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RIVERA

La oferta estaba sobre la mesa, pero no estaba segura de que fuera a aceptarla.

Era tentadora.

Pero también era poco apetecible.

Que una mujer tan atractiva me dominara era un verdadero regalo.

Follármela hasta que gritara, dándole exactamente lo que me pidiera, era un escenario con el que podría masturbarme.

Pero yo también quería estar al mando. No quería que mi pareja fuera la única que llevara siempre las riendas, despojándome del poder que a veces necesitaba de forma desesperada. Tenía que ser algo equitativo, y estaba claro que ella no quería nada equitativo.

Pero si decía que no, la perdería del todo.

Y esa era una opción que tampoco quería aceptar. Era la primera vez que no tenía ganas de tener una larga fila de mujeres en mi cama. Desde que había conocido a Garza, ni siquiera me había planteado la posibilidad de acostarme con otra persona.

Ella era la única con la que quería estar.

Algo me decía que debía aferrarme a aquello, que tenía que hacer algo para reclamar a esa mujer como mía, pero como nunca antes había vivido una experiencia así, no estaba segura de cómo lograrlo. Nunca había estado con ninguna mujer más de unas cuantas semanas. Y no había existido nada que hubiera durado más de un mes. Las constantes de mi vida eran mis amigos. Ellos eran mi base.

Nunca una mujer.

¿Querría Garza alcanzar un acuerdo conmigo?

¿Llegaríamos a un punto medio?

¿A quién quería engañar? Se trataba de Abril Garza, una mujer que no se comprometía con nadie.

¿Por qué iba a ser yo diferente?

En cualquier otra situación, hablaría del tema con mis amigos, pero como le había asegurado a Garza mi lealtad, no tenía posibilidad de recibir consejos.

Pasó una semana completa y no me puse en contacto con ella. No me pasé por su oficina para saludarla. Me iba sola a la cama y usaba mi propia mano para correrme con los recuerdos de cuando me había acostado con ella. ¿Por qué no podíamos ser simplemente dos personas que se acostaban de vez en cuando?

¿Por qué tenía que gustarle ese rollo?

Parecía que las personas que tenían ese tipo de fetiches retorcidos habían tenido vidas difíciles. Eran víctimas de abusos o las habían abandonado cuando más necesitaban a alguien. Garza era una figura tan fuerte que costaba creer que tuviera algún problema.

Pero no la conocía tan bien.

Sólo había pasado un mes desde que nos conocimos, pero tenía la sensación de que la había visto sonreír las veces suficientes como para saber qué la hacía reír. La había visto llevar la misma marca de zapatos las veces suficientes como para saber cuál era su estilo. La había besado las veces suficientes como para saber que le gustaban el perfume de vainilla y el bourbon. Me la había tirado las veces suficientes como para saber exactamente cómo hacer que se corriera.

Pero, en realidad, no la conocía en absoluto.

Nos sentamos juntos en el club de striptease, donde había mujeres bailando en barras vestidas únicamente con un tanga. Balanceaban las caderas al ritmo de la música mientras el pelo largo les caía por la espalda. La música sonaba desde arriba y todo el mundo estaba envuelto en un mar de oscuridad.

Una mujer estaba sentada a mi lado en el sofá, una morena atractiva cuyo nombre no recordaba. Los chicos tenían sus propias parejas, ninguna de ellas amiga de Garza. Como no quería que me hicieran más preguntas sobre Garza, yo no les hice más preguntas sobre Isa y Pilar. Pero, a juzgar por el modo en que se habían olvidado de ellas aquella noche, me parecía que ya no estaban en el mapa. ― ¿Te gusta esa, Samantha Rivera? ―preguntó la morena mientras señalaba con la cabeza a la chica que bailaba en el escenario.

Me la había quedado mirando, pero en realidad no estaba prestándole atención. No me gustaba que la gente usara mi nombre completo fuera de la oficina. Sonaba extraño cuando lo decía aquella mujer que tenía la mano apoyada en mi pecho.

―Está bien.

―Yo puedo bailar para ti... en un sitio privado.

En cuanto una mujer se me echaba encima, mi interés se esfumaba.

Últimamente me estaba resultando difícil emocionarme con algo. Había hecho todas las cosas divertidas de la ciudad. Me había follado a todo el mundo, había bebido de todo y había ido a fiestas a todas partes.

Ya no quedaba nada que hacer.

Me había estancado y sólo tenía veinte y cinco años.

―A lo mejor en otra ocasión.

Pine se fijó en mi expresión desolada y me dio una palmadita en el hombro.

―Tía, ¿Qué te pasa? Estás que das pena esta semana.

Daba pena porque sabía qué tenía que hacer.

―No me encuentro bien. Luego os veo. ―Me deshice del abrazo de aquella mujer, salí y encontré mi coche aparcado en la calle. El motor rugió, cobrando vida en cuanto lo arranqué, y la música empezó a sonar a través del equipo de sonido de lujo.

Me incorporé al tráfico y conduje a través de las calles de Manhattan, metiéndome en atascos algunas veces y disfrutando de las calles despejadas otras. No me dirigía a ningún lugar en particular. No tenía ningún plan. Simplemente no quería seguir en aquel bar, haciendo lo mismo que había hecho cientos de veces.

Al final, acabé poniendo rumbo al aparcamiento de mi edificio. Aparqué en mi plaza, pero no paré el motor. En lugar de eso, busqué en el teléfono el número de Garza. Me lo quedé mirando mucho tiempo antes de que mi dedo finalmente pulsara el botón.

Respondió después de algunos tonos y oí el sonido de la música alta a través del altavoz. Había salido de fiesta a algún sitio con sus amigas. Me pregunté si Thorn Cutler estaría con ella, aunque no debería importarme.

―Hola.

Escuché la música de fondo y reconocí la canción.

―Hola.

La música fue apagándose mientras salía a la calle o se metía al baño.

― ¿Va todo bien? ―Su voz me envolvió en el coche, una melodía fuerte y preciosa para mis oídos.

―Llevo toda la semana pensando en tu oferta.

Se quedó callada, dándome espacio para decir lo que necesitara decir.

―Por tentadora que sea, voy a tener que rechazarla.

Silencio.

Era estúpido por mi parte esperar que ella discutiera conmigo, que intentara persuadirme para que cambiara de opinión. Ella había hecho su oferta y no iba a cambiarla. No había ningún compromiso. Estar con Garza era emocionante porque no era como las otras mujeres. Tenía cerebro y sabía cómo usarlo. Era fuerte, inquebrantable. Una mujer triunfadora y atrevida como ella me parecía lo más sensual del mundo.

―Como te prometí, esto quedará entre nosotras. Buena suerte, Garza.

Ella siguió guardando silencio.

¿Iba a decir algo para hacerme cambiar de opinión?

Por fin, Garza habló.

―Gracias por hacérmelo saber. Cuídate, Rivera. ―Como si no fuera más que una llamada de negocios, colgó.

Oí cómo se cortaba la línea dentro del coche, aquella abrupta despedida. La decepción no debería haberse apoderado de mí, pero lo hizo. Se clavó en mí como si fuera una bala. Cuando me había hecho aquella oferta, había dado por descontado que era especial para ella.

Pero nadie era especial para ella.

Al final, apagué el coche y entré en mi ático. Sola.

The Boss - Adaptación RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora