En cuanto crucé las puertas del ascensor, me pegó.
Y me pegó con fuerza.
Me giré por la intensidad del golpe, sintiendo la adrenalina correrme por la sangre. Estaba excitada antes de que las puertas se abrieran, pero ahora la deseaba todavía más. La palma de su mano tenía algo que me hacía enloquecer. Quería que me pegase hasta dejarme la cara hinchada durante una semana.
Estaba de pie sólo con un sujetador negro y unas bragas a juego, con un aspecto endiabladamente erótico con el pelo ondulado y los ojos muy maquillados. Estaba deslumbrante, como si fuera una modelo de un catálogo de lencería. Tenía la cintura esbelta y se le marcaban los abdominales en el vientre. No sólo estaba delgada, sino también tonificada. Sin embargo, no tenía ni idea de cuándo sacaba tiempo para hacer ejercicio.
La excitación se apoderó de mí y me abalancé hacia ella, acorralándola contra la pared del salón hasta que la golpeó con la espalda. La alcé en volandas con mis brazos y la besé, chocando los dientes con los suyos porque estaba siendo más agresiva de lo normal.
Aquello era lo que me provocaban sus bofetadas.
Me hundió las uñas en la espalda y respiró contra mi boca; sus gemidos quedaron silenciados por mis labios. Los tacones se me clavaban en el trasero mientras hacía fuerza para sostenerse.
Tras unos minutos de caricias apasionadas, me rodeó el cuello con los brazos y se apartó.
―Te gusta que te pegue, ¿no?
Le succioné el labio inferior, metiéndomelo en la boca.
―¿Qué me ha delatado?
―Entonces te gustará todo lo demás que tengo planeado para ti. ―Se agarró a mi cuerpo mientras descendía hasta el suelo. Detuvo nuestro sensual encuentro a propósito, alejándose de mí con aquellos tacones infinitos.
Me quedé mirando aquel delicioso trasero que me moría de ganas de poder azotar.
Se detuvo a un par de metros de mí, manteniendo la distancia entre nosotras intencionadamente.
¿Para qué me había pedido que fuera allí si sólo iba a torturarnos a ambas?
Se puso ambas manos en las caderas mientras me observaba con el pelo cayéndole por los dos hombros. Llevaba un collar de oro blanco con un diamante colgando en el centro. Tenía la piel bronceada y suave, a punto de ser besada por mi boca anhelante.
―He intentado pensar en un modo de agradecerte de forma adecuada lo que hiciste por mí.
No había hecho nada por ella. Si estaba refiriéndose a haberle plantado cara a Bruce Carol, no lo había hecho por ella. Lo había hecho por mí misma.
―Pero eres una mujer que ya tiene todo lo que podría desear en su vida. Así que, ¿qué podía ofrecerte?
A ti.
―Por tanto, he decidido hacer algo especial para ti. ―Volvió hacia mí caminando lentamente, produciendo un golpeteo en el suelo de parqué con los tacones.
Estaba pasando calor con aquella ropa, que ya debería estar amontonada en el suelo. Mi sexo debería estar libre y desbocado, listo para follársela.
―¿De qué se trata?
―Cumpliré cualquier fantasía que tengas. Dime lo que quieras y lo haré por ti.
―¿Puedo elegir yo?
―Sí. No tendrás el control, pero tendrás el poder de elegir. ―Cubrió la distancia que nos separaba y me subió las manos por el pecho. Poco a poco fue desabotonándome la camisa hasta que quedó abierta sobre mi pecho. Sus manos pasaron al cinturón y a la cremallera, desabrochándolos.