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Samantha 

No esperaba encontrarme con Garza cuando entré en el despacho de Bruce.

Pero no debería haberme sorprendido.

Era ingenuo por mi parte pensar que yo era la única que sabía que Bruce se estaba hundiendo. Si había otra persona capaz de averiguarlo, esa era Garza. Entró orgullosa en aquella oficina y lanzó su hechizo.

Tenía que superarla.

El hecho de que estuviera acostándome con ella no quería decir que fuera a retirarme. Era respetuosa, pero hasta un cierto límite. La compañía sería mía y estaba dispuesta a mejorar su oferta todo lo posible para lograrlo.

Cuando me había reunido con Bruce, le había hecho una oferta que no había podido rechazar. Una participación del cinco por ciento en la empresa, incluyendo la compra.

Después de haber querido comprar la editorial de Rivera, había aprendido mucho sobre ella. Dirigía sus negocios de un modo muy concreto, y nunca haría una oferta así, sin importar la cantidad de dinero que estuviera en juego.

Ella era la única propietaria de todo aquello en lo que ponía su nombre. Era demasiado orgullosa para ceder un porcentaje como aquel.

Así que lo hice yo.

En el amor y en la guerra, todo valía, ¿verdad?

Bruce no escondió su sonrisa cuando aceptó mi oferta. Nos dimos un apretón de manos y el resto fue coser y cantar.

No había hablado con Garza desde entonces y me preguntaba cómo afectaría todo aquello a nuestra relación. Ella había dicho que los negocios eran un conflicto de intereses y que nunca deberíamos hablar de ese tema, así que no debería tener ninguna repercusión en lo nuestro.

Pero era imposible saberlo. Tenía constancia de que deseaba aquella empresa tanto como yo, así que tal vez estuviera demasiado resentida.

Estaba a punto de descubrirlo.

Me envió un mensaje aquella noche. Habían pasado siete días desde la última vez que habíamos estado juntas. Había estado demasiado ocupada con el trabajo para verla, y ella debía de haber estado igual de desbordada. Pero ahora anhelaba aquel cuerpo y no me cabía ninguna duda de que ella echaba de menos el mío.

«Ven».

Me encantaba leer sus mensajes, me encantaba lo simples que eran. No necesitaba leer entre líneas para averiguar cuál era su estado de ánimo. Decía exactamente lo que tenía en mente, dejando poco a la imaginación.

«Estaré allí en diez minutos».

Usé el código que me había dado y subí en el ascensor hasta su salón.

Las puertas se abrieron y oí el suave sonido de la música clásica reproduciéndose de fondo. En la mesita de centro había una bandeja con un cubo de hielo, una botella de bourbon y dos vasos. Pero no había rastro de ella por ningún sitio.

Apareció por el pasillo con lencería negra y unos tacones altísimos.

Caminaba con ellos como si estuviera descalza, con un control absoluto sobre el modo en que se deslizaba su cuerpo. Clavó los ojos en los míos y caminó hasta mí con una confianza más arrolladora que nunca.

Lo había echado de menos.

Tenía un cuerpo perfecto. Su piel clara contrastaba con el encaje negro.

Tenía las pestañas espesas, maquilladas con rímel negro, y destacaban frente al color cáfe de sus ojos deslumbrantes. Llevaba pintalabios de un color rojo intenso, lo cual le otorgaba un aspecto sensual y erótico. Me encantaba cómo se adueñaba de la habitación, haciendo que todo se postrase ante ella, incluida yo.

The Boss - Adaptación RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora