Antes de permitir que me llevara al límite, saqué el miembro de su boca. Goteaba de su saliva, reluciente bajo las luces de Manhattan. No pude evitar que me temblara la voz, a pesar de mi intento por mantenerla firme.
―Sobre la cama.
Se puso de pie y trepó sobre la cama, con el culo en pompa.
Cogí su ropa interior de encaje y se la bajé por las piernas, viendo brillar su sexo tanto como el mío.
Estaba claro que le gustaba.
Lancé la ropa interior a los pies de la cama y después le di la vuelta, poniéndola de espaldas sobre la cama con la cabeza apoyada en la almohada. El colchón se hundió cuando me subí encima de ella, sintiendo la suavidad de las sábanas acariciar las palmas de mis manos. La cubrí como las nubes cubren el sol, bloqueándola de todo lo demás. Doblé los brazos por detrás de sus rodillas y la plegué perfectamente debajo de mí en el ángulo ideal para follarla con la profundidad que deseaba.
Tendría que haberle puesto una toalla debajo del trasero, porque lo iba a poner todo perdido de semen.
Suspendí los hombros por encima de los suyos y la miré directamente a los ojos, conquistándola antes incluso de hundir mi erección en su interior. Podría haberla atado boca abajo y habérmela follado hasta hacer que perdiera el sentido, pero no era aquello lo que deseaba. Podría haberla azotado con una fusta, pero tampoco era aquel mi deseo.
Aquella noche tenía otros planes.
Guie el glande hasta su entrada y, como si mi sexo supiera por su cuenta cómo llegar hasta ella, se deslizó atravesando su estrecha humedad. Continuó avanzando, dilatándola a su paso y desplazándose a través de su reluciente excitación hasta enfundarse en ella por completo.
Me puso las manos en los bíceps y gimió.
Yo continué enterrado en ella mientras me inclinaba para besarla.
No movió sus labios con los míos, abrumada por la sensación de plenitud que sentía entre las piernas. Gemía contra mi boca con aliento entrecortado. Cuando la besé con más fuerza, por fin me devolvió el beso. Empezó a mover los labios contra los míos, su lengua saludando a la mía con entusiasmo.
Nuestros labios emitían húmedos chasquidos al resbalar juntos. Cuando nos apartábamos, se podía escuchar la piel separándose. Nuestra respiración se amplificaba en la habitación en silencio, nuestra excitación hacía eco contra las cuatro paredes. Las sábanas susurraban al movernos.
Empecé a empujar, introduciéndome más en su interior con cada embestida. Estaba invadiendo su sexo como si fuera un enemigo conquistando un terreno hostil. Lo estaba reclamando como de mi propiedad y tenía intención de establecerme en él durante un largo tiempo. Su humedad hacía ruidos cada vez que mi miembro se deslizaba por ella. Estaba empapada y mi sexo estaba obligando a la humedad a acumularse todavía más. Imaginaba que estaría goteando entre sus nalgas hasta la sábana que tenía debajo.
Sus manos se deslizaron subiendo por mis hombros hasta que sus dedos encontraron mi cabello. Los enterró en él, sintiendo la suavidad de los mechones al retorcerlos. Sus gemidos subieron de tono, aumentando su volumen e intensidad.
Sabía lo que se avecinaba.
―Tú no te corres hasta que yo lo diga.
Toda la luz escapó de sus ojos como si la orden hubiera sido un bofetón. Parecía realmente dolida, como si mi petición fuese lo más decepcionante que había escuchado en su vida.
―Me voy a correr dentro de ti toda la noche. Y cuando haya terminado, te dejaré acompañarme.
―Rivera, por favo...