Capítulo 53: Abejas, abejas, abejas

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Capítulo 53: Abejas, abejas, abejas

Katakuri mira a su hermana parada detrás del atril, sobre ella, una enorme fotografía de Sanji se encuentra observándolo. Sus ojos azules gigantes parecen hechizantes, su sonrisa, parece hacerse más alargada si la miras por varios minutos, así que bebe el resto de su whisky y deja que Pudding siga el discurso mientras saborea el alcohol en sus encías.

Su hermana ha decorado el restaurante con una absurda cantidad de pinturas de su prometido y él tiene que tragarse la incomodidad que le ocasiona ver retratos de sí mismo, con una mirada distante, fumando un cigarrillo, o con un rostro que parece vacío. Y aunque sabe que ese hombre de la pintura se parece a él, no es él. No todas las obras son su cara, pero muchas de ellas sí.

"El amante que se devora", 202*, Óleo sobre canvas, Sanji Vinsmoke.

"Manos que siembran caos", 202*, Óleo y tinta sobre canvas, Sanji Vinsmoke.

"Solo la mitad de su rostro", 202*, Óleo sobre canvas, Sanji Vinsmoke.

Cada una se siente cómo una pequeña venganza contra él. ¿Qué son estás pinturas? ¿Cuándo las creo? ¿Sanji estaba tan resentido durante los últimos meses?

El rubio siempre había oscilado entre los extremos: El alma de la fiesta, el solitario, el cariñoso y cálido, el hosco y vengativo. Nunca conoció un antagónico.

—Nunca. —Pudding golpea la madera del atril con firmeza. Su cabello castaño cae libremente sobre sus hombros, y el vestido negro que lleva parece darle una madurez que no coincide con su edad, la tragedia le ha robado algo de su juventud. —...Encontraremos a una persona como él. Nos escuchaba cuando estábamos tristes, se reía cuando estábamos felices...Y el invierno, era verano. Siempre era verano a su lado.

Katakuri trata de no recordar su última confrontación. Las palabras amargas, las mentiras, incluso el sexo en el que se retaban y miraban fijamente a los ojos. Así terminaban las discusiones, cuerpos sudados y ¿Realmente piensas que otro imbécil podría hacer que esto se sienta tan bien?

Pero nadie lo sabe. Porque, normalmente, esos no son los recuerdos que uno guarda cuando alguien importante se va. No son los que te vienen a la mente cuando la ausencia te golpea. Normalmente, solo recuerdas lo bueno, lo que te llevo a poner un anillo en su dedo. Pero incluso en la muerte, Sanji sigue allí, intacto. Vive y respira a través de los agujeros de las paredes, como un fantasma que nunca se desvanece: Vive en la casa que le compró, vive en la universidad, vive en el restaurante de Pudding, vive entre las ruinas de esculturas y figuras que decoran los templos y los altares griegos que estudiaron cuando eran novios y Katakuri realizaba su investigación. Vive en todos los aviones que tomaron, vive en los cruceros en los que se lo follo. Vive en el pequeño pueblo sin esperanza en el que nació casi veintisiete años atrás.

—Oh, Kat...— Katakuri siente un escalofrío cuando una mano femenina toca su espalda, obligándolo a voltear. Es Makino, la esposa de Shanks. —Querido, me acongoja verte así. No deberías estar aquí. Ustedes debían estar viviendo la vida que soñaban, de la que tantas veces hablaron.

Oh, sí, lo recuerda. Sucedió cuando besaba uno a uno los nudillos del rubio, y él les contaba emocionado a los veteranos cómo, en unos años, sus intenciones eran salir de la ciudad y vivir una vida tranquila, una vez que Katakuri y él hubieran explotado al máximo sus profesiones; beberían un buen vino y dejarían que el ameno clima les besara la piel durante los atardeceres.

«—¡Katakuri podría dar clases en una localidad tranquila y yo seguiría pintando!

El hombre se desata el nudo de la corbata, es un movimiento casi automático. Detrás de Makino, el bullicio continúa. Más nombres, más caras, todos amigos de Sanji. Vienen, se presentan, se disculpan, se van.

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⏰ Última actualización: Nov 18 ⏰

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