Garza y yo no perdimos ni un segundo en cambiar de arriba abajo el negocio de Carol. Hicimos una remodelación de todos los recibidores y de los pasillos. Cada una tenía una visión particular para nuestro negocio y, aunque ambas eran ligeramente distintas, la elegancia era importante para las dos.
Así que estábamos de acuerdo en un montón de cosas.
Nuestros dos despachos estaban ubicados en la planta superior, cada uno en un extremo. Las dos teníamos unas vistas espectaculares sobre Manhattan y los dos despachos eran exactamente del mismo tamaño. Iban a cambiar los suelos y a limpiar las ventanas, y se había dado una mano de pintura nueva a todas las paredes. Garza quería unos cuantos cambios específicos y yo sospechaba que sabía exactamente cómo sería su despacho. Tenía un estilo muy particular.
Pero como los dos despachos estaban en obras, compartíamos una sala de conferencias con un gran ventanal. Unas paredes y una puerta sólidas nos separaban de los ayudantes que estaban ahora a nuestras órdenes. Todavía no me la había tirado durante el horario laboral, pero sólo porque había estado demasiado concentrada haciendo cosas. Seguía teniendo otros negocios de los que ocuparme, un imperio completo que requería toda mi atención.
Ella tenía un portátil blanco y material de oficina de colores llamativos. Todo lo que poseía era claramente femenino, a juego con su innegable atractivo sexual. Lucía un pintalabios de un rojo intenso como si ese fuera su color natural y las faldas de tubo le quedaban tan bien que parecían su segunda piel.
No cabía duda de que me distraía.
Toda mi vida había tenido empleadas guapas trabajando para mí, pero su apariencia nunca me había tentado. De algún modo las clasificaba en una categoría diferente, sabiendo que no debía mezclar negocios y placer.
Pero no habría tenido la misma fuerza de voluntad si Garza hubiera sido mi ayudante.
Aunque, en realidad, una mujer como ella nunca trabajaría para otra persona. Por ese motivo me había sentido atraída por ella en un principio.
Por favor, es que tenía unas tetas maravillosas.
―¿Sí? ―Los ojos de Garza perforaron los míos al contemplarme desde el otro lado de la mesa con un bolígrafo blanco en la mano.
No me había dado cuenta de que me había quedado mirándola.
―Nada.
―Llevas cinco minutos mirándome.
Sonreí antes de centrar mi atención en la pantalla.
―Estaba pensando en tus tetas... como suelo hacer durante el día.
―Por muy halagada que me sienta, tenemos que comportarnos con profesionalidad en el trabajo. Somos socias y no podemos permitirnos mezclar negocios y placer estando aquí. No sólo ahora, tampoco en el futuro.
Porque no nos acostaríamos para siempre. Ella estaría casada con Thorn con un par de niños en casa. Tendría otro hombre con quien jugar esperándola en el ático cuando ella saliera de trabajar.
―No puedo prometerte nada.
―Entonces yo cumpliré la promesa por las dos.
Hasta que yo estuviera al mando. Cerré el ordenador y dejé el bolígrafo sobre el cuaderno. Apoyé el tobillo en la rodilla opuesta y la observé con las manos sobre el regazo.
Ella terminó de teclear una frase antes de mirarme con aquellos ojos cafés refulgentes por todo el maquillaje que se había aplicado con meticulosidad.