Eran las dos de la mañana cuando nos preparamos para dormir. Yo lo hacía desnuda porque estaba demasiado cansada para ponerme ropa interior. Agradecí que la alarma del móvil fuese automática para así no tener que ocuparme de activarla todas las noches. Muchos días no sabía dónde iba a terminar durmiendo aquella noche, así que era una cosa menos por la que preocuparse.
Garza se metió en la cama a mi lado con la cara lavada y lista para dormir. Se puso mi camisa de vestir, la que había llevado en el bar. Olía a alcohol, sudor y agua de colonia.
―¿Vas a dormir con eso puesto?
―Prefiero tus camisetas, pero servirá.
―Siempre puedo dejar aquí unas cuantas... ―Sonreí al imaginarla apegada a mi ropa. Podía permitirse comprar las mejores camisas del mundo, las más cómodas... pero prefería las mías.
No tenía nada que ver con el tejido.
―No ―contestó―. No hace falta. ―Se tumbó a mi lado y se tapó con las sábanas. Pero estaba rígida, no relajada como había estado aquella mañana conmigo. Siempre que estábamos juntas en aquella cama y no estábamos haciéndolo, se envaraba como una tabla. Contemplaba el techo inexpresivamente, contando las horas hasta que se hiciera otra vez de día por fin.
Pensé que sus reparos desaparecerían después de una o dos noches, pero era evidente que no se le iba a pasar.
―¿Ayudaría esto? ―Me quedé en mi lado de la cama, dejando un palmo y medio de separación entre ambas.
―¿El qué? ―susurró ella, girando lentamente la cabeza hacia mí.
―Que me quedara aquí toda la noche, sin tocarte.
―Si de verdad quieres ayudar, podrías irte y ya está.
―No. Tienes que superarlo. ¿Es que nunca vas a dormir con Thorn?
―Estoy segura de que tendremos nuestros propios dormitorios.
―¿Y a tus hijos no les va a parecer raro?
Se encogió de hombros.
―Será uno de nuestros extravagantes defectos.
―Es un defecto extravagante de verdad ―dije yo llanamente―. Eres una mujer valiente que no le tiene miedo a nada. ¿No te parece que ya es hora de superar este asunto? Ahora mismo estás siendo una gallina, Garza.
La incredulidad hizo que abriera inmediatamente los ojos.
―¿Acabas de llamarme gallina?
―Sí, y lo he dicho en serio.
Sus ojos se estrecharon.
―No deberías hablar de cosas que no comprendes.
―Pues ilumíname. Dijiste que no te importaba contármelo.
―Dije que no me importaba pensármelo.
―Bueno, pues has tenido tiempo de sobra.
―Dos días...
―Es tiempo suficiente. Ahora, cuéntamelo.
Volvió a posar la vista en el techo, dejando clara su respuesta. Aquella mujer era totalmente insufrible.
―Siguiendo con lo que te estaba diciendo antes, ¿qué te parece que me quede en este lado de la cama?
―No lo sé.
―Y prometo no tocarte. Será casi como si no estuviera... Ya sabes, pasito a pasito.
―Supongo que podríamos intentarlo. Llevo tres días casi sin dormir. Estoy agotada.
¿Qué tipo de miedos podrían asaltarla para obligarla a permanecer despierta durante casi tres noches seguidas?
―De acuerdo. Tienes mi palabra: no te voy a tocar.
―¿En serio?
―Cuando doy mi palabra, lo hago bastante en serio.
Extendió la mano hacia mí.
La miré sin tener ni idea de lo que estaba haciendo.
―Cerremos el trato con un apretón de manos.
Fui incapaz de reprimir la risa que me subió por la garganta.
―De acuerdo, si es lo que necesitas... ―Estreché su mano y después volví a mi lado de la cama.
Ella se recolocó la almohada, dio unas cuantas vueltas para acomodarse y luego se durmió de inmediato.
Lo supe por su respiración.
Yo no me dormí en seguida. En vez de eso, la observé dormida a mi lado, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Tenía el pelo esparcido por la almohada y mi camisa cubría holgadamente su cuerpo. Los momentos en los que Garza se mostraba más vulnerable eran también aquellos en los que estaba más guapa.
Desearía poder ver aquella faceta suya todos los días.
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