Parte 8

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Tras ser acomodados, recibieron las cartas y les sirvieron el agua que pidieron en lugar de alcohol. Una vez quedaron solos, Graham se dirigió a Genelle.

—Genelle, ¿sabes ya lo que vas a pedir?

—No tengo la más mínima idea —respondió sencillamente.

—¿Ha probado alguna vez la cocina francesa? —Le preguntó esta vez Jim Wilson.

—No, señor Wilson, nunca he tenido la oportunidad.

—Dígame, Genelle, ¿por qué tutea a Graham y a mí no? —Quiso saber.

—Mm, realmente no lo sé, simplemente se dio así.

—Pues, si no le importa, haga lo mismo conmigo. Si vamos a trabajar juntos, lo preferiría así —le pidió el varón, mirándola a los ojos con insistencia.

—Claro... —dudó un momento— Jim. Tú también.

—Perfecto. Ahora, ¿quieres ayuda para escoger?

—Claro. Creía que iba a tener que escoger al azar —rio y suspiró aliviada—. No entiendo bien la carta —se avergonzó—. No sé francés.

— Jajaja —rio también él—. Yo te ayudo pues.

Graham los observaba en silencio, sorprendido por lo bien que estaban congeniando desde el principio. Jim explicó a Genelle un par de cosas sobre el contenido de la carta y terminaron por decidir que pidiera él por ella.

—¿Puedo tomarles nota, señores? —Quiso saber el joven camarero, quien se acercó al ver que dejaban los cuadernos de piel negra sobre la mesa.

—Sí —respondió Graham Doyle—. A mí, tráigame Hachis parmentiere de primero. De segundo Escavèche.

—¿El típico de pescado, señor?

—El de pescado de agua dulce —aclaró Graham.

—Perfecta elección —acto seguido, fijó su vista en Jim, para que le dictase su pedido.

—Yo quisiera una Soupe a L'Oignon como entrante y, después, Confit de canard, por favor —el chico anotó la elección y le habló a Genelle.

—¿Usted, madame? —Genelle tardó un instante en reaccionar, creyendo que lo de madame no iba por ella, y Jim se le adelantó.

—A ella —intervino—, tráigale Poteé Lorraine y Escargots de Bourgogne.

—Muy bien, en breve les sirvo. ¿Quieren nuestro vino estrella para acompañar la comida?

—No, sólo agua —informó Graham—. Debemos conducir. Gracias —tras eso, marchó dejándoles a solas una vez más.

Genelle preguntó por los nombres de los platos que pidieron ellos, pues no había podido entender nada al ser en francés. Le aclararon sus dudas y, cuando Jim le mencionó que finalmente había pedido para ella un plato de caracoles, ella abrió los ojos como platos y pensó: «¡Menos mal que sé cómo comerlos!».

En breve recibieron los entrantes y comenzaron a degustarlos, sobre todo Genelle, quien nunca había probado aquella sopa. No tardaron en comenzar a hablar del tema principal de la reunión, cosa que animó a la fémina, ya que, debido al ambiente y a cómo se sentía entre tanto lujo, estaba algo decaída pues seguía sintiéndose fuera de lugar.

—Bien, Genelle —le dijo Jim—. ¿Te quedas entonces con nosotros en el bufete?

—Jim, aún no sabe siquiera en qué consiste el empleo —le informó su socio—. Para eso ha venido.

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