Nos sentamos juntas en el asiento trasero mientras su chófer nos llevaba de nuevo a su oficina. Había un sólido separador entre nosotras y el conductor, y ventanas tintadas en todo el Mercedes negro. Era parecido al mío, lo bastante bueno para llevar al presidente de Estados Unidos si alguna vez le hacía falta.
Garza seguía rígida, como si en ese momento hubiera ojos enemigos observándola.
Deslicé la mano por el asiento y la subí por su muslo hasta encontrar la suya. Entrelacé los dedos con los suyos. La estreché con suavidad, mirándola fijamente. Ahora que estábamos a solas, por fin podía quedarme observándola todo lo que quisiera.
Si ella no pusiera reparos, me la follaría en el asiento de atrás en ese mismo momento.
Ella me devolvió el apretón.
―Has estado impresionante.
Giró la cabeza hacia mí con una pequeña sonrisa en los labios.
―¿Sí?
Silbé por lo bajo.
―Me han entrado ganas de follarte directamente encima de esa mesa.
―Habrías querido follarme encima de esa mesa de todas formas.
Una sonrisa incontenible se extendió por mis labios.
―Buena observación.
―¿No crees que soy demasiado autoritaria? ―Nunca me había pedido mi opinión. Aquello era una novedad.
―No más de lo que lo soy yo.
―¿Crees que soy demasiado directa?
―Me gusta que seas directa. ―Me llevé su mano a los labios y le di un beso en los nudillos―. Me gusta lo poderosa que eres, lo dura que eres. Sabes exactamente lo que quieres y no te da miedo pedirlo. Exigirlo, en realidad. Es lo más sensual que he visto en mi vida.
―¿De verdad? ―susurró―. La mayoría de personas no lo ven así.
Garza acababa de despojarse de otra capa delante de mí, admitiendo que le acomplejaba un poco su personalidad. Sospechaba que ni siquiera a Thorn le contaba aquellas cosas. Era obvio que se sentía cómoda conmigo, al igual que yo me sentía cómoda con ella.
―Bruce le dirá a todo el mundo que soy una zorra con tacones.―Mantenía la voz bajo control y no parecía alterada, pero detecté un atisbo de tristeza en sus valientes palabras.
Fue entonces cuando me di cuenta de que realmente estaba dolida por lo que había dicho Bruce.
―Mírame.
No lo hizo.
―Garza. ―Utilicé un tono más autoritario, retándola a desafiarme.
Puede que tuviera todo el control en aquella relación, pero yo recuperaba el poder cuando era necesario.
Giró lentamente la cabeza hacia mí, mirándome con ojos cautelosos.
―Las personas sólo dicen esas mierdas porque los intimidas.
―¿A ti te intimido?
Mi respuesta fue una sonrisa.
―Nunca. Pero las personas de verdad no se sienten amenazados por las mujeres triunfadoras. Los hombres de verdad se sienten lo bastante seguros de su propio éxito y de su propia masculinidad como para no pensarse dos veces la posibilidad de trabajar con una mujer como tú. Muestran el mismo respeto que creen que se merecen. No dejes nunca que escoria como él te haga cuestionarte. Eres demasiado buena para eso. ―Me incliné hacia delante y la besé, acariciándole la mejilla con la palma de la mano.