Capítulo 31: Odette y Odile

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Capítulo 31: Odette y Odile

Hubo un tiempo en que salir del trabajo le dejaba una sonrisa en la cara. Significaba conducir quince minutos al restaurante de su hermana, solo para encontrar a Sanji a lado del vitral francés, dibujando algo, sus dedos estarían manchados de carbón y ambos se reirían.

Ahora, conduce sin un rumbo durante horas, esperando que la noche llegue rápidamente. Regresa a casa solo para estudiar textos, ignorando el fuerte olor de los árboles limoneros que su prometido planto en vida. Hay frutos que se han caído y solo esperan la putrefacción. Puede que Sanji este muerto, pero sus recuerdos siguen allí, aferrándose en los limones que se desperdician en el jardín. Katakuri tiene que ignorar el escalofrió que tiene cuando roza sus hojas o la nausea constante que le provoca el olor, puede que la infección sea lenta, pero es una gangrena que inicia en el pie y llega al cerebro.

Cuenta los días. Divide su ausencia en horas, minutos, segundos, attosegundos. Podría volver a sumar el tiempo, convertirlo en meses y estaciones, lo haría con tal de cansarse y dormir, pero el insomnio y la fatiga son sus nuevos compañeros de trio.

Enciende un cigarro y respira el olor de la nicótica. El calor del día se sustituye por la sensación fresca de la tarde, el sonido característico de los pájaros llena sus oídos. Limpia sus manos, sucias de la grasa de las donas fritas e insípidas que se han vuelto su almuerzo del día y piensa en arrancar el carro y dejar atrás la cafetería en la que está estacionado.

Pero la campana de la librería y una brillante cabellera carmesí saliendo del establecimiento, lo obliga a detenerse y mirar con curiosidad a su némesis personal. Ichiji se ha quedado parado junto a la barda de flores, sus manos están rozando las hojas de las lavandas y de las rosas.

A pesar del enjambre de abejas que rodea las plantas, Ichiji extiende su mano con gracia y trata de tocarlas con delicadeza, como si fueran mariposas. Katakuri lo observa, mientras mastica lentamente un trozo de su dona de vainilla, y levanta una ceja al notar un nuevo gesto de dolor en su rostro: una abeja acaba de picar al muy imbécil.

Katakuri temé que demasiado tiempo libre le haya dado la afición de admirar las equivocaciones humanas. Pero es curioso que Ichiji sigua jugando con las abejas, él quiere acariciarlas o tal vez, está ofreciéndose a ellas para que lo sigan picando. Baja su brazo en el instante en que un hombre alto, rubio y corpulento con una apariencia de gánster de los 2000, llega a él y lo toma de las caderas, enterrando posesivamente los dedos en su carne para pegarlo a su costado sin cuidado.

Katakuri no es de naturaleza entrometida, por supuesto, pero le da una calada a un nuevo cigarrillo y los ve compartir una mirada en su silencio. Hace una mueca de disgusto y repulsión cuando él sujeto escanea el cuerpo del joven profesor de literatura y sabe que puede ver el atisbo de una sonrisa gatuna en las fauces del pelirrojo en respuesta a su lascivia.

Katakuri no sabe en que momento ha fruncido tanto el entrecejo, o por qué siente esa adrenalina interna al ver a Ichiji ser tocado por otro hombre.

¿Es acaso desilusión? ¿Decepción?

Ichiji había parecido tan interesado en él todo este tiempo, pero...Parece que no es el único.

Nunca pensó en la posibilidad de que Ichiji estuviera saliendo con alguien, puede que tenga un novio o algunos amantes, de lo único que está seguro es que le gusta jugar a ser un gato rojo y gordo, hambriento de canarios.

Ichiji se lame los labios y provoca discretamente a su compañero susurrándole cosas al oído, es demasiado elegante como para hacer evidente el coqueteo. Es una belleza cruda que el diablo invento para despojar de las cosas que sobran: el alma, el corazón, la humanidad.

