entrenamiento y la fuerza

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Borde exterior de la galaxia

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Borde exterior de la galaxia

Habían pasado varios años, 10 años estándar para ser más precisós, y desde aquel lejanío primer día que llegó a instalarse en esta modesta granja, ya casi no lograba recordar como era su antiguo hogar en Mandalore, pero no se quejaba, esa palabra había desaparecido de su vocabulario hacía tiempo gracias a las estrictas pero justas doctrinas de su mentor Jango fett.

El cuál, fiel a su palabra se encargó de guiarle en el arte del guerrero Mandaloriano, que había consistido desde rutinas de ejercicios infernales seguidas de técnicas de combate estándar, hasta la enseñanza de como armar y desarmar todo tipo de armamento y por supuesto como dispararlas, también le enseño como usar todo tipo de granadas y equipos de sabotaje, lo cual se le daba bastante bien. Y Pese a que en todo ese tiempo jango nunca le envió en una misión de caza recompensas, sí que lo llevo a algunos de los planetas más inhóspitos y despiadados, de los que estaba seguro jamás podría llegar a olvidar, los rincones olvidados de la galaxia no eran nada bonitos ni mucho menos amables con cualquier forma de vida, en su travesía por la búsqueda de la fortaleza se había llegado a topar con algunos planetas muy inestables en ciclo de sus estaciones que alcanzaban grados bajo cero, otros de gran vegetación con terribles bestias, parásitos, entre otras sabandijas que en más de una ocasión estuvieron a punto de volverlo su almuerzo y por supuesto no podían faltar también aquellos infiernos desérticos de calor abrazador. Si, todo un entrenamiento completo, una cometa tortura si se lo preguntaban.

Aun así, pese a lo estricto y serio que solía ser la gran mayoría del tiempo, Jango siempre estuvo ahí para él cuando más lo necesitó, guiándole y corrigiéndole con gran maestría, algo que le agradecía mucho, y aunque no se atreviera a decirlo en voz alta, tal como le sucedió con Sho comenzaba a verlo como el padre que jamás tuvo.

Hoy el clima del templado lugar parecía sonreírle con el amanecer de un hermoso cálido día despejado en el cual podría desarrollar toda su ajetreada rutina sin mayores molestias. Por lo que tras levantarse de ese celestial malvavisco blando al que se le denominaba colchón se levantó de la cama nada más al escuchar el sonido de la alarma. Tras quitarse la única prenda inferior que tenía por pijama dió el primer estiramiento con una gran sonrisa en sus labios para dar la bienvenida a los primeros claros del alba que bañaron su rubia cabellera. Hoy sería un gran día, tenía ese presentimiento, pero primero daría prioridad al desayuno.

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A las pocas horas de terminar de comer no perdió tiempo en seguir y terminar con su entrenamiento matutino tal como se lo habían inculcado, lo que eventualmente le daría el tiempo libre suficiente para  detenerse un momento a descansar junto a los animales, ya después caminaría en dirección al lago cercano para tomar una ducha.

Ciertamente resultó ser un día despejado y la brisa fresca le sentía refrescante al pasar por su rostro y cabello, por lo que aún sin tener mejores asuntos que atender se sentó un momento sobre aquella roca de superficie aplanada en pose meditativa y se dejó llevar por la guia de su respiración, de forma inconsciente, la calma le alentó a cerrar los ojos y relajarse todavía más, fue entonces, tras unos cuantos minutos cuando pudo sentirlo, aquella sensación que siempre le acompaño, no sabía que era jamás se había tomado la molestia de indagar, pero se sentía como si fluyera a través de él, como si se conectara a todo lo que le rodeaba, esta tierra, el cielo, las plantas, el planeta... y más haya, era algo increíble y muy poderoso podía dar fé de ello pese a que no lo conociera. Sin embargo, estos recientes días había sido algo diferente, no podía explicarlo, pero era como si le estuviera llamando...

Naruto,El Héroe SeparatistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora