber estar. Obviamente no le dijo nada, pues primero quería comprobar el otro asunto y terminar con el problema de raíz.
Poco rato después, entre risas, se despidieron y cada uno volvió a lo suyo, a sus propios mundos. El señor Doyle subió a las instalaciones donde se encontraba su despacho y Genelle subió a su vehículo, dispuesta a llegar a su casa sin poder cumplir la lista por completo. Molesta por ello, elaboró mentalmente una nueva lista.
«Plan B:
Puntos 1 a 6, hechos.
7 —Ir a la licorería más cercana y gastarme lo poco que me queda en un licor barato, uno que me deje K.O.
ESTÁS LEYENDO
✔️El ósculo
Literatura FemininaGenelle es la recepcionista principal de un edificio de oficinas con una vida sencilla y monótona. Un día se duerme en su puesto de trabajo y, entonces, un misterioso beso rompe esa tediosa rutina. Comenzará a recibir notas y otras cosas, hecho que...