El bastardo rubio cierra su mano en su brazo y se mueven juntos hacía el llamativo deportivo azul eléctrico que supone es suyo. Katakuri desvía los ojos, irritado.

No está dispuesto a pensar en imágenes pecaminosas y carnales, pero siente el peso de unos brazos invisibles abrazándose a sus hombros y una mano huesuda abriendo el cuello de su camisa.

Todavía puede sentir los labios de su prometido en los suyos, sus exhalaciones y la forma en que le apretaba los hombros cuándo hacían el amor. Su toque febril que lo quemó en la piel, el aliento caliente golpeaba su oído y jadeando que nunca lo dejaría.

Cada día Katakuri siente que Sanji lo persigue y lo asecha. Lo castiga por haberlo mantenido en ese hospital por demasiado tiempo. Lo obliga a recordar constantemente sus pecados. Y si no lo hubiera conocido bien, diría que mando a su copia justo para que no lo olvide nunca, justo para que jamás deje de pensar en él.

Hace muchos años, durante una de sus primeras citas, Sanji lo llevo al festival de ballet de su hermana mayor, la mujer es maestra de danzas clásicas. Al final de su presentación, quitándose el maquillaje dramático con un paño, ella habló del Lago de los Cisnes, Reiju le explico sobre los dos personajes principales de la obra: Odette y Odile. El cisne blanco y el cisne negro.

Odette, el cisne blanco, era la representación de la inocencia y la pureza. Odile, quien era el cisne negro, era su versión oscura y malvada, creada para causar conflicto y tragedia. Y luego estaba Siegfried, el príncipe enredado en el triangulo amoroso que nacía a lo largo de esta historia.

«—Nunca dejes de pensar en mí.»

«—Profesor Charlotte...»

«—Nunca dejes de pensar en mí.»

«—Profesor Charlotte...»

«—Nunca dejes de pensar en mí.»

«—Profesor Charlotte...»

Durante el acto final del ballet, Odile, el cisne negro, se presentaba ante el príncipe Siegfried, suplantando a Odette, con el objetivo de engañarlo y hacerlo romper el juramento de amor eterno a Odile, quien se arrojaba al lago prefiriendo la muerte, teniendo así su desdichado desenlace.

Que irónica es la vida, ¿no?

Katakuri mira al hombre rubio con furia y luego mira a Ichiji. Y no le importa si es el jodido cisne blanco o el negro, o si no es ninguno en absoluto, pero no soporta verlo compartir el mismo oxigeno de ese tipejo.

lchiji lo convierte en este bruto, feroz, cruel e inocuo ser humano, se imagina saliendo del auto y tomando al acompañante de profesor por el cuello, sorprendiéndolos a ambos, hacer algún alarde de lo que sus manos fuertes son capaces de hacer.

Katakuri nunca ha sido el clásico hombre celoso que nunca usa su cerebro para nada y solo es obtuso y posesivo, un megalomaníaco inseguro. Con Sanji, siempre intento ser racional y cabal si otros hombres lo miraban o deseaban, por eso cree que es una locura tener esta reacción por Ichiji, desea que todo se trate de terreno transigido. Quiere que solo sea su ego herido de que él pelirrojo haya desistido con él, que busque nuevas víctimas, cómo platillos de un bufete.

«—Nunca dejes de pensar en mí.»

«—Profesor Charlotte...»

Escucha ambas voces, a la izquierda y a la derecha. Cierra los ojos e imagina a los gemelos a un costado suyo, cada uno. El deseo pervertido se apodera de él, cuan humano y miserable es, porque en ese flash que dura tan solo unos segundos, ni siquiera reconoce a quien fantasea coger. Al novio muerto que aún ama. A su cuñado que odia. A los dos.

Clean [KataIchi] [AceSan-Pasado] [KataSan-Pasado] [AceIchi-Pasado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora