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Teníamos una mesa en la terraza, bajo una hilera de luces blancas. Había parejas sentadas a las otras mesas, evidentemente disfrutando de sus lunas de miel. Se veía a muy pocos socios de negocios juntos, puesto que aquel lugar estaba más pensado para las vacaciones que para celebrar reuniones de trabajo.

Prácticamente nos habíamos acabado nuestros platos y ya habíamos dado buena cuenta de dos botellas de vino enteras. El acuerdo entre Rivera y yo era relativamente reciente, pero parecía que funcionaba a la perfección.

No me miraba abiertamente, como hacía cuando estábamos las dos solas. Se comportaba conmigo con indiferencia, como si no sintiera ningún tipo de atracción hacia mí.

Y yo se lo agradecía.

Sebastián se giró hacia mí con los mismos ojos de un marrón intenso que tenía Rivera. Sebastián era mayor y parecía un poco más duro que Rivera. No parecían hermanastros, sino hermanos. Hacía gala de exactamente la misma seguridad, acompañada de un toque de arrogancia.

― ¿Va a unirse a nosotros Thorn en este viaje, Garza?

Thorn estaba en Chicago, ocupándose de una de las sedes de su próspero negocio. Su familia era dueña exclusiva de la fábrica de tomate más grande del mundo. Había pasado de generación en generación hasta ir a parar a manos de Thorn, pero él había recogido su fortuna y la había invertido en otras empresas, alcanzando un nuevo nivel de riqueza con el que su familia nunca habría podido soñar. Nunca le había visto cometer un error. Cuando perfilaba sus futuras acciones, se lo planteaba como una maratón, nunca como una carrera de velocidad. Había aprendido mucho de él; de hecho, lo había aprendido todo. Si él no hubiera entrado en aquel bar cuando yo tenía diecinueve años, yo no estaría donde estaba ahora.

Se lo debía todo.

Rivera dirigió la mirada hacia mí, observando mi reacción a la pregunta.

―No. Ahora mismo tiene mucho que hacer en Chicago.

Sebastián asintió levemente.

―Compró uno de mis coches hace más o menos un año.

―Me lo dijo ―respondí―. Me llevó a dar una vuelta unas cuantas veces, precisamente por eso me compré yo uno.

Sebastián sonrió.

―Genial. Publicidad gratis.

Ni siquiera ahora confirmaba o negaba que Thorn y yo estuviéramos juntos. Cuando los demás hacían sus cábalas, yo no me molestaba en corregirlos. Todo formaba parte de nuestro plan, de nuestro futuro. Rivera me había hecho varias preguntas al respecto, pero como no era de su incumbencia, nunca le había dado una respuesta... y no pensaba hacerlo.

― ¿Y tú, Sebastián? ¿Hay alguien especial en tu vida?

―Tengo a muchas mujeres especiales ―contestó―, pero todas van y vienen.

No esperaba menos de un hombre tan atractivo como él. Era rico, inteligente y tenía un físico impresionante. Podía ir picando de flor en flor todo el tiempo que quisiera. Cuando cumpliera los cincuenta, todavía podría ligarse a una mujer con la mitad de sus años y formar una familia si quería.

Yo no podía permitirme tal lujo.

Tenía una bomba con cuenta atrás en el útero.

― ¿Y tú qué? ―Sebastián se giró hacia Rivera―. ¿Algún trío más?

Yo sabía que Rivera era la clase de persona que podía conseguir a cualquier mujer que quisiera... y todas las que deseara. La lujuria que sentía yo en la entrepierna la sentían también todas y cada una de las mujeres del planeta, pero por ahora, no tenía que compartirla.

Era toda mía.

Rivera se tomó la pregunta con calma.

―No creo que esa sea una conversación adecuada delante de una señorita.

Puse los ojos en blanco.

―No soy ninguna señorita, sólo una socia. Y como bien saben los dos, a las mujeres también nos encanta el sexo.

A algunas mujeres les echaría para atrás la promiscuidad de Rivera, incluso se sentirían celosas, pero a mí me parecía que aquel tipo de aguante era sensual. Complacer a dos mujeres a la vez era una hazaña increíble.

Aunque yo ya sabía que era buena en la cama. Por experiencia propia.

Sebastián me sonrió con un gesto de afecto en los ojos.

―Brindo por eso. ―Sostuvo la copa en alto.

Yo la toqué con la mía antes de dar un trago.

Rivera me contempló y su mirada se endureció como lo hacía cuando nos encontrábamos a solas.

Aparté la vista a propósito, recordándole que cuando no estábamos follando, no éramos más que socias... y amigas.

―El equipo se reunirá con nosotros a poca distancia en coche de aquí ―dijo Sebastián―. Ya nos hemos ocupado de todos los permisos, pero tenemos que acabar la grabación lo antes posible. El gobierno sólo nos permite cortar el tráfico durante una hora.

―No debería haber problema ―dijo Rivera―. Podemos conseguirlo de una toma.

―No hace falta que les recuerde lo valiosos que son estos coches ―dijo Sebastián―, pero, sobre todo, lo más importante es que no corran riesgos. Odiaría ver a una de las dos despeñándose con el coche por el acantilado hasta el fondo del océano.

―No nos pasará nada. ―Ahuyenté sus preocupaciones de inmediato, porque sabía que conducía perfectamente.

Cuando Rivera me miró, mostró un atisbo de preocupación.

Yo la ignoré, pues no me hacía falta que ninguna persona se preocupara por mi bienestar.

The Boss - Adaptación RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora