ABRILNinguna persona me lo hacía como Rivera.
Madre mía, era una máquina.
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de un sexo tan magnífico, y no es
que mi vida sexual fuera aburrida. La tenía grande y ciertamente sabía cómo usarla.Sus besos eran abrasadores, su contacto resultaba seductor y sabía perfectamente cómo acariciar un clítoris.
De hecho, notaba escozor, pero me gustaba.
Yo nunca me quedaba a dormir en la casa de alguien más, no cuando se trataba de encuentros ocasionales. Siempre me escapaba de allí antes de que las cosas pudieran complicarse. No tenía tiempo para complicaciones.
Ni para nada más.
Rivera parecía ser del tipo que tampoco buscaba algo serio. Por lo que había indagado sobre ella, era de la clase que normalmente iba con dos mujeres, una en cada brazo. Nunca la fotografiaban con la misma mujer dos veces, y era aclamada como todo un símbolo sexual al que otros admiraban. Sin duda alguna, no era una mujer que fuera a tener esposa e hijos algún día.
Era perfecta para mí.
Pero nuestro acuerdo tenía que llegar ya a su fin. Ya había roto mi norma de acostarme con alguien una sola vez porque me había seducido sin piedad. Pero no podía volver a suceder nunca más. Lo habíamos pasado de maravilla, pero ahora necesitábamos olvidarnos la una de la otra y seguir con nuestras vidas.
No importaba lo buena que estuviese.
Pasaron unos días sin que supiera nada de Rivera. Di por hecho que ella quería pasar página al igual que yo, pero mentiría si dijera que no pensaba en aquel cuerpo tonificado y en aquellos brazos musculosos. Tenía unos hombros sensuales, anchos y fuertes. En ella todo era seductor de forma innata, era la mujer más perfecta del planeta. Cuando hundía su dura erección en mi cuerpo, me sentía mujer, únicamente mujer. No era directora ejecutiva, un modelo a seguir ni una empresaria implacable.
Era una mujer, nada más.
Y era agradable.
Incluso había jugado con mi vibrador unas cuantas veces aquella semana mientras pensaba en ella.
Pero aquel recuerdo se desvanecería con el tiempo. Mi atracción desaparecería cuando encontrara a mi próxima pareja. Ella volvería a ser una socia de negocios con la que rara vez interactuaba. Y para mí aquello era perfecto.
Estaba en mi despacho cuando sonó mi teléfono móvil y el nombre de Isa apareció en la pantalla. Sólo mis mejores amigos y mis socios empresariales podían contactarme directamente. El resto del mundo tenía que pasar por uno de mis cuatro ayudantes, e incluso así era difícil contactar conmigo.
―Hola.
―Hola, ¿qué tal va todo?
―Bien. Acabo de salir de una reunión hace cinco minutos.
―Uf, odio las reuniones. Tengo la sensación de que nos sentamos y hablamos, pero no se avanza nada.
Activé el altavoz para poder revisar el correo electrónico al mismo tiempo.
―Ya sé de qué me hablas.
Después de una pausa elocuente, abordó el verdadero motivo de su llamada.
―Bueno… La otra noche desapareciste sin dejar rastro. ¿Adónde fuiste?
No le había hablado de Rivera. Iba a hacerlo, pero había planeado contárselo cuando estuviéramos las tres juntas.