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―Aquí tiene el esmoquin. ―Natalie entró y colgó la ropa de la tintorería en el perchero―. Su asistente también ha escogido este reloj para usted. ―Colocó el estuche en el borde del escritorio―. Ha pensado que quedará bien con el traje.

―Gracias, Natalie.

― ¿Algo más, señora?

―No, gracias.

Natalie salió y me dejó a solas.

Mi teléfono sonó y el nombre de Pine apareció en la pantalla.

Respondí.

―Hola.

― ¿Vas a ir a la Gala del Met esta noche?

―Sí. ―Era una ocasión para contribuir con la beneficencia, pero también para aumentar mi propia agencia de negocios. Estar siempre atenta a posibles acuerdos, a las oportunidades de negocios en alza o en quiebra y a tus competidores era clave para permanecer en la lista Forbes.

― ¿Vas a llevar a alguien?

Yo nunca llevaba a nadie a aquellas cosas, y él lo sabía.

―No, ¿y tú?

―Esta noche voy yo solo. Mi padre quiere que asista.

―Puedes ser sus ojos y sus oídos.

―Bueno, ¿te apetece pasar a recogerme?

Solté una carcajada al teléfono.

―No me llores para que te lleve, tío.

―Mierda. En fin, tenía que intentarlo. Por cierto, he oído que Garza va a estar allí.

Había pasado otra semana y no había sabido nada de ella. Se podía decir con seguridad que no iba a proponer ningún otro acuerdo. No bromeaba cuando había dicho que ella no se comprometía. Nos habíamos acostado antes de que me marchara de su casa y seguía masturbándome con el recuerdo todas las noches.

Me imaginaba qué se sentiría al estar atada para que pudiera montarme todo lo que quisiera, a pelo. Y siempre me ponía a cien.

― ¿Y a mí por qué iba a importarme eso?

― ¿Sigues intentando comprarle la editorial?

Eso ya no me importaba.

―No estoy segura. Ahora que Bruce Carol está pasando por un momento difícil, puede que esa sea una oportunidad mejor.

―Cierto.

―Tengo trabajo que hacer, Pine. Luego hablamos.

― ¿Acaso te crees que yo no estoy trabajando?

Mi silencio era toda la respuesta que necesitaba.

―Vale, estoy haciendo el vago. Me has atrapado. ―Colgó.

El chófer me abrió la puerta trasera y salí para ser recibida por una marea de periodistas. Me abotoné la parte delantera del traje mientras avanzaba, haciendo caso omiso de los flashes de todas las cámaras. Unos cuantos periodistas intentaron atraer mi atención gritando mi nombre, pero los ignoré mientras entraba en el hotel.

Un candelabro de cristal colgaba del techo y las esquirlas, meticulosamente talladas, reflejaban las luces. La música sonaba desde arriba, tan suave que apenas podía oírla. Había algunas parejas de pie en el vestíbulo, ataviadas con vestidos caros y trajes a medida, y hablando entre sí antes de entrar en el auditorio.

Con una mano en el bolsillo, pasé al interior del auditorio. Unos tubos dorados colgaban del techo y las paredes estaban cubiertas con luces que parecían estrellas. Las mesas tenían manteles blancos y grandes jarrones llenos de azucenas también blancas. Era igual que todos los otros eventos benéficos a los que había acudido, en los que la celebración en sí valía más que el dinero que se recaudaba en realidad.

The Boss - Adaptación RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora