21.1

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Cuando llegué a casa, había un jarrón de flores esperándome.

Cogí la tarjeta y la leí.

Vi estas preciosidades y me acordé de ti.

Besos y abrazos,

Liv Cutler

Sonreí y volví a poner la tarjeta en la pinza que había entre las flores. Era un jarrón transparente lleno de peonías rosas y eran preciosas. La madre de Thorn sabía que me encantaban las flores porque compartíamos la misma pasión. Cuando me había quedado en su casa de Connecticut, las dos nos encargábamos del jardín por la mañana.

Me quité los tacones y dejé que mis pensamientos volvieran a Rivera. No habíamos hablado en todo el día y ella debía de haberse imaginado que yo ya me habría enterado de lo del negocio de Bruce Carol. Me pregunté si esperaría que llamara.

O que no llamara.

Tanto si me contaba lo que deseaba saber cómo si no lo hacía, quería tenerla allí. Quería que aquella mujer tan atractiva me follara con fuerza sobre el colchón, dominándome con su fuerza bruta.

Le envié un mensaje.

«Ven».

«Estoy en el gimnasio».

Mi parte autoritaria salió a la luz.

«Me da igual dónde estés. He dicho que vengas».

Me imaginé la sonrisa de su rostro mientras me contestaba.

«Sí, jefa».

Verla con una camiseta sudorosa sonaba igual de excitante que verla con traje. Tendría los músculos hinchados por la sangre, prominentes. Ya estaría activa y lista para la acción, y haría ejercicio con nuestro revolcón entre las sábanas. Me encantaba cuando se le acumulaba el sudor en el pecho y su cuerpo adquiría aquel atractivo brillo.

Entró diez minutos más tarde con unos pantalones cortos de correr y una camiseta, todo de negro. Tenía la camiseta húmeda de sudor y el pelo alborotado, probablemente por haber usado la cinta de correr.

Me pareció que tenía un aspecto delicioso.

―Aquí estoy. ―Entró y dejó la bolsa del gimnasio en el suelo, cerca de las puertas del ascensor.

Yo lucía el mismo vestido negro que había llevado al trabajo, una prenda más cara que la hipoteca de la mayoría de las personas. Pero me daba igual que acabara empapado en sudor, siempre que fuera el de Rivera.

―Hola. ―Me pegué a su pecho y la besé.

Inmediatamente hundió las manos en mi pelo y me devolvió el beso.

Habló entre beso y beso.

―Hola.

La besé durante más tiempo del que había planeado, y nuestros besos se convirtieron en un magreo en toda regla delante de las puertas del ascensor.

Moví las manos hasta la parte baja de su camiseta antes de quitársela por la cabeza, descubriendo su físico cubierto de una pátina de sudor. Le apoyé las manos en el pecho, sintiendo la misma humedad a la que estaba acostumbrada en la cama.

Gimió contra mi boca antes de tironearme del pelo de la nuca. Deslizó lentamente la mano por mi cuello hasta llegar a la espalda, y se hizo discretamente con la cremallera para bajármela hasta la parte superior del trasero. El vestido quedó suelto y se resbaló despacio por mi cuerpo hasta caer a mis pies, alrededor de mis zapatos de tacón.

A continuación le quité los pantalones y, un instante después, nos encontrábamos en mi habitación. Yo estaba tumbada en las sábanas con el culo colgando en el borde.

The Boss - Adaptación RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